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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Violetta en tiempos de pandemia (por Juan Carlos Moreno)

Barcelona - 07/01/2021

No está siendo esta una temporada fácil para las temporadas musicales que se llevan a cabo en Cataluña. El coliseo de las Ramblas bien puede atestiguarlo, primero con Don Giovanni, cancelado cuando apenas había comenzado a representarse, y luego con esta La Traviata, que ha pasado de funciones para solo quinientas personas (menos de una cuarta parte del aforo) a suspender representaciones y, cuando el aforo permitido pudo doblarse, a ampliar sesiones.

Todo ello ha supuesto un esfuerzo humano y logístico importante, una de cuyas caras más visibles ha sido la necesidad de contar con cantantes que pudieran hacerse cargo de las quince funciones previstas y abordar imprevistos de última hora como la laringitis que impidió al tenor eslovaco Pavel Breslik cantar los días 16 y 17 de diciembre. A pesar de todas esas dificultades, La Traviata no solo salió adelante, sino que lo hizo a un nivel muy alto.

La última función tuvo lugar el 30 de diciembre y es la que pudo ver quien esto suscribe. Fue también la única en la que participó como Violetta la soprano albanesa Ermonela Jaho (entrevistada en RITMO de enero), la gran triunfadora de la noche junto con la directora Speranza Scapucci. Jaho fue de menos a más, pues en el primer acto su voz, siempre segura en el registro central, sufría a la hora de hacer frente a las coloraturas.

Esos problemas desaparecieron en los dos actos siguientes, más dramáticos, en los que supo sacar un extraordinario partido no solo de su voz, sino también de sus incuestionables dotes actorales para mostrar una Violetta enferma, sufriente y despreciada. En este aspecto flaqueó el tenor Dmitry Korchak, un Alfredo más bien monolítico. El ruso tiene una voz que es un cañón, con ese color algo metalizado propio de los cantantes eslavos, y sabe modularla con musicalidad y conocimiento de estilo, pero sin llegar a dotar de vida al personaje. En cuanto al barítono Giovanni Meoni, fue un Germont de línea noble en lo musical, manipulador y autoritario en lo escénico. El resto de intérpretes solventaron con nota sus breves papeles.

En el foso brilló con luz propia Speranza Scapucci. No es uno de esos directores de orquesta que de vez en cuando dirigen ópera, sino una directora de ópera pura y dura, alguien que conoce el estilo italiano y la importancia que en él tienen las voces; voces que ama y que sabe cómo cuidar y hacer que brillen sin que la orquesta las ahogue. Y, al mismo tiempo, sabe hacer que esa orquesta sea un protagonista más de la acción y no un mero fondo sonoro.

Verla dirigir es un espectáculo por la atención que presta a los cantantes para guiarlos y acompañarlos en sus arias, o por la forma que tiene de comunicar con los músicos que comparten con ella el foso, por supuesto con la batuta, pero también con la mirada. Ponerla al frente de La Traviata solo puede calificarse de acierto. Gracias a ella, orquesta y coro brillaron a una gran altura.

En lo que se refiere a la producción, la dirección de escena que firma David McVicar está dominada por el realismo, sin elementos anacrónicos o modernos que, con la excusa de buscar nuevos enfoques (pocas veces lo son), lo único que consiguen es distraer la atención. El único elemento extraño (y obligado, dadas las circunstancias) es la mascarilla que el coro y cuerpo de ballet han de lucir. Ciertamente, la propuesta no es original, ni tampoco lo pretende, pero tiene un ritmo escénico adecuado y funciona.

En definitiva, el Liceu despide este aciago año de la manera más espléndida e ilusionante posible. Esperemos que en este 2021 que ahora empieza esa ilusión se mantenga, pero ya sin esa sensación de incertidumbre que provoca la pandemia. Será una señal de que esta ha quedado ya atrás.

Juan Carlos Moreno

Ermonela Jaho, Dmitry Korchak, Giovanni Meoni, Gemma Coma-Alabert, Laura Vila, Antonio Lozano, etc.

Orquestra Simfònica i Cor del Gran Teatre del Liceu / Speranza Scapucci.

Escena: David McVicar.

La Traviata, de Giuseppe Verdi.

Gran Teatre del Liceu, Barcelona.

Foto © A. Bofill

 

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