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Crítica / Vibrante inauguración de Ibermúsica con la Filarmónica de Viena - por Juan Manuel Ruiz

Madrid - 07/10/2024

La Wiener Philharmoniker, bajo la dirección del maestro Daniele Gatti, fueron los protagonistas estelares de la esperada apertura de la nueva temporada del ciclo de Ibermúsica en Madrid. En programa, dos obras de maestros rusos del siglo XX muy contrastantes: Apollon Musagète, de Igor Stravinski, y la Sinfonía n. 10 en Mi menor op.93, de Dimitri Shostakovich.  

El ballet Apollon Musagète, obra escrita para orquesta de cuerdas por Stravinski en 1928 durante su exilio de Rusia en Estados Unidos, fue interpretada con toda la finura de matices y precisión que es propia de los arcos de la filarmónica vienesa: empaste sonoro absoluto, sonido límpido, planos perfectamente diferenciados, articulaciones precisas, fraseo flexible y, sobre todo, ese timbre especial sedoso y, a la vez, corpóreo que hace de la sección de cuerdas vienesa un basamento orquestal sin parangón.

Si todas estas virtudes fueron por sí solas motivo de deleite, no menos lo fue la respuesta de la cuerda a los claros y refinados gestos del maestro Gatti, parco en movimientos, pero convincente a la hora de mostrar la silueta formal de esta delicada obra stravinskiana, muy lejos en estilo, forma y poder creativo de los paradigmáticos ballets rusos que la preceden, aunque equilibrada en estructura y sugestiva en sonoridad. La interpretación, impecable, adoleció de cierto pulso vital en sus primeros números, volviéndose resolutiva a partir del Pas de deux –uno de los momentos más exquisitos logrados en la suite– para progresar brillantemente hasta la Apothéose final. Versión, en definitiva, que podría ser ejemplo de la ejecución musical sin retóricas añadidas, como expusiera el propio Stravinski en su Poética musical.

Muy contrastante en concepto y mensaje con la primera parte del concierto resultó la tremenda acometida realizada por los filarmónicos vieneses y Gatti de la Sinfonía n. 10 de Shostakovich, escrita en 1953 en la Rusia soviética. El Moderato se inició con las sombrías oleadas sonoras obtenidas por la sección de cuerda de la formación vienesa, creando una atmósfera densa y pesante que iría derivando a los sucesivos puntos climáticos del movimiento. Gatti construyó con pulso adecuado cada uno de los dramáticos tutti y sus transiciones, dosificando las tensiones sin perder el balance sonoro en los momentos de mayor intensidad. Tuvieron intervenciones destacadas los solistas de clarinete, flauta, fagot y piccolo a la hora de contribuir al clima trágico que envuelve a todo este movimiento.

El Allegro fue uno de los momentos de mayor intensidad de esta particular versión. La Filarmónica de Viena exhibió en él las cualidades que la hacen ser una de las mejores formaciones del mundo: total empaste y equilibrio sonoro en todas sus secciones, máximo virtuosismo y precisión ejecutoria –como la mostrada en los vertiginosos pasajes de maderas y cuerdas presentes en todo el movimiento–, absoluta empatía y respuesta al directos y, además, poderío dramático a la hora de traducir los convulsivos ritmos y motivos eyectados sin tregua por este implacable movimiento.

Más atenuado resultó el Allegretto en su inicio, bien articulado en la exposición de los motivos temáticos, aunque algo carente de mayor ironía y gracilidad, así como un poco más rápido en tempo de lo marcado en la partitura. La orquesta recuperó el empuje idóneo en el desenlace dramático del movimiento, con especial remate de la sección de trompas –cuyo solista no había estado del todo preciso en el tema previo de “Elmira” –. El solo de violín y de trompa con sordina, junto a la flauta y piccolo que recordaban el acrónimo DSCH en la coda, sobresalieron por encima de los pizzicati de las cuerdas graves y las resonancias de los timbales, bombo y tam-tam, como un eco profundo del conflicto so resolutivo planteado hasta este momento en la sinfonía.  

El comienzo del Andante-Allegro volvió a exhibir el ambiente enigmático y lóbrego propio del inicio de la obra, intensificados por los muy destacables solos de oboe, flauta, fagot y clarinete. La sección rápida del movimiento resultó brillante en su realización, empuje rítmico, cohesión orquestal y despliegue virtuosístico, si bien el conflicto dramático entre el convulso tema rítmico del segundo movimiento (que el discutido S. Volkov identifica con Stalin) y el acrónimo de Shostakovich no fue reflejado como victoria contundente de este último en su resolución. La obra, que transita desde la oscuridad a una incierta luminosidad en su devenir expresivo y temporal, fue concebida por Gatti y los filarmónicos, pese a su espectacular final, como un continuo sonoro de ambiente glacial en esta vibrante y particular versión.

Aplaudidos con total entusiasmo del público, el maestro y la formación vienesa ofrecieron como propina de esta excelente actuación la Danza húngara, No. 5, de J. Brahms, en una entregada interpretación que liberó la tensión no resuelta de la sinfonía.  

Juan Manuel Ruiz

 

Orquesta Filarmónica de Viena / Daniele Gatti.

Obras de Stravinski y Shostakovich.

Ibermúsica, Madrid.

 

Foto © Rafa Martín / Ibermúsica

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