Alondra de la Parra, que dirigió esta vez a la Orquesta Sinfónica de Galicia, es una joven directora con estudios en la Manhattan School of Music, y que presenta un currículo de sólida proyección ya que en esta temporada, fue directora invitada de la O.S. de Milán, mientras daba a conocer iniciativas artísticas en el espacio de la danza como Romeo y Julieta, con Kenneth McMillan, para el Royal Ballet o Como agua para chocolate, con Joby Talbot, para esa compañía y destinado al Covent Garden, según coreografía de Christopher Wheeldon.
Estreno de Arturo Márquez, con la Sinfonía imposible, compositor mexicano del que tuvimos afortunada noticia por su Concierto para trompeta y orquesta, en manos de Pacho Flores, junto a otro estreno de Efraín Oscher. Márquez, viva representación de culturas con raíces, destaca en especial por la escritura de obras concertantes, entre las que sobresalen Viraje- para arpa y cuerdas-; Máscaras-arpa y orquesta-; “Concierto Son-flauta y orquesta-; Espejos en la arena-chelo y orquesta- o Danzas mestizas, para clarinete bajo y cuerdas. El concierto referido, era una idea de esa luminosidad sonora, patrón de sus esencias imaginativas que se desplegaban para las variadas trompetas de Pacho Flores, en una serie de tres cuadros sonoros: Son de luz, Balada de floripondios y Conga de Flores.
La Sinfonía imposible, es obra de encargo vinculada con Alondra de la Parra y que se desarrolla en una serie de breves tiempos, en una mención especial a las emergencias universales. Un primer espacio, con un leit-motiv como elemento recurrente, se identifica en doble faceta con la angustia entre la naturaleza y la actitud del humano frente a ella, expresada por la cuerda para la primera y el viento por los segundos. Una actitud majestuosa, a cargo de la trompa solista, se identifica con ese término tan de actualidad, y un canon para dos chelos solistas, en la continuación, expresando la aspiración a la igualdad de géneros, al que ponían acento flauta y contrabajo.
La combinación de disonancias, armónicos artificiales y fusas de las cuerdas, es aspecto propio de un lenguaje contemporáneo. El espacio final, es una parodia de aparente desacuerdo acerca de las nimiedades de elementos esenciales, con el protagonismo de dos violines solistas, utilizando igual secuencia de alturas. Fue el trombón quien protagonizó el final de la pieza de manifiesta pujanza sonora para otorgar a la directora su importancia en el proyecto de esta Sinfonía imposible.
Entrega que mantuvo con Brahms para la Sinfonía nº 3, en Fa M. Op. 90, con el autor retirado en Wiesbaden mientras indagaba sobre nuevos recursos, ya que vivía un consciente estado de transición y las urgencias obligadas de un nuevo concepto sinfónico, a la postre, una partitura símbolo, con atención a los pequeños detalles, pura madurez del maestro en el climax sinfónico desde el Allegro con brio, efectiva explosión con perfiles triunfales a cargo de las maderas agudas, hacia registros más oscuros que marcan su impronta, destacando el tema propuesto por el clarinete, en un motivo vibrante, que se adivina con influencias populares cargados de ternura. Otro tema en manos del oboe, breve apacible y dulce, proponía los resultados del desarrollo.
Un sinfonismo que valdrá el calificativo de poética del recuerdo y que para Hugo Wolf, no muy afecto a su música, confesará que le recordaba a una persona que volvía a su vieja morada, echando un vistazo a las telas de araña que penden del techo y a la hidra que entra por las ventanas.
El Andante que nos acercaba a una especie de paréntesis en clave de duda, siendo efectivamente el punto de reposo que hasta ese momento resultaba tensa y dramática. Valga que esa serenidad clara nos traslade a obras de juventud de cálida sencillez, con temas populares de vocación liederística y probados en las obras camerísticas. Un primer tema de suma importancia, se manifestaba a través de las variaciones de considerable maestría en las que se reconoce la idea que ampliará en el episodio siguiente con protagonismo de clarinetes y fagotes o la continuación conclusiva en la búsqueda de equilibrio sonoro gracias a las cuerdas y las maderas. Contrastada expresión de reposo que para avezados entusiastas, supone una pudorosa conversación.
El Poco Allegretto marcado por las cuerdas con un reconocible aire anunciado por los chelos y que, con seguridad, nos invitaba a pensar en una comparación formal con un scherzo, en realidad uno de los tiempos caracterizados por el color, las contagiosas medias tintas y una perceptible ironía que descubrimos en obras distanciadas en lo formal. De nuevo el lirismo como sustento en su delicadeza y afabilidad melancólica, desde un avance por detalles nos recordará en la distancia, a las herencias de las danzas húngaras, cediendo a una segunda aportación ensoñadora con perfiles contrastantes. El trío, un pasaje meditativo, queda como un momento de nuevo meditativo, en el contexto de una marcha lenta, extrovertida y afable. Puro Brahms en sus detalles más reconocibles.
El Allegro final, podía pasar por un enfrentamiento con la naturaleza, en una ansiada confluencia de los resultados constructivos previos, y una confirmación de esa evolución de su lenguaje sinfónico que resume la fusión entre los patrones artesanales y la más acendrada inspiración técnica. Llegamos así a los pasajes grandiosos en cuanto a las proporciones. La exposición sobre tres temas principales, crudos en cierto modo y apasionados en su dramatismo pretendido, resulta la trama compleja elaborada sobre argumentos posiblemente reconocibles, en un grandioso desarrollo, que nos deja a las puertas de la coda de cierre, en similares parámetros.
Ramón García Balado
Orquesta Sinfónica de Galicia / Alondra de la Parra
Obras de Arturo Márquez y Johannes Brahms
Palacio de la Ópera, A Coruña
Foto © Alberte Petiavel