La Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música de Madrid acogió por primera vez, que yo recuerde, la interpretación de una de las obras más importantes de nuestra historia de la música, ya que es el canto de cisne de uno de los compositores españoles más reconocidos y valorados, considerado por musicólogos e historiadores, al unísono, como el compositor más importante que España haya tenido la suerte de engendrar. Nos estamos refiriendo al Officium defunctorum de Tomás Luis de Victoria, conocida popularmente como el Requiem de Victoria, puesto que su obra central primordial es la misa de difuntos.
Esta obra, compuesta en 1605 para ser interpretada en las exequias de la emperatriz Margarita de Austria, hermana de Felipe II, en el madrileño convento de las Descalzas Reales donde Margarita residía tras la muerte de su esposo, no es la única música que Victoria compusiera para una misa de difuntos. Así, en 1583, el abulense, y siguiendo una formidable tradición ibérica, ya compuso su primer Requiem, publicado en Roma a cuatro voces, composición que basa su polifonía básicamente sobre el canto llano del oficio de difuntos, debe considerarse como un interesantísimo documento musical que debiera estudiarse e interpretar de un modo habitual sobre el que el propio Tomás Luis de Victoria reflexionó y amplió con una sapiencia magistral este Officium defunctorum a seis voces que hoy nos ocupa.
Esta magna obra se ofreció dentro de los conciertos que organiza y programa el Centro Nacional de Difusión Nacional en su ciclo Universo Barroco, dentro de su sala de cámara, espacio de excepcional acústica, pero que resulta un lugar algo demasiado alejado del propósito y circunstancias de la música interpretada, pese a que ofrecer esta música en un concierto tal y como hoy en día lo entendemos, resulta algo ajeno a su propósito verdadero, que es el de la oración religiosa, elevando aún más sus textos mal propósito divino. Esta circunstancia es un paradigma sobre el que experimentadas agrupaciones ya han realizado ejercicios de circunscribir esta música en su verdadero contexto, que es la liturgia, realizando unas reconstrucciones litúrgicas que dotan a esta soberbia polifonía de su sentido verdadero, el de la excepcionalidad musical dentro de un contexto de la habitual música monódica habitual en su natural emplazamiento: el templo religioso.
Como Madrid lamentablemente no cuenta, o al menos, todavía nadie ha sido capaz de dar con la iglesia idónea, tanto en su acústica como en su aforo, el CNDM ha ofrecido este concierto en una de las salas con mejor acústica imaginables, hecho que le honra como ejercicio de situar esta magna música en el mejor de los emplazamientos posibles. Quizás debiéramos atrevernos a pedir a nuestros responsables la construcción de un edificio en la capital de Madrid que permita la realización de estos conciertos en las óptimas condiciones. Creo que sería algo realmente interesante y una inversión óptima hacia nuestra cultura y patrimonio.
Sea como fuere, el prestigioso conjunto belga Vox Luminis fue el encargado de interpretar esta soberbia música en una Sala de Cámara del Auditorio Nacional abarrotada, dato este muy interesante para la difusión de un patrimonio musical que clama atención desesperadamente: nuestra música anterior a 1600. En nuestro panorama actual que reclama y defiende la recuperación de nuestro magnífico patrimonio musical todavía tenemos una asignatura pendiente muy urgente, la defensa de la mejor música del planeta posible de una época en la que España era su primer y mejor productor. Nuestros compositores del llamado Siglo de Oro estaban a la altura de nuestra economía y dominio del mundo occidental.
El Imperio Español cuenta con los mejores autores y obras que deben ser interpretadas y difundidas a todos los niveles por nuestros músicos y agrupaciones, hoy en día perfectamente capaces de abordar esta responsabilidad y este placer interpretativo. Este camino que todavía se encuentra casi inexplorado y que ya ha sido comenzado a recorrer últimamente de un modo activo y al fin productivo, me refiero a siglos posteriores, siglos XVII y XVIII primordialmente, debe ser tratado con la misma ecuanimidad, empeño y dedicación, sobre todo porque disponemos de la mejor de la música que podamos imaginar durmiendo en unos frágiles archivos que claman a gritos su interpretación, difusión y grabación.
Tomás Luis de Victoria es un genio, sí, por supuesto, pero nuestros compositores de su misma época y estilo se cuentan por decenas, y casi todos se encuentran actualmente olvidados o menospreciados en busca de una verdadera puesta en valor que los devuelva a su verdadero y preeminente lugar mundial. ¿Alguien imagina el siglo XX sin que Estados Unidos de América hubiera sacado partido a su música, músicos y compositores? Pues esto nos sucede a nosotros con la música de nuestro Siglo de Oro.
Sea como fuere, Vox Luminis interpretó el Officium defunctorum de Tomás Luis de Victoria con su habitual prurito y perfección, buscando la excelencia sonora de una música descomunal y que seguramente muchos de los presentes en la sala fue la primera vez que escucharon.
Poco más voy a añadir por respeto a mis admirados Vox Luminis, excelentes profesionales e intérpretes de la música, y que están en constante defensa e interpretación a lo largo y ancho del planeta de un repertorio que cada vez es menos desconocido, en gran parte gracias a su labor.
Solamente quiero ampliar, ya que dispongo de esta excelente ventana que se me ofrece para dar mi más humilde opinión sobre estos trascendentes asuntos, que nuestros responsables sean valientes y defiendan y apuesten por el mejor patrimonio imaginable. Lo tenemos al alcance de nuestra mano y necesita de todo nuestro apoyo y difusión.
Simón Andueza
Vox Luminis, Lionel Meunier, bajo y dirección.
Obras de Tomás Luis de Victoria y Cristóbal de Morales.
Ciclo ‘Universo Barroco’ del CNDM.
Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música, Madrid. 29 de noviembre de 2023, 19:30 h.
Foto © Elvira Megías