El segundo concierto de la residencia artística de la presente temporada del CNDM de Alberto Miguélez Rouco transcurrió en una abarrotada Sala de Cámara del Auditorio Nacional, con un programa de repertorio infrecuente, y que nos adelanta en esta primera semana de Adviento los festejos que están por llegar.
El programa escogido contiene piezas de recuperación histórica que debemos agradecer especialmente a Miguélez Ruco que podamos volver a disfrutarlas actualmente. Aunque no aparezca en el programa de mano ni en la publicidad recibida como “recuperación histórica en tiempos modernos”, coletilla que tanto gusta a programadores y organizadores de conciertos por la novedad y exclusividad que esto conlleva, debemos resaltar que Rompa, Señor, mi acento, de Francisco Corselli, es una preciosa cantada, nombre en castellano con el que debemos acostumbrarnos a denominar al término italiano “cantata”, que dio título al disco homónimo con que el joven contratenor realizó su debut como solista en 2020. Este hecho muestra el meteórico ascenso del extraordinario talento artístico de Alberto Miguélez Rouco, y da una muestra de lo que es su personalidad musical, puesto que esta primera cantada es una bella pieza de Francisco Corselli que el contratenor coruñés ha incorporado de un modo completamente natural a su repertorio, y que cualquier otro intérprete consideraría como rara avis o como mera anécdota de recuperación patrimonial.
Si el mes pasado la velada de Los Elementos que supuso su primera cita como grupo residente en la sala sinfónica fue una fabulosa muestra de la grandiosidad del repertorio exuberante que la agrupación puede llegar a dar vida de nuevo, -una ópera de unas tres horas de duración plagada de recitativos, arias, compleja instrumentación, con un libreto ambicioso, y que exige un plantel de instrumentistas y de cantantes tan extenso como audaz- en esta ocasión pudimos disfrutar de su antagonista, la muestra camerística de un repertorio humilde en cuanto al número de efectivos, pero de una calidad musical formidable, que tuvimos de nuevo el privilegio de degustar.
El repertorio español de barroco tardío, que forma parte de la idiosincrasia de todos los intérpretes que ayer estuvieron en el escenario, comenzó con la citada pieza de Corselli para alto solista y cuerda. Rompa, Señor, mi acento, puso de inmediato en situación al público madrileño mediante una demostración práctica de la calidad vocal y musical de Alberto Miguélez Rouco como solista. Desde los primeros compases del recitativo, la naturalidad con que se aborda cada recitativo, cada frase musical, y el diálogo musical con los instrumentistas, fue absoluto. Además, la técnica del solista vocal está a la par del nivel musical tan alto de la interpretación. Sorprende desde un primer momento el fiato tan poderoso que en los legatos posee el intérprete gallego permitiendo que el fraseo de la melodía sea en todo momento de una estabilidad absoluta. A ello debemos sumar que Miguélez Rouco posee un timbre tan bello como natural de la voz de contratenor y que el texto es pronunciado con una transparencia absoluta.
Cada intervención vocal del programa fue respondida por unas intervenciones instrumentales que supusieron un verdadero descubrimiento para todo melómano presente en la sala. Así, escuchamos primeramente la Sinfonía número 8 en do mayor de José de Nebra, y posteriormente la Sinfonia da camera en sol menor op. 2, nº3 de Nicola Porpora, dos ejemplos singulares de la música instrumental que se realizaba tanto en el reino de Nápoles como en España a finales del siglo XVIII y que no es fácil de encontrar en concierto.
La escucha de la composición de Nebra fue particularmente feliz, puesto que raramente imaginamos que una composición que es sin duda toda una suite a semejanza de las de los grandes maestros del barroco europeo, pero con la particularidad de la música española del barroco tardío, pueda formar parte de nuestro patrimonio musical. Así, los tradicionales movimientos con indicaciones como Allegro o Despacio, se alternan con las danzas que sin duda estaban presentes en la corte española.
Pudimos escuchar sus correspodientes Rondeaus y Minué en las siempre vitales interpretaciones de los integrantes de Los Elementos que en esta ocasión funcionaron como grupo camerístico autónomo, sin dirección. Los dos violines que conformaron su plantilla tuvieron la compleja labor de enfrentarse a unas creaciones de un virtuosismo técnico muy alto y que exigen unas capacidades técnicas y expresivas de habilidad minuciosa. Debemos sobremanera destacar la labor realizada por todo el bajo continuo del conjunto, ya que tanto en las piezas de Nebra y Porpora como en el resto del programa vocal fueron un sólido, estable y colorista elemento del ensemble, conformado por el violonchelista Giulio Padoin, el contrabajista Giulio Tanasini, el archilaudista Pablo Fitzgerald y el organista y clavecinista Julio Caballero Pérez. Todos ellos, tanto la cuerda pulsada como los instrumentos polifónicos, dieron toda una lección magistral de los mil y un colores que el bajo continuo dota a esta música, y se convirtieron en la pieza natural que permitió que el concierto se desarrollara con sus múltiples afectos tan fascinantes.
La soprano solista de la velada programada fue sustituida por enfermedad por Núria Rial. Debemos decir que este cambio si no se hubiera anunciado con antelación, probablemente hubiera pasado desapercibido, puesto que la profesionalidad y la incorporación del repertorio a su interpretación fueron absolutas. La cantada de Navidad que Rial tuvo que interpretar fue Hueco laurel frondoso, de Francisco Corselli.
La escucha de la voz de la soprano catalana es siempre una delicia, y su bellísima voz que llena de luz a cada frase que interpreta fue una alegría máxima para la audiencia congregada. La claridad y pureza de su emisión fueron en esta ocasión acompañadas de la dirección de Alberto Miguélez Rouco, hecho que permitió una notable mejora al conjunto en la interpretación musical. Así, los recitativos estuvieron en perfecta conjunción entre instrumentistas y solista vocal con un carácter de la prosodia del texto en su adecuada medida, a lo que se sumó la inherente musicalidad y comprensión del conjunto de la música que dotan las labores del fundador de Los Elementos, resaltando cada motivo musical de la composición, tanto instrumental como vocal, dotándola de un interés superior. Además, el equilibrio entre voz solista e instrumentos fue de una mayor justeza.
El concierto concluyó con el villancico de Navidad a dúo para soprano y alto de Corselli Felicísimo Alcino, cuya Aria a dos, a modo de gran dueto que bebe directamente de las grandes composiciones para dos solistas que crearan Haendel o incluso Pergolesi, fue el perfecto broche de oro a esta velada tan satisfactoria, bella y reveladora.
El público, con su acalorada ovación, obligó a los intérpretes a ofrecer una propina, que fue nada más y nada menos que un precioso fandango dieciochesco que, según palabras de Miguélez Rouco, rescató de un archivo de un convento de su tierra, La Coruña, y que fue acompañado por él mismo con las castañuelas con una habilidad insólita, tanto en precisión como en rapidez del castañeteo. Si el concierto nos sorprendió en múltiples aspectos, esta fue ya la guinda del pastel.
Boquiabiertos aguardamos ya la siguiente participación de Alberto Miguélez Rouco y de Los Elementos en esta temporada del Centro Nacional de Difusión Musical.
Simón Andueza
Villancicos y cantadas navideñas.
Núria Rial, soprano.
Los Elementos, Alberto Miguélez Rouco, alto y dirección.
Obras de Francisco Corselli, José de Nebra y Nicola Porpora.
Ciclo ‘Universo Barroco’ del CNDM.
Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música, Madrid.
4 de diciembre de 2024, 19:30 h.
Foto © Elvira Megías