La presencia de Zubin Mehta para Ibermúsica es como la llamada del amigo que nos visita y se hospeda en nuestra casa, recibido con los brazos abiertos. Así es la relación entre este veterano maestro y la promotora de música. “Zubin”, así se refiere al director de Bombay Alfonso Aijón cuando lo cita como si nosotros citáramos al mejor de los amigos, que lo recibe con los brazos abiertos en cada visita, como al que se echa mucho de menos.
Y no ha sido una casualidad que el hindú, muy repuesto de su enfermedad, aunque camine lentamente con un bastón que hace contener la respiración a todo el público cada vez que se subía al podio para dirigir, haya inaugurado la temporada número 50 de Ibermúsica, en la que también estará presente el 27 de abril de 2020 con la Filarmónica de Viena, ya que ha sido un constante apoyo y presencia en muchas temporadas. En ésta, la temporada del aniversario, también es su despedida con la orquesta israelita, tras medio siglo como asesor musical y 42 años como primer director titular de su historia, culminando su gira internacional en el Auditorio Nacional de Música.
Con un programa poco arriesgado, que permitió lucir las mejores cualidades de la Orquesta (especialmente la cuerda, de excepcional calidad y colorido), la obra que abrió el programa tampoco fue elegida al azar, era un homenaje a la orquesta y su azarosa fundación. Se trataba del Concertino para cuerda, de Ödön Pártos, primer viola en la orquesta israelí casi desde su fundación. La obra, con reminiscencias bartokianas pero sin la inquietante amenaza nocturna de éste, se escuchó como si nada, pues como estas hay centenares de músicas centroeuropeas compuestas por los mismos compositores que acabaron cruzando el charco para tener una mejor vida como discretos compositores cinematográficos en el sediento Hollywood de los años treinta.
Y la Sinfonía Concertante de Haydn (la que hace el número 105), sin la chispa debida, sonó equilibrada, moderada y con elegancia, pero quizá con falta de humor, aunque los solistas fueron por este camino en el tercer movimiento. Esta obra, tan querida también por Barenboim, “Daniel” para Aijón, otro íntimo de Mehta igualmente, les permite a ambos directores, cada vez que la dirigen, mostrar la calidad de los solistas de sus orquestas.
En la Sinfonía Fantástica (reconozco no ser muy subjetivo con esta obra, pues hace años que la digiero con dificultad), Mehta sacó a relucir su clase, su portentosa habilidad de clarificar la sonoridad, de hacer cantar a los solistas (entre ellos, el flautista Álvaro Octavio, solista de la Orquesta Nacional de España), de manejar la tensión y provocar belleza en cada pasaje. Explicado con claridad, el primer movimiento fue delicioso, un gusto sin excesos (a día de hoy, esta música ya no suena tan moderna…, puede haber pensado Mehta), con aún mayor elegancia para el vals (Un bal), ritmo que domina Mehta con especial swing y que tuvo una introducción memorable. No tan rotundo el lento, a pesar de las insondables bellezas que tradujo (se echó en falta una mayor intensidad en la percusión), y de calle ambos movimientos finales, marca de la casa de un director que es elegante hasta en el mismo aquelarre.
Las propinas, una azucarada y excesiva obertura de Las bodas de Fígaro de Mozart y la straussiana polka Unter Donner und Blitz, aplaudida con rabia, mantuvieron a Mehta más de quince minutos recibiendo la admiración de quienes lo vienen escuchando en Ibermúsica desde que caminaba con mucha más soltura, sin bastón y con la misma pasión que ahora.
Gonzalo Pérez Chamorro
Orquesta Filarmónica de Israel / Zubin Mehta.
Obras de Pártos, Haydn y Berlioz.
David Radzynski, violín. Emanuele Silvestri, violonchelo. Christopher Bouwman, oboe. Daniel Mazaki, fagot.
Ibermúsica. Temporada 2019/20. Auditorio Nacional de Música.
Foto © Jose Luis Pindado / Ibermúsica