Por si alguien albergaba aún alguna duda, Nicholas Angelich demuestra con este disco que es, sin duda ninguna, uno de los más grandes pianistas de su generación y uno de los músicos más interesantes de las dos últimas décadas. Aunque cultivó también la música contemporánea en su juventud, Angelich se siente a sus anchas en los clásicos alemanes, de Beethoven a Brahms, aunque ahora, después de este disco, habrá que ampliar el arco temporal hasta Bach. Si algo caracteriza la versión de las Goldberg del estadounidense es su libertad: sin que puedan percibirse influencias concretas, su versión es una construcción plenamente personal, en la que nada, o casi nada, es como podía esperarse el oyente. Los tempison a veces sorprendentes (el Quodlibet es casi nostálgico, mucho más reflexivo que festivo) y conviven una energía irrefrenable (Variaciones 10, 14 y 20, por ejemplo) con una profunda introspección (Variaciones 15 y 25), incluso con ocasionales toques de humor (las escalas de la Variación 17). A Angelich le sobran dedos para lucirse (impresionante la nitidez de la pulsación en las Variaciones 20 y 28), pero no toca una sola nota que no tenga sentido (incluidos los ocasionales adornos en las muy bienvenidas y exhaustivas repeticiones), ni es posible atisbar efectismo alguno. Su versión está llena de vida y es un dechado de madurez que nos conquista desde la exposición del Aria. No faltan buenas versiones pianísticas de las Goldberg, pero esta es sin duda la mejor de los últimos años.