Coro y Orquesta de la Fundación J.S. Bach / Rudolf Lutz.
J. S. Bach-Stiftung C025CD (CD)
QUÉ TIENE BACH QUE NO TENGAN OTROS…
No es la primera vez que vengo a alabar el trabajo de la Bach Stiftung y espero que tampoco sea la última; igualmente, me atrevo a destacar la unanimidad del resto de colegas de RITMO con las reseñas sobre esta colección, todo lo que refuerza la magnífica impresión sobre el trabajo de la fundación, porque abordar la integral de Cantatas de Bach ya da para descubrirse ante ellos; hacerlo grabándolas en conciertos en directo, entra en el terreno del amor eterno a esta gente. Y diréis que también hay que exigir calidad en el desempeño, pero por ahí no existen riesgos: lo que ofrecen se me antoja colosal, mucho más allá de lo exigible.
El caso es que, escuchando los primeros compases de una cantata, me quedo frecuentemente embobado haciéndome una pregunta a la que los años y el estudio no encuentran respuesta: qué tiene Bach que no tengan otros. Porque sí, podemos hacer un análisis sesudo de la sublimación del contrapunto, de su invención melódica, de su pulsión rítmica o de la íntima relación texto-música, para concluir que desde el punto de vista técnico es simplemente perfecta. Pero eso no explicaría la serenidad de cuerpo y mente que se experimenta cuando uno escucha, por ejemplo, ese dúo de oboe d’amore al inicio de “Ach Gott, wie manches Herzeleid”, o la plenitud musical que se siente con el devenir del cantus firmus por ese “Lob, ehr und preis sei gott”. Bach domina las notas: la música fluye si él lo quiere, o lucha con intervalos como un serrucho que se abre paso combatiendo el miedo al infierno y al tormento, si el texto así lo demanda.
A la deliciosa BWV 3 “Ach Gott, wie manches Herzeleid” le acompañan las no menos encantadoras y de carácter más mundano y ligado a la corte BWV 184 “Erwünschtes Freudenlicht” y BWV 192 “Nun danket alle Gott”. Todas comparten la firma de Bach, esa construcción monumental, donde las voces fluyen y todo encaja, situada siempre al servicio de la emoción más orgánica y espiritual.
Por eso, ante esta pureza de materia prima, el intérprete “lo tiene fácil”, porque es difícil hacer sonar mal a Bach y “sólo” debe presentar algo inherentemente perfecto. No es música fácil, desde luego (siempre hablamos de las perrerías de Haendel a sus cantantes, pero Bach no se queda precisamente atrás), aunque cuando el intérprete comprende la magnitud de la música que maneja y se le acerca con la necesaria humildad (más unos mínimos técnicos), lo demás sale solo. Y de Lutz y su banda sólo podemos repetir el piropo de la anterior entrega: entienden la grandeza de la música de Bach, saben lo que hacen (muy recomendable leer las interesantísimas observaciones de Lutz en el libreto, especialmente si sois músicos), tienen muchísimo oficio y nos regalan una experiencia plenamente bachiana. No se puede pedir más.
Así, el volumen 38 es otra absoluta pasada, como ya lo era el 37 y seguramente los 36 anteriores. ¿Queremos más? Queremos todas.
Álvaro de Dios