Lo siento, pero cuando veo anunciado el estreno de una obra de un compositor español con título alemán ya sé lo que voy a escuchar. Y si luego me entero de que está basada en un poema en inglés del mismo compositor, poema de esos con múltiples niveles de lectura tipográfica, conceptual y lineal, más aún. Sé que voy a asistir a una música presuntamente vanguardista, repleta de pedantería moderna, gestualidad y bruitismo.
Ungebetenes Spiel 2, de Manuel Rodríguez Valenzuela, no es la excepción, aunque en su parte final tiene un elemento distintivo: un sutil motivo melódico y tonal en la trompeta que, de manera furibunda, hace callar una explosión disonante de la orquesta. Eso lo cambia todo y hace que la obra adquiera sentido del humor como si de una parodia de ese mismo vanguardismo se tratara. Fue divertido, aunque para música, la lección que Joshua Bell dio en el Concierto para violín n. 3 de Saint-Saëns.
Es un violinista que lo tiene todo, un sonido brillante como ninguno, una técnica irreprochable y una forma apasionada de hacer y transmitir la música. Virtuosismo, sí, pero bien entendido. El concierto de ese 14 de diciembre se cerró con la Sinfonía n. 10 de Shostakovich, de la que Ono dio una versión que acentuaba sus contrastes dramáticos por encima de esos toques de humor negro que jalonan muchos de sus pasajes.
Juan Carlos Moreno
OBC / Kazushi Ono. Joshua Bell, violín.
Obras de Rodríguez Valenzuela, Saint-Saëns y Shostakovich.
L’Auditori, Barcelona.
Foto: Joshua Bell, violín.