Con el hábito adquirido de escuchar las inmensas e intemporales Variaciones Goldberg de Bach en sus diferentes enfoques sobre el teclado, un arreglo para trío de cuerda de una obra que ha conocido hasta adaptaciones para acordeón no debería sorprendernos, pero la inexistente música de cámara para cuerdas compuesta (no compuesta) por Bach, la convierte en la “única” muestra bachiana de un género (el trío de cuerda), que hasta el siglo XVIII y el Clasicismo no conoció su esplendor, aunque siempre eclipsado por el cuarteto de cuerda, omnipresente en cualquier año de la historia de la música, muy por encima del “modesto” trío de cuerda.
El que escuchamos en el Liceo de Cámara del CNDM fue el conocido arreglo del violinista Dmitry Sitkovetsky, bastante interpretado y grabado por él mismo (claro), así como por nombres ilustres de los instrumentos de cuerda (violín, viola y cello).
En el habitual juego a tres bandas que nos ofrece la música: compositor-intérprete-oyente, en esta caso entró en juego un estado más, el transcriptor: compositor-transcriptor-intérprete-oyente, que motiva “curiosidad” en los estados 3º y 4º (también en el 1º si el compositor estuviera vivo, como Shostakovich con “sus” Sinfonías de cámara preparadas por Barshai), por el arraigado hábito, como decía al comienzo, de las siempre presentes Goldberg al teclado. Por tanto, el oyente debe escuchar reconociendo lo que ya conoce pero por otra vía sonora, la de tres cuerdas que hacen las voces en un arreglo que ha conocido sus propias revisiones y que, personalmente, éste de Sitkovetsky no termina de convencerme, pues rehace una obra en lugar de desvelarla tal cual es. El arreglo de Sitkovetsky la transcribe, pero no encontramos con nitidez la suma de bellezas de una música que se expande cada vez que se interpreta o se escucha con la percepción de estar ante una obra de libertad cósmica. Las Goldberg son inagotables y, aunque su círculo teóricamente se cierra con la repetición del Aria (da capo) tras la Variación 30, la sensación de infinitud siempre va con ella.
Tocar esta música precisa de un trío de cuerda que tímbricamente presente contrastes y rítmicamente mantengan el motor encendido sin caer en desfallecimientos. Desde luego, tres grandísimos músicos como la violista española Sara Ferrández, el violinista Yamen Saadi (concertino de la Filarmónica de Viena) y el violonchelista Kian Soltani, son capaces de montar la obra con mil detalles geniales de los grandes músicos que son, pero una gran película no está hecha de escenas, sino de personajes, y en estas Goldberg faltó personalidad, firmas de autor, salvo en la agigantada figura de Soltani, un chelista que puede marcar una época. Aun así, hubo momentos de enorme belleza y calidad a raudales, como la Variación 25, por poner un ejemplo.
Una música como las Goldberg abre una puerta a lo ilimitado de su naturaleza, a desvivirse ante la magia de su inexplicable conexión con ese más allá que solo Bach (con permiso de Beethoven y su Gran Fuga) ha sabido trazar con una música que hace trescientos años o tres, sigue siendo contemporánea.
Gonzalo Pérez Chamorro
Variaciones Goldberg, de Johann Sebastian Bach (arreglo para trío de cuerda de Dmitry Sitkovetsky).
Intérpretes: Yamen Saadi, violín; Sara Ferrández, viola; Kian Soltani, violonchelo.
Centro Nacional de Difusión Musical, Liceo de Cámara.
Auditorio Nacional, Madrid.
Foto © Elvira Megías