Una de las consecuencias de la globalización es que pocas, muy pocas orquestas de la actualidad tienen algo que se podría calificar de “sonido propio”. Sí, hay orquestas que suenan estupendamente bien y tienen un gran nivel, pero son intercambiables, sin una personalidad definida. La Filarmónica de San Petersburgo es una de esas privilegiadas que han sabido conservar su sonido gracias a una cuerda imperial, magnífica, una madera con color y calidez, y un metal ácido, incisivo.
El público del Palau pudo comprobarlo el pasado 9 de mayo en un programa dirigido por su titular Yuri Temirkanov, que tuvo a Tchaikovsky como protagonista. En la primera parte, el joven Behzod Abduraimov abordó el Concierto para piano n. 1 buscando el lado más extrovertido y fantasioso de la partitura, lo que se agradece cuando se trata de una música tantas veces escuchada. Ese ímpetu juvenil se aliaba a la perfección con la sabiduría de Temirkanov, fiel a la tradición en todo momento, pero sin caer en la rutina. Pasó también en la Sinfonía n. 5: sin necesidad de hacer grandes gestos, dirigiendo a veces simplemente con la mirada o una indicación de la mano derecha, la suya fue una versión pletórica, rica y emocionante, más aún por la posibilidad de disfrutar de una orquesta tan perfecta, especial y diferente como esta.
Juan Carlos Moreno
Filarmónica de San Petersburgo / Yuri Temirkanov.
Behzod Abduraimov, piano. Obras de Tchaikovsky.
Palau de la Música Catalana, Barcelona.
Foto: Behzod Abduraimov, piano.