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Crítica / Venecia: Calderón en Italia - por Jorge Binaghi

Venecia - 18/11/2024

La vita è sogno de Gian Francesco Malipiero que viera la luz hace ochenta años en La Fenice y uno antes de modo absoluto en Breslau, volvió a la laguna con motivo de tal aniversario, pero en el más íntimo Teatro Malibran (en homenaje a la mítica cantante) que La Fenice ahora utiliza para obras de cámara, barroco, y además de concierto, todo aquello que necesite de un ámbito más íntimo.

El libreto es del propio autor sobre la obra homónima de Calderón de la Barca, al que ha reducido mucho(la duración es de hora y diez aproximadamente, tres actos sin intervalo) cambiando el nombre de algunos personajes (Rosaura por Diana, para dar el ejemplo más importante) pero también en otros casos con una traducción casi literal.

Queda claro en cualquier caso el interés del compositor por el mundo del 1600 (hay que recordar su interés por Monteverdi al que logró hacer volver s los teatros con una excelente versión – hoy descartada, pero valiosa aunque no haya considerado la posibilidad de ningún contratenor- de su inmensa Poppea) y la calidad de su música, bella y nada ‘difícil’ aunque con la problemática común a su época de la escritura para las voces que impide no sólo la comprensión de muchos momentos del texto, pero sobre todo insiste con monotonía –y con peligro para los intérpretes- en la tesitura aguda.

De demostrar la primera parte de la afirmación se encargaron sobre todo coro y orquesta de La Fenice preparados respectivamente por Alfonso Caiani y Francesco Lanzillotta (los momentos en que se recrean madrigales fueron una delicia y quizás el momento más alto de la velada).

Los cantantes fueron bien elegidos y se desenvolvieron con bravura, a partir de una Veronica Simeoni (Diana) con un clara posible del texto, siempre atenta a dar un significado a palabra y acción, pese a lo riesgoso de la tesitura. Dígase lo mismo de la labor de Riccardo Zanellato (el rey) y en el papel de Segismundo (aquí sólo llamado ‘el príncipe’) de Leonardo Cortellazzi, cuyo timbre lo hace particularmente adecuado para este tipo de roles. El cuarteto principal se completaba con el buen Clotaldo (preceptor y carcelero) de Simone Alberghini. Ninguno de estos personajes tiene mucho espesor, ni tan sólo simbólico, pero sí mucho más y con más sentido que los secundarios que no cumplen otra función que la decorativa. Probablemente el más necesario sea el del criado de Diana y escudero del rey que le correspondieron a Enrico De Geronimo. Los sobrinos del rey, y en teoría conspiradores, fueron Francesca Gerbasi (Estrella) y  Levent Bakirci (Don Arias), pero podría prescindirse de ellos.

La nueva producción se encomendó a Valentino Villa que realizó un buen trabajo, más bien de ilustración que de interpretación, con decorados sencillos y funcionales de Massimo Checchetto, buen vestuario de Elena Cicorella, muy buenas luces diseñadas por Fabio Barettin, y movimientos coreográficos no muy interesantes de Marco Angelilli.

El Teatro ofrecía una buena entrada, el público demostraba interés (nada de ruidos o sigilosas fugas), y al final hubo sostenidos aplausos para todos.

Jorge Binaghi

 

Veronica Simeoni, Riccardo Zanellato, Leonardo Cortellazzi, Simone Alberghini, y otros.

Dirección de orquesta: Francesco Lanzillotta.

Dirección escénica: Valentino Villa.

La vita è sogno, de G. F. Malipiero.

Teatro Malibran, Venecia

 

Foto © Michele Crosera

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