Tras un Beethoven de enorme peso intelectual, el pianista germano-ruso Igor Levit regresa con las Partitas de Bach, posiblemente el piano más introvertido de su creador, donde la seriedad se da la mano con la danza. Y nada mejor que estas músicas para alguien tan concentrado y poco dado a la broma como Levit, que toca con una intensidad emocional muy grande, sin dejarse llevar por su aire improvisatorio (cambios de frases de la Courante de la titánica Partita n. 6) ni por un excesivo aire de danza, en los cuales Richard Goode y András Schiff dejaron su maestría en sus grabaciones. El impulso rítmico viene diseñado con eficacia, sin el vuelo de un Glenn Gould, pero se resiente por cierta pesadez en los tempi, algo general en cada Partita, ya que esta es la naturaleza de Levit, al que se le escuchan todas las voces con la claridad de un despejado día de principios de verano. La elegancia y el dramatismo (y un tenue romanticismo) están presentes cuando tienen que estarlo (Sarabandas) y el uso del pedal no tiene freno ni la fantasía en los adornos de los trinos (Sarabandas de Partitas ns. 1 y 6). La grabación, en la Funkhaus Nalepastraβe de Berlín, es modélica, limpia y sin montaje aparente. Unas Partitas importantes, al nivel de las recientes de Vladimir Ashkenazy y superiores a la correcta Angela Hewitt.

Gonzalo Pérez Chamorro