Comienza la temporada de abono de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS) con el poco programado Triple concierto para violín, violonchelo y piano de Beethoven, en el que sus protagonistas evidenciaban una duradera amistad, como demostraron durante su actuación que a veces semejaba un concierto camerístico más que sinfónico, mostrando la complicidad de sus miembros, aunque alguno no fuese tan afín tímbricamente.
Fernando Arias presentaba un chelo de sonido poco usual, que en momentos ‘a solo’ resultaba interesante, pero su escaso volumen y cuerpo no se acercaba al del violín de Miguel Colom, de más que suficiente emisión, y por supuesto, ni al Yamaha de gran cola CFX, que en su nueva versión se nos había presentado en la sala de cámara del teatro unos días antes, pero que esperaba su bautizo definitivo en la sala grande, a manos del pianista sevillano Juan Pérez Floristán, cedido por la casa (Hazen).
Como tantas veces nos hemos quejado de los vetustos pianos de teatro y orquesta, dicha presentación parecía una señal inequívoca para que ambas instituciones se pusiesen de acuerdo en adquirir este magnífico instrumento. De un enorme equilibrio tímbrico y, naturalmente, de sobrada potencia, definidos graves, matizados medios y cristalinos agudos (muy redondeados en este modelo), en las manos ágiles y certeras del joven pianista sevillano, junto a Colom, dejaban algo alicorto al chelo, que además presentó algunas dudas en ciertas notas agudas. Ahora bien, los dedos del trío corrían con enorme fluidez sobre una orquesta dirigida por el maestro Soustrot con oficio y respeto por los solistas.
Es cierto que se reservaban para la Primera de Mahler -que volvía nuevamente a nuestra escena-, con la intención del maestro francés, titular de la ROSS, de presentar en dos temporadas los grandes ciclos sinfónicos que en el mundo son, si bien no en orden cronológico. Todos los músicos de la orquesta arrancaban tras el verano, y en este reencuentro es cierto que algunos como los metales presentaban una forma excelente (con alguna excepción en las cuantiosas trompas), los solistas de la madera hacían lo propio con sus variadas y coordinadas intervenciones, y también la cuerda, aunque los más presentes -los violines- evidenciaran la necesidad de un acople más trabajado.
Soustrot sabemos que domina los resortes de la orquesta, incluso los más exigentes, como el sinfonismo mahleriano, en especial cuando es necesario poner en orden y deglutir la infinidad de material melódico que circula de forma entrelazada como mimbres ya desde esta primera sinfonía. Nos pareció que tuvo más fortuna con los temas restallantes, con brillo y fuste, que con los más delicados, de lectura adormecida o no ahondada. Por ejemplo, uno de los comienzos más expectantes es el de esta obra, que nos parece anticipar la hora mágica, etérea, volátil que sigue; o acaso, no sólo de esta obra sino que sirviera de antesala prodigiosa de las futuras sinfonías que la siguieron. Por el contrario, creemos que fue una entrada menos matizada, más hosca de lo que esperábamos. Pero es verdad también que en esos momentos brillantes, como el final, levantaba a la orquesta hasta su límite, para cerrar, con acordes refulgentes, deslumbrantes, la caleidoscópica sinfonía.
Carlos Tarín
Trío Vibrart (Miguel Colom, Fernando Arias y Juan Pérez Floristán).
Real Orquesta Sinfónica de Sevilla / Marc Soustrot.
Obras de Beethoven y Mahler.
Teatro de la Maestranza, Sevilla.
Foto © Guillermo Mendo