Que Daniel Hope es un músico extraordinario, eso no lo pone en duda nadie. Pero que le pierde su afán de protagonismo, su hiperactividad y su deseo de abordar cualquier cosa, eso tampoco es que sea muy discutible. Pudo comprobarse en la versión que el pasado 13 de diciembre ofreció de El Mesías de Haendel. Sobre el podio, como si se tratara de un director, dirigía, pero sin que ello le impidiera ejercer de concertino. Es decir, que hacía un rato una cosa, un rato otra, lo que es lo mismo que no hacer ninguna, al menos vistos los resultados: una lectura absolutamente plana, con momentos como la Sinfonía pastoral que, de tan lentos, resultaban insoportables. Dicho de forma castiza, quería estar en misa y repicando.
Para complicarlo todo un poco más, el elenco de voces era muy, pero que muy insuficiente, ya fuera por proyección, técnica o timbre. El único aliciente era la orquesta, cuya calidad era palpable, y sobre todo la prestación del Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana, una formación que sigue creciendo bajo la dirección de Xavier Puig y Simon Halsey. Lástima que delante no tuviera un director con ganas de hacer música y sí un ego extravagante, deseoso de que toda la función girara en torno a él con ese deseo de, menos cantar, hacerlo todo.
Juan Carlos Moreno
Orquesta de Cámara de Zúrich / Daniel Hope, concertino y director.
Martina Janková, soprano; Anna Harvey, mezzosoprano; Mauro Peter, tenor; Konstantin Wolff, bajo.
Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana. El Mesías de Haendel.
Palau de la Música Catalana, Barcelona.
Foto: Daniel Hope.