EL CUARTETO DEL SIGLO XXI

En un documental filmado por ese gurú del género que es Bruno Monsaingeon, el Cuarteto Alban Berg, mientras interpretaba el Cuarteto “La Muerte y la doncella”, de Schubert, daba consejos a un joven cuarteto de cuerda que se hacía llamar Artemis. Estábamos a finales del siglo XX, en 1996, y el Artemis ya estaba preparado para volar hasta lo más alto y suplir la inmediata ausencia de sus mentores, que se disolvieron como cuarteto en 2008. Ahora, tras una disolución del Artemis marcada por un fallecimiento y varios cambios de atriles, que dejan a un cuarteto de cuerda, sensible como nadie a estos cambios, muy “malherido”, el sello Erato ha recogido sus grabaciones integrales en una caja de obligado conocimiento para todo aquel amante del género más hermoso de la historia de la música.

Recapitulando, el Artemis superó la sustitución simultánea de varios de sus atriles (segundo violín y viola simultáneamente, por ejemplo), así como después de su primera violín, Natalia Prischepenko, por Vineta Sareika. Si estos cambios tan decisivos no fracturaron al conjunto, fue en 2015 cuando recibió la puntilla con el fallecimiento del que era entonces su viola, Friedemann Weigle (proveniente del Cuarteto Petersen, que a su vez había sustituido a Volker Jacobsen), que dejó maltrecho física y emocionalmente a un cuarteto de cuerda que ya contaba sus horas para despedirse tras más de veinte años en la élite.

Si tantos cambios no afectaron al Artemis, sí lo evolucionaron, hasta el punto que en sus últimos años tocaban todos de pie (salvo el cello), buscando ese sonido sinfónico que fue su marca de la casa como cuarteto pionero en el siglo XX y que otros han seguido en mayor o menor medida, como los Belcea y Ebène.

Las grabaciones son de una calidad sonora apabullante, dejando aquí y allá constantes muestras de genio y versiones referenciales, con sus peros, especialmente si hablamos de la integral beethoveniana, en la que la enorme personalidad de esta formación se deja ver del primer Cuarteto de la Op. 18 al Op. 135, con un deslumbrante y moderno arranque del movimiento final. Hay muchos ejemplos de enorme valor, como los Mendelssohn (ni el Ysaÿe los había tocado así antes, con ese despilfarro sonoro), Dvorák (se incluye la primera grabación del “Americano”, último registro con Weigle; o el sinfónico Op. 106, con el primer movimiento más hermoso que se haya hecho), los Brahms, una escalada sin cortapisas hacia el volcán; unos Ligeti que entonces destronaron a los “intocables” Arditti, un Schubert de gran temperamento (inusual la intimidad del D 887); unos modélicos Quintetos de Schumann y Brahms con Andsnes, un Shostakovich para enmarcar (Quinteto con Leonskaja, nada menos) o, entre otras muchas joyas de este cofre, una Noche transfigurada con sus queridos Thomas Kakuska y Valentin Erben, sus mentores del Alban Berg, en un encuentro postrero de quienes fueron sus padres musicales.

Gonzalo Pérez Chamorro