El pasado 7 de octubre, el público de L’Auditori se puso en pie para aplaudir al joven pianista asturiano Martín García García por la interpretación que había regalado del Concierto para piano n. 1 de Tchaikovsky.
Desde el arranque, la suya fue una lectura espectacular, una auténtica exhibición de fuerza y a la vez de sutileza, de fantasía y de fuego en la mejor tradición de la escuela pianística rusa de la que proceden sus maestros. En dos palabras, puro virtuosismo, pero en sentido positivo, tal era la soltura y facilidad con que el solista avanzaba por la partitura. García hizo gala de una articulación prodigiosa, de ataques seguros y claros, de un sonido límpido y cristalino, y ello en una gama dinámica asombrosa, por no hablar de su generosa expresividad, especialmente en un transparente y delicadísimo Andantino semplice. No, no es por casualidad que en la última edición del Concurso Chopin de Varsovia el pianista alcanzara el tercer premio: es un talento descomunal que hace fácil y natural lo que es abrumadoramente difícil.
La Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC), sin embargo, no siempre estuvo a su altura, sobre todo en aquellos momentos más enérgicos en los que el director, Roderick Cox, no supo equilibrar el sonido y acabó ahogando al piano.
La velada se abrió con una aseada versión del Réquiem para cuerdas de Toru Takemitsu y se cerró con el Concierto para orquesta de Bartók.
La versión que ofreció Cox de esta última obra fue irregular por lo brusco de algunas transiciones y ataques, y por centrarse más en la visión de conjunto, en la brillantez sonora, que en los detalles. Aun así, tuvo momentos interesantes que permitieron disfrutar de la imaginación tímbrica y rítmica del compositor, su cáustico humor y su nostalgia de su Hungría natal.
Juan Carlos Moreno
Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Roderick Cox
Martín García García, piano
Obras de Takemitsu, Tchaikovsky y Bartók
L’Auditori, Barcelona
Foto © May Zircus