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Opinión-Crítica / Sobre la verdad artística - por Josué Bonnín de Góngora

Granada - 03/03/2022

Y se preguntará el lector habitante de este mundo deshabitado… ¿Y qué es la Verdad?, tal y como ocurriera hace dos siglos y pico alguien en uno de los trances cruciales de la Historia de la Humanidad. La respuesta a esta pregunta quizá no exista excepto por la revelación esporádica de la misma. No se la encuentra buscando y tal vez la encontramos sin buscar, pero de reconocimiento inmediato, como se reconoce el rayo de Sol que se revela igual para todos y de forma clara, auténtica y sin dudas. Entonces sabemos que esta existe y nos reconforta el espíritu y nos reconocemos y reconocemos al prójimo como tal. Es, entonces cuando tenemos conciencia de esa Verdad superior, sin trabas minerales, luminosa y que existe por sí.

También existe la Verdad artística y el que aquí escribe estas líneas tuvo el enorme privilegio de participar de ella en un concierto celebrado -nada menos- que en Granada, la tierra de Lorca y del refinamiento poético del Sacromonte. Fue allí, en Granada. El concierto incluía obras de grandes compositores con obras cumbre de la literatura para piano y violonchelo. A saber, la sonata op. 69 nº 3 de Ludwig van Beethoven, las “Piezas de Fantasía” op. 73 de Robert Schumann, la Romanza de memorias de Andalucía de Bonnín de Góngora y la Sonata de Debussy.

El programa, como se ve, fue una policromía de lirismos en el cada cual tenía una fuerte identidad que había que reflejar para viaje en el tiempo de los asistentes. Semejante proeza del sentimiento lo pueden hacer -pienso y acierto- muy pocos intérpretes sin caer en la homogeneidad del oficio. Pero…teníamos grandes nombres y grandes hombres en escena para revelarnos la Verdad artística de cada uno de esos inmensos autores (me excluyo -pues como suele decirse, la alabanza propia envilece-).

Beethoven fue uno de los primeros rayos que nos revelaron el gran pianista Ambrosio Valero y el gran chelista Alberto Martos. Nadie va a descubrirles, llevan descubiertos desde que el mundo es mundo; tan sólo me limitaré a decir mi experiencia.

Las primeras notas del I tiempo de Beethoven, en boca del violonchelo ya presagiaban la luz que vendría: se hizo palpable el nacimiento de la misma a través de la delicada secuencia tónica-dominante-superdominante que habría que ejecutar con suma delicadeza, porque si bien estaba declarada en movimiento, la asociación uno y cinco suele ser de carácter heroico y épico, como el mismo Ludwig, pero esta vez, contenido. La contestación del piano, delicada, sutil pero con todo su rigor. La pulsación de Valero, exquisita y precisa y la perfecta afinación de Martos nos hicieron ver a Beethoven tal y como era: poeta sonoro y mago del sonido. El Scherzo -al estilo de los del maestro de Bonn- casi sin respirar para dejarnos oxígeno en el lirismo del Adagio Cantabile, profundo y lírico pero sin afectación en la interpretación de Valero y Martos.

Como siempre -o casi- el maestro de Bonn deja de atenazarnos el cuello en sus últimos movimientos y dejarnos con un extraña confianza en el humano y en la libertad: ese optimismo único en Ludwig van Beethoven que nos habla de esperanzas pasadas y futuras.

Terminada esta sobresaliente interpretación, Valero y Martos… el choque lírico con Schumann. Bastaron únicamente los tres primeros compases para estar de lleno en la tragedia del universo schumanniano. De ahí -qué gran verdad- que lo sea que la Música empieza allí donde no llega ni la más sutil y refinada poesía. Estaba todo dicho y este conjunto Valero-Martos personalmente me retrotrajeron a la delicada poesía -dado el enclave del concierto- a las casidas -con esa pátina que da el tiempo a las cosas de valor- de Zaydún. Exquisitas la pulsación, la afinación y el cambio de métrica espiritual.

Y llegó el momento de la interpretación de una obra mía -que con muy buen criterio- eligieron los intérpretes. Difícil con palabras expresar tanto agradecimiento y tanto honor. La interpretación… ¿qué puedo decir, si ellos me mostraron mi obra, haciéndomela comprender? Como se ha dicho, queda prometido un trío para piano, violín y violonchelo para estas cumbres de la interpretación. Se preguntará el lector… ¿Y el violín? Estaba elíptico. Un dúo es un trío con violín supuesto. Y las manos y alma del violín serán las de Pablo Martos. Allí, se mostrará mi agradecimiento.

Y en estas, llegó un Debussy pleno de matices y colores sonoros. De la solvencia técnica, prefiero el silencio, no se puede hacer más. Tras la gestualidad y musicalidad tan particular de estos intérpretes se encontraba, revelada la expresión de la Verdad artística más profunda.

Es ésta consecuencia del Santo Grial que reposa en sus corazones. Estos intérpretes alejados del mundanal y pervertido ruido de hoy día -emborrachado de ceros y unos- han sabido encontrar su Excelencia artística a través de la personal y de un trabajo infatigable. Son héroes del mundo moderno que es el más antiguo y anciano de todas las épocas por más pantallas que haya. Alguien ha demostrado, por fin, que la luz es ajena a las tinieblas.

Como compositor, viví un momento inolvidable y sé que un hito en mi vida y carrera. Serán correspondidos con un trío y -a buen seguro- con un triple concierto para piano, violín y violonchelo.

por Josué Bonnín de Góngora, compositor y pianista (Benalmádena, invierno de 2022)

 

Foto: Ambrosio Valero y Alberto Martos, durante el concierto del ciclo “Tocando las estrellas”.

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