Entre los Cinco y Stravinsky hubo toda una generación de músicos rusos que fueron auténticos magos de la orquesta y que, como tales, se volcaron en crear partituras en las que su imaginación sonora se ponía al servicio de poemas sinfónicos, ballets y óperas de temática fantástica y mágica. Nikolai Tcherepnin (1873-1945) fue uno de esos magos, aunque su nombre y su obra se hayan visto eclipsados por otro Tcherepnin más revolucionario e innovador, su hijo Alexander.

El mayor de los Tcherepnin fue alumno de Rimsky-Korsakov y uno de los hombres de confianza, tanto en la faceta de compositor como en la de director de orquesta, de Serguéi Diaghilev. Su ballet Le Pavillon d’Armide fue precisamente la obra escogida por ese empresario para inaugurar la primera temporada de sus Ballets Rusos en París en 1909. Dos años antes se había estrenado en San Petersburgo con coreografía de Michel Fokine y un reparto de jóvenes promesas encabezado por Anna Pavlova y Vaslav Nijinsky.

La partitura es una pequeña joya, tanto por lo que se refiere a su refinadísima paleta orquestal como a una musicalidad que evoca sutilmente la atmósfera del siglo XVIII y transmite una inefable sensación de nostalgia. La versión, publicada originalmente por Marco Polo, permite apreciar esos valores, aunque se echa en falta algo más de vuelo e imaginación.

Juan Carlos Moreno