Cuarteto Artemis
Virgin, 50999 07085826. (7 CDs)
Cuatro por cuatro
2007 marcó un antes y un después en la trayectoria del Cuarteto Artemis, entronizado por el Cuarteto Alban Berg como poco menos que su sucesor. Aquel año, por una conjunción de razones médicas y personales, le llegó la noticia del abandono no de uno, sino de dos de sus miembros. Y de forma simultánea. Heime Müller y Volker Jacobsen dejaron sus atriles a Gregor Sigl y Friedemann Weigle, respectivamente. Lo que para muchos cuartetos suele ser poco menos que su partida de defunción, o el inicio de un lento calvario hasta conseguir reverdecer viejos laureles, para el Artemis supuso la oportunidad de reinventarse. Esta integral beethoveniana, grabada entre 1998 y 2011, constituye casi un cuaderno de bitácora en el que han quedado plasmadas para siempre las distintas personalidades del cuarteto. Si tenemos en cuenta que el Artemis ha practicado en sus –hasta ahora– dos avatares la alternancia de sus dos violines, nos encontramos con que, en la práctica, escuchamos aquí no a uno, sino a cuatro cuartetos diferentes, ya que cuatro son las formaciones que han grabado estas obras en este lapso de trece años. No es lo mismo que ocupe el atril de primer violín la extraordinaria Natalia Prishepenko a que lo hagan Gregor Sigl o Heime Müller. Una escucha atente percibe sutiles diferencias de enfoque y de sonoridad. Lo que resulta evidente es que las nuevas maneras cuartetísticas que ya apuntaba el Artemis antes de 2007 se han visto claramente reforzadas a partir de entonces (y el hecho de que actualmente toquen de pie, en vez de sentados, no es tampoco un cambio baladí). Al Artemis parece cuadrarle como anillo al dedo aquel término utilizado en Francia en los albores del género: quatuor concertant. Su manera de tocar es diferente no ya sólo de la de sus mentores del Cuarteto Alban Berg, sino que está a años luz de cuartetos legendarios de generaciones anteriores, como el Italiano, el Amadeus o el Húngaro. El Artemis es, y más aún en su actual formación, un cuarteto esencialmente concertante, virtuosístico, casi sinfónico en ocasiones (movimientos iniciales de los Cuartetos opp. 59/ 1 y 127 o Gran Fuga, por ejemplo), con una sonoridad apabullantemente compacta y una afinación insultantemente perfecta. Si algún pero cabe poner a esta integral (y lo es aún más que otras, ya que contiene también la transcripción cuartetística que realizó Beethoven de la Sonata para piano op. 14 nº 1) es la ausencia de un mayor contraste entre los cuartetos juveniles, los de madurez y los testamentarios. Todos suenan igualmente intensos, dramáticos, arrolladores. Pero es un pero mínimo a una integral que marca –y que inicia– una nueva época. El cuarteto de cuerda del siglo XXI ya está aquí.
LG