Sebastian Bohren se encerró en la biblioteca de Polling en Baviera durante tres días junto a Bach y su Stradivarius para dar a luz esta Sonata y dos Partitas, en el catálogo BVW del 1004 al 1006. El espectacular sonido obtenido responde a la acústica del recinto y a la magnífica técnica del violinista de Zurich (entrevistado en esta revista en noviembre de 2018); es imposible encontrarle un fallo en los más de setenta minutos que dura el disco.

Da la impresión de que cada nota está pensada y calculada, y que el azar no ha tenido papel alguno. Bohren obtiene un bellísimo sonido del instrumento, al que demanda poco vibrato y menos legato, salvo cuando es inevitable; aun así, no es una interpretación historicista al uso, pues la “vieja escuela” aparece en momentos clave. Esto sucede dentro incluso de una misma danza; véase la Chacona de la Segunda Partita para comprobarlo. Los movimientos rápidos resultan en sus manos prodigiosos, llenos de vitalidad, pero en los más lentos surge el problema: esa concentración y seriedad de la que hablaba acaba lastrando a un discurso que resulta, por momentos, muy pesado. Si le añadimos una paleta dinámica escueta y una pulsación férrea, la cosa se agrava.

Quizá sea este un disco para disfrutar, partitura en mano, de la genialidad de la escritura de Bach, de la perfección técnica o de la excelencia sonora, pero no de la  creatividad interpretativa en su máximo esplendor.

Jordi Caturla González