“Una fiesta sin duelos”
Si el veintiuno de junio (mi onomástica, por cierto, una de las varias del calendario para todos mis tocayos...) se ha fijado como fiesta de la música en Europa, revestida con apelativos como el de Robert Schumann, sea el del músico sajón, como es el caso (terminado en dos enes), de pleno diecinueve romántico, o el de aquel otro luxemburgués, entre otros muchos cargos y ministerios, Finanzas o Justicia, Ministro de Asuntos Exteriores francés, Robert Schuman también (pero con una sola ene en el apellido y acentuado a la inversa, a la francesa), pionero de la instituciones comunes europeas justamente un siglo después, cumple, sin lugar a dudas, todos los requisitos. Si es que alguna vez los hubo...
Frente a él, frente a este, absurdamente denostado por imperio de la dirección, Robert Schumann sinfónico, Johannes Brahms en plan de supuesta confrontación, supuesta batalla que tampoco hubo ni la hay hoy, explícita o implícita, que "dos no se pelean si uno no quiere" (no digamos ya... si los dos no quieren...). "Duelo romántico" dictaba el titular del ciclo (– ¿Quizás por una mujer...? – Ni lo creo ni, que yo sepa, consta nada al respecto...). Cosas de un marketing que, todo sea dicho, supuso, en este primer concierto inaugural de viernes, una estimulante entrada en concurrida sala sinfónica del Auditorio Nacional plagada de cámaras de televisión.
Y es que, a buen seguro, el sajón se habría deshecho en halagos ante cualquiera de las Sinfonías de Brahms si, claro, hubiera tenido oportunidad de hacerlo, como hizo ante las piezas que conoció en vida del joven compositor y pianista de Hamburgo.
Al frente de todos los elencos orquestales en este maratón de cuatro programas sinfónicos, ocho sinfonías y cuatro orquestas en menos de cuarenta y ocho horas, un sólido director estadounidense: James Conlon.
El primero de estos dobles programas, tuvo lugar, ordenadamente, con las respectivas primeras sinfonías de los citados y la Orquesta Nacional de España sobre las tablas del escenario.
Enérgico este Schumann de Conlon y “Primavera” sinfónica que desplegó pronto su fuerza, fiereza incluso en su Andante maestoso inicial antes de que éste derivara en Allegro molto vivace. Y relativo riesgo también, imprescindible en Schumann, con momentos de dirección que, en algún que otro punto, hubieran necesitado quizás algún ensayo más, pero que, en otros, funcionaron con primor; como, sin ir más lejos, en el convincente final del Allegro animato e grazioso de esta Primera sinfonía, con especial mención de aquel pasaje conclusivo que rodea un inspirado y bien dispuesto solo de flauta hasta una coda de brillante resolución.
Una actitud clara y dinámica que, especialmente con este maltratado Schumann, se agradece sobremanera en contexto festivo como éste, que bien podría haberse solventado "por la directa" en "modo aluvión".
La icónica Primera sinfonía de Brahms tomó de inmediato relevo. No ya del Beethoven sinfónico, como solemos apostillar a diestro y siniestro, sino, aquí, de su admirado Schumann. Una colación, circunstancial aquí, no tan alejada de la realidad aún cuando la numeración de las sinfonías pueda resultar engañosa (en el caso de Schumann sin lugar a dudas, pero, incluso, en el de Brahms pese a su obvio rigor cronológico).
Un poderoso pedal inicial, en la Primera de Brahms sonó a exordio. Pasos iniciáticos puntuados por redobles de timbal estremecedores. Un Brahms más impulsivo que "progresivo" al decir de Schönberg. Afirmación que, junto con la citada y forzada secuela beethoveniana, no sé si le hizo tanto bien ni justicia como se ha presumido por más de una centuria.
Un Brahms, pues, más activo y... si se quiere, schumanniano. Y se disfruta. Más aún con la orquestación de la que hace gala. Con elenco similar, más el preceptivo contrafagot (y menos el triángulo del majestuoso primer movimiento en Schumann), la orquesta sonó poderosa (– ¿… más "progresiva"? – Yo nunca diría eso), ajustada solidariamente a su propuesta musical, lo que no significa que hubiera más música que con la previa “Primavera” de Schumann y esos característicos (y criticados...) tremolados de la cuerda, hoy acertadamente destacados.
Mayor vigor y contundencia, pues, con un tejido musical, el brahmsiano, más espeso pero nítido, que presentó sus credenciales de principio en un bien cincelado primer movimiento. Un Andante sostenuto lírico dio con un Brahms más personal y proporcionado, pero con mayores peligros de afinación. No tan personal, su Un poco allegretto e grazioso llevo con naturalidad al sorprendente movimiento final. Movimiento cuya profunda lógica, no siempre asimilada ni entendida, tuvo en Conlon excelente traductor. Magnífico arranque en pizzicati como lo fueran los distintas texturas sucesivas, con maduradas entradas mayestáticas donde brillaron los atriles de la Orquesta. Un trabajado último movimiento, pues, como ocurriera con la Primera de Schumann, aquí en toda su complejidad, mostrada ya desde la secuencia de sus indicaciones de tempo y carácter: Adagio – Più Andante – Allegro non troppo, ma con brio – Più Allegro... remató la faena.
Y así, casi sin solución de continuidad, entramos en el segundo concierto dispuesto para lo que pronto se iba a convertir en una intensa matinée sabatina. Segundas sinfonías de ambos protagonistas con una Orquesta Sinfónica de Galicia más nutrida en atriles de cuerda que el elenco de la víspera (sobre la base de cuatro contrabajos).
La Segunda de Schumann, la “tapada” de su catálogo, sorprendió con una factura orquestal de formidable vitalidad ya en su primer movimiento Allegro ma non troppo tras la introducción Sostenuto assai y, no digamos, de seguido, en su Scherzo-Allegro vivace de extraordinaria flexibilidad en su vaivén desde el "Eusebius" melancólico al virtuosismo veloz de un "Florestán" de scherzo beethoveniano. Las dos personalidades, "Eusebius" y "Florestán", de un Schumann dividido. El genial Adagio espressivo, en este contexto interpretativo más tendente a la personalidad extrovertida de "Florestán", mantuvo su fluidez en todo momento, sin exageraciones, y nos llevó de la mano sin casi darnos cuenta al, éste sí, por principio, efusivamente dispuesto Allegro molto vivace de "Florestán" desatado. Con sus recesos, un movimiento cuidado que remató una versión conmovedora de excelente vitalidad, como dije en su presentación, y reflejos, sin concesiones, de nuevo, con un final encomiable, misteriosos crescendi sucesivos que llevaron al proceso cadencial, con velado homenaje a "la Novena" incluido. Que me perdonen los más leídos y enterados, pero aquí, en esta oculta Segunda sinfonía, de "tapada" la califiqué antes, hay más Beethoven que en todo el catálogo, sinfónico o no, de su pretendido sucesor, Brahms.
Haciendo uso de un segundo juego de tres timbales modernos, frente a los dos, en sol y do, históricos previos (interesante detalle instrumental a agradecer que nos brindó esta Orquesta en el previo Schumann), la frecuentada y exitosa Segunda sinfonía de Brahms discurrió por los mismos cauces. Una relativa extroversión siempre ajustada a tradición, y ejemplares reflejos rítmicos y acentuaciones, más notorias en las esculpidas piezas de Schumann que en este Brahms con mayor peso e inercia instrumental. Inercias, instrumental e interpretativa, que convergieron "… con spirito" en un sólido Allegro... final.
Una mañana de sábado, pues, que prometió emociones de principio y cumplió con estas "segundas partes" sinfónicas de los Schumann y Brahms que, como nunca, contradiciendo aquel manido refrán, fueron excelentes.
– ¡Chapeau maestros!
Luis Mazorra Incera
Orquesta Nacional de España y Orquesta Sinfónica de Galicia / James Conlon
Sinfonías (Primeras y Segundas) de Brahms y Schumann.
Solo Música, Duelo Romántico
CNDM, Centro Nacional de Difusión Musical
Auditorio Nacional de Música, Madrid
Foto: Orquesta Nacional de España dirigida por James Conlon en el Solo Música, Duelo Romántico / © Rafa Martín