La despedida de la Orquesta Barroca de Sevilla de su temporada de abono nos traía dos novedades gozosas: la primera, el regreso de Enrico Onofri al frente de la misma, tras dos años de ausencia. La segunda atañía a un nuevo CD titulado Con nuestras mejores galas, en el que se plasma la nueva direccionalidad de la Barroca de Sevilla en pos de potenciar como auténticos solistas a sus miembros más destacados. Y no es que haya una tercera novedad, sino acaso el broche que une las dos partes: nos referimos a la dedicatoria expresa de la orquesta al maestro de Rávena: “al nostro caro Enrico Onofri”, según reza en su contraportada, como signo de la gran relación que les une.
Con él la OBS ha grabado 6 discos, la mayoría dentro de la colaboración de la orquesta y las universidades andaluzas para la recuperación del patrimonio musical andaluz (‘Proyecto Atalaya’, hoy fenecido), dos de ellos dedicados a Pedro Rabassa (30 años maestro de capilla de la catedral hispalense), y también a su sucesor, Antonio Ripa, además del que ofreció a la memoria de Juan Manuel de la Puente, maestro de capilla de la catedral de Jaén; de Juan Francés de Iribarren (34 años maestro de la catedral de Málaga) -disco que compartía con Pergolesi (Stabat Mater)- o el que recogía una versión inédita de la ‘Sinfonía nº 44 Hob.I/44 ‘Trauer’ de Haydn, a partir de una copia manuscrita de por Arquimbau (sucesor de Ripa en la Seo hispalense) con algunas diferencias respecto al original (el álbum se titulaba Haydn in Sevilla). Es decir, compositores desconocidos con el sólo rédito de su apoyo a la música antigua recuperada, mientras no dudaba en recurrir a una obra conocida con una impronta distinta.
Nos hemos extendido tanto para señalar una relación muy estrecha entre orquesta y director, que no ha dudado en regentar también la cantera (la Joven Orquesta Barroca de Sevilla) y cuanto esté en su mano para difundir y acrecer el barroco y proyectos de interés adláteres.
En esta línea, se entenderá mejor que el programa estuviese compuesto por un autor poco conocido como Josep Martin Kraus, junto al Haydn de la Sinfonía ‘Trauer’ (fúnebre) ‘a la sevillana’, y ambos excediendo el ámbito puramente nominal de ‘barroco’ e incluso trasgrediendo en sus incursiones hasta los albores del romanticismo con el espíritu del Sturm und Drang que presidía la obertura Olympie de Kraus o la Sinfonía de Haydn. Kraus difiere muchísimo del clasicismo vienés y se acerca más a la concepción de Gluck, y tal vez porque esta influencia pertenece a un compositor que suele prodigarse poco en las programaciones hispalenses, aumentaba esa sensación de novedad, de frescura, que traía la obertura de Kraus. Los primeros compases fueron verdaderamente electrizantes, creando una verdadera tormenta sobre la obra original de ‘Voltaire’, además de explicitar ritmos lentos y solemnes, a la francesa, grandes contrastes, intensos ostinatos en las cuerdas, explosivos vientos, síncopas, trémolos a los que la orquesta respondió con fruición.
A Kraus siempre le interesó más la música plástica que la pura; es decir, la dramática, operística o la incidental, la de ballet, y acaso este espíritu se filtre hasta sus sinfonías, como esta en Do menor VB 142 que nos presentaba la OBS tras la obertura, una música muy bien construida, llena de vida, intensa, con melodías muy distintas al uso, armonías muy cuidadas y formas que parecían salidas del mundo del canto.
La segunda mitad del programa presentaba semejante disposición, es decir, una obertura y una sinfonía de un mismo autor, Haydn esta vez, aunque si la primera parte estuvo reservada a la novedad, la segunda -como comentaba Ventura Rico- miraba hacia la relectura. Y es que la obertura pertenecía a la ópera Lo speziale, que ya fue interpretada completa por la OBS bajo la dirección de Pedro Halffter en el Teatro de la Maestranza (2002), y que suponía a la vez su primera actuación en el gran coliseo hispalense. De nuevo un brío que superaba el mero concepto de clasicismo, una tensión turbulenta se desprendía de las manos del maestro capaz de contagiar a la orquesta. Los veinte músicos que ocupaban casi todo el espacio escénico podían sentirse desbordados ante una sonoridad que apenas encontraba una vía de escape, y eso que el público atestaba por completo la sala, absorbía parte de esta sonoridad.
Por último, la Trauer puso punto final al concierto con cielos ciertamente encapotados, ya desde ese gran arco inicial erguido del primer movimiento, de unísono constreñido, que resuelve en ventisca, secundado por unas trompas naturales extraordinarias (Renske Wijma, Rafel Mira), como decimos, algo escondidas a la vista, pero de decir venturoso, al igual que los oboes (Jacobo Díaz, José Manuel Cuadrado), que tuvieron también gran papel en el segundo movimiento, un inesperado Menuetto en canon, que aquí se nos presentaba lejos de la placidez de los salones, desde su tonalidad menor en el Menuetto propiamente dicho, agitado, inquietante, aunque sobresalieron más aún en el Trio, con notas largas, tenidas, tanto oboes como trompas, pero sin perder de vista el tema.
En el también inusual Adagio en un tercer movimiento, la dulzura -en modo mayor-, casi la melancolía de las cuerdas con sordina aportó los matices más líricos para realzar la potencia del Presto final que le siguió. El único y punzante tema, repetitivo, crea un ambiente tensional importante, y aunque hay directores que priman el clasicismo de Haydn y dotan a este tempestuoso tiempo de equilibrio, sosiego y diafanidad, lo cierto es que la tirantez de las cuerdas a veces tremolando sobre una cuerda, como un redoble, o cual preludio del trueno, o sus abiertas disonancias, la vuelta a la tonalidad menor principal, los contrastes dinámicos, etc. que eligió Onofri aciertan plenamente con el carácter ‘tormentoso’ e ‘impulsivo’ implícito en la partitura. La orquesta, hecha una con el director, certificó la afinidad absoluta con los turbadores planteamientos del ravenense.
Carlos Tarín
Orquesta Barroca de Sevilla / Enrico Onofri.
Obras de J.M. Kraus y F.J. Haydn.
Teatro Turina. Sevilla.
Foto © Luis Ollero