Música clásica desde 1929

 

Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / William Christie y su Beethoven con la OCNE

Madrid - 19/10/2020

En la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música de Madrid se percibía la gran expectación del público allí congregado en el cuarto concierto del Ciclo Sinfónico de la Orquesta y Coro Nacionales de España. En este 250 aniversario de Ludwig van Beethoven se degustarían obras injustamente relegadas actualmente a un segundo plano interpretativo: la Misa en Do mayor op. 86 y la obertura del precioso ballet Las Criaturas de Prometeo op. 43, a lo que había que sumar la presencia en el podio de uno de los grandes Maestros de la interpretación historicista, William Christie.

La breve obertura que abrió el concierto nos adelantó las pautas que la orquesta desarrollaría a lo largo de la velada: derroche de vitalidad impulsada por William Christie, gran trabajo en la articulación del fraseo en la cuerda, una poderosa sección de metales apoyada en un extraordinario Juanjo Guillem en los timbales y el bellísimo y pulcro sonido de oboes y fagotes. También pudimos comprobar algunos desajustes rítmicos entre diferentes secciones, debido seguramente a la gran distancia entre unos y otros a la que se ven abocados a tocar los músicos en estos extraños tiempos de pandemia y a la dirección orgánica y cómplice que el Maestro impuso desde el podio, que es más efectiva cuanto más cercana es la disposición de los intérpretes.

La obra central del programa, la Misa en Do mayor op. 86, eclipsada por su hermana mayor, la Missa Solemnis op. 123, resultó todo un descubrimiento para gran parte del público. Fue compuesta en 1807 para festejar el cumpleaños de la princesa Josepha Maria, esposa de Nikolaus Esterházy II, continuando la tradición que Franz Joseph Haydn realizara entre 1796 y 1802 para celebrar tal efeméride. Probablemente la aparente simplicidad que muchos estudiosos achacan a esta misa sea con ánimo de continuar el legado de Haydn. Sea como fuere son muchos los tesoros que esconde esta composición.

En el comienzo de la obra, el Kyrie, precedido de una desconcertante directriz interpretativa -Andante con moto assai vivace quasi Allegretto ma non troppo-, el coro nos sorprendió con un precioso y equilibrado sonido pese a la gran distancia en la que se encontraban sus integrantes, comandado por unas pulcras y empastadas sopranos, a la vez que mostró una impecable afinación en los unísonos. El cuarteto solista exhibió un buen trabajo conjunto en sus primeras intervenciones, realizando verdadera música de cámara entre ellos sin afán de protagonismo individual, algo muy de agradecer.

La siguiente indicación de tempo y carácter que encabeza el Gloria -Allegro con brio- fue escrupulosamente seguida por Christie, quien imprimió una vitalidad a raudales con frecuentes saltos en el estrado, algo a lo que inmediatamente reaccionó tanto orquesta como coro con una exuberancia sonora que favoreció al tutti orquestal en detrimento de un coro que en momentos como este denotaba su merma numérica por la obligada situación sanitaria actual. El pasaje contrastante que le sucede, et in terra pax, fue una muestra de perfecta conjunción entre ambas formaciones, tanto en articulación, molto staccato, como en volumen. El siguiente pasaje, Gratias agimus tibi, nos descubrió un refinado y rossiniano timbre del tenor solista.

A continuación, el cuarteto vocal tomó el protagonismo en Qui tollis peccata mundi, en donde descubrimos unas frescas y jóvenes voces, con el sorpresivo e inhabitual aporte tímbrico del color del contratenor Théo Imart en este repertorio.  El Gloria concluyó con una fuga bien estructurada, Cum sancto spiritu, en donde brilló especialmente el sonido timbrado y poderoso de los tenores, quienes no obstante no pudieron evitar en los momentos más fortes ser dominados por las poderosas trompetas.

Prosiguió otro Allegro con brio, el Credo, con un ímpetu irreprochable de todos los músicos que afectó incluso a una pronunciación realmente incisiva del texto, lo que permitió comprenderlo perfectamente aún en los momentos más sonoros. El coro brilló especialmente en Deum de Deo, sección imitativa que permitió distinguir la calidad vocal de cada cuerda, destacando a unas sopranos realmente preciosistas y a unos aguerridos tenores. Terminó el pasaje con un pequeño solo de fagot exquisitamente ejecutado.

El clarinete también tuvo su momento álgido en la introducción del siguiente Adagio, Et incarnatus est, brindándonos un impecable fraseo acompañado de un dulcísimo sonido que fue arropado por unos precisos, a la vez que cantabiles, pizzicatos de la cuerda. Otros instrumentos de viento, esta vez las trompas, permitieron dotar de un desgarrador color al sucesivo pasaje, Crucifixus, que William Christie claramente exigió de sus músicos, algo que denota la presencia de los afectos barrocos en la interpretación del maestro y que tan bien conjugan con esta música. La cuerda de bajos del coro demostró su capacidad rítmica en sub Pontio Pilato, aún con todas las dificultades que supone el alejamiento físico para la interpretación musical conjunta.

El Credo terminó con la espectacular fuga Et vitam Venturi -Vivace-, en donde nuevamente William Christie fue fundamental en la impresión de ese carácter, intenso, luminoso, tan jovial que resulta fascinante que un intérprete de tan larga trayectoria siga conservando. Los exigentes y veloces pasajes del fugato no pusieron en aprietos el excelente momento por el que atraviesa el Coro Nacional de España.

Muy del gusto del director americano afincado en Francia resultó el siguiente movimiento, Sanctus, un adagio que le permitió jugar con el legato de la parte coral, bien afinada del coro, especialmente en los fragmentos a capella, con los intachables redobles del timbal, que fueron destacados a propósito para denotar una sensación inquietante cuasi bélica.  

El fragmento solista por excelencia de toda misa musicalizada, Benedictus, nos dejó bellos momentos de gran lirismo tanto por la orquesta como por los solistas, pero que denotó un incorrecto equilibrio entre los cantantes con el conjunto instrumental, claramente dominado por estos últimos.

La sección siempre alegre Osanna in excelsis, en esta ocasión un jovial fugato, nos permitió volver a disfrutar de buenos planos sonoros, con la consiguiente correcta comprensión de los distintos motivos que componen dicha forma.

En la última parte de la misa, Agnus Dei, la sección grave de la cuerda, violonchelos y contrabajos, nos brindó una muestra de su formidable calidad, con un excelente fraseo de bello sonido, a la par que ofrecieron unos impecables pizzicatos de una asombrosa exactitud. Asimismo, se evidenció el gran trabajo que Hiro Kurosaki, concertino invitado, uno de los referentes en la interpretación historicista y habitual solista con Les Arts Florissants, ha realizado con la orquesta, puesto que en Dona nobis pacem brilló especialmente la homogeneidad con la que los violines abordaban cada motivo, cada frase, con la peculiaridad de la carencia casi absoluta del vibrato, práctica habitual de los conjuntos dedicados a repertorios de la denominada música antigua. Quizás el tempo de este movimiento fue excesivamente rápido, puesto que el pasaje miserere nobis que abordó el coro resultó apresurado.

Por último, la sección Andante con moto, tempo del Kyrie que cierra la obra fue especialmente expresiva por parte del maestro, con lo que puso un punto y final amoroso a la velada.

El público dedicó una larga y cálida ovación a todos los intérpretes, con especial efusividad hacia el coro y la orquesta, así como hacia el maestro William Christie, quien se despidió de la audiencia con unos afectuosos saludos en dirección a todos los músicos, solistas, orquesta, e incluso subiendo muy cariñosamente a la tribuna del coro.

Simón Andueza

Orquesta y Coro Nacionales de España. Director: William Christie. Mariasole Mainini, soprano, Théo Imart, contratenor,  Bernard Richter, tenor, Sreten Manojlović, barítono.

Ludwig van Beethoven: Obertura de Las Criaturas de Prometeo, op. 43 y Misa en Do mayor, op. 86.

18 de octubre de 2020, 11:30 h.

Ciclo Sinfónico de la OCNE.

Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música, Madrid.

1194
Anterior Crítica / Florilegium de lo desconocido (Real Orquesta Sinfónica de Sevilla)
Siguiente Crítica / Ellinor D’Melon con la Real Filharmonía de Galicia