Mientras Midori pasea por las silenciosas, floreadas y deshabitadas calles de Köthen, ya uno se imagina la autenticidad que se va a experimentar al escucharla interpretando las Sonatas y Partitas de Bach en los mismos salones del Castillo de Köthen que las vieron nacer. No hay público, solo ella, tan menuda y colosal violinista. Se funden la Música y el espacio, términos que en Bach son como hermanos de sangre, indivisibles. “Bach siempre me ha enseñado a escuchar con mi espíritu”, afirma la violinista antes de cada obra, en una breve introducción sobre la que planea el inconfundible estilo de Paul Smaczny y Andreas Morell, que filman con calma, con muchos primeros planos de Midori y proyectando la sensación de estar presentes en esos salones barrocos rodeados de la exultante vegetación estival de los jardines alemanes.

La sosegada espiritualidad y la belleza polifónica que recrea Midori es la suma de los años y del conocimiento de estas inacabables obras, ya que por mucho que uno las estudie y escuche, siempre tiene la sensación de gravitar sobre ellas como un extraño, un invitado más. Y en esta ocasión Midori hace un Bach pensado en cómo podría haber sonado en esos salones hace 200 años. Son cientos de detalles los que se despiertan en cada escucha, sobre la que el virtuosismo de la violinista norteamericana nacida en Japón no deja técnicamente nada al reproche. Bach, el más universal de los creadores, ha vuelto a su pequeño Köthen de la mano de la genial Midori. 

Gonzalo Pérez Chamorro