Cuando en 1784 Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais estrenó la obra de teatro que más tarde inspiraría Le nozze di Figaro, la tituló La Folle Journée, ou le Mariage de Figaro. Sin embargo, la popularidad de la ópera de Mozart parece haber suprimido la primera parte del título de Beaumarchais. La regista Lotte de Beer, tan en boga estos tiempos, parece decidida a reivindicar esta parte loca de Le nozze. Y bajo su mirada, demasiado loca.
El principal pecado de la directora de escena es querer aplicar todas las ideas que le han venido a la mente alrededor de este título, convirtiéndolo en una mélange escénica para la cual el público debe tener un máster en dramaturgia aplicada. Parece que el concepto es que vemos cada acto desde la mirada de uno de los protagonistas, pero esto no queda indicado de ninguna manera al principio de cada acto, por no citar los descontextualizados personajes de La commedia dell’arte que brincan en escena durante la obertura, confundiendo al público ya desde el principio con la esperanza de una puesta en escena clásica.
Así en el primer acto vemos la acción desde la mirada del conde, en que todo es un sit-com de los años ochenta y donde las fantasías sexuales del protagonista están siempre presentes (genial aquí, hay que decirlo, una Barbarina caracterizada de cheerleader).
El segundo, desde la mirada de Susanna, mantiene la estética pop de sit-com, dónde ella es la que hace y deshace siendo el centro de la obra y viendo a la condesa un tanto ridícula, con sus inagotables intentos de suicidio.
Pero el tercero, desde el punto de vista de la condesa, rompe total con la estética anterior y nos presenta una caja escénica negra dónde ella está atrapada en una urna de cristal, en su depresión.
Y finalmente el cuarto sería el acto e Barbarina y Cherubino en que todos, en una estética hippie con genitales de crochet al aire, cantan a un amor libre donde todo es gender fluid. Lo dicho, demasiadas ideas y demasiadas estéticas para un concepto que podría haber tenido su validez.
Capítulo aparte merecen algunos puntos de la escenografía que caían en una obviedad vergonzante, como son unos figurantes disfrazados de penes gigantes en escena, que la condesa lleve el lazo rojo en contra del sida (?), la erección de Cherubino en casi todo el segundo acto o el increíblemente loco vestuario del cuarto acto.
Por otro lado, hay que reconocer algunos momentos hilarantes en el segundo acto donde el público se tronchaba de la risa y que es difícil de conseguir. Aún así, toda la estética ni escandalizaba ni aportaba nada nuevo, y hacía pensar, en ocasiones, en Le nozze que Peter Sellars ideó en 1990, hace treinta y un años (!). Muchas ideas, pero pocas nuevas.
El equipo vocal sí que poseyó una sofisticación de la que la puesta en escena careció, concentrando un ramillete de interesantísimas voces de nueva generación que tuvieron en todo momento excelentes gusto e interpretación mozartianos.
Andrè Schuen se está haciendo ya un nombre propio en el mundo de la lírica, tanto en ópera como en Lied, aquí estuvo mejor en la segunda parte, donde la puesta en escena no era tan confusa, quedando desdibujado en la primera parte en aparente falta de comodidad con la dramaturgia.
Lo contrario le pasó a la pizpireta Susanna de Julie Fuchs, que se movió como pez en el agua en todo momento, cantando una Susanna cristalina y llevando la batuta escénica de esta loca jornada. Gyula Orendt se está convirtiendo en uno de los condes de Almaviva de referencia actual, su voz suena rotunda y la aproximación psicológica al personaje es total; al igual que la elegante Jacquelyn Wagner, que aquí siguió siéndolo aún cuando la condesa va en calentadores a lo Jane Fonda, y mostró una voz ideal para el rol con el lirismo y terciopelo necesarios.
Interesantísima la mezzo Lea Desandre como Cherubino, interpretando la partitura de manera muy personal pero cuya implicación llevaba a la emoción. Elisabeth Boudreault interpretó una ligerísima Barbarina. Divertidos Monica Bacelli como Marcellina (en esta ocasión con su aria) y Maurizio Murano (como Bartolo). Completaban el reparto Emiliano Gonzalez Toro (Basilio / curzio) y Leonardo Galeazzi (Antonio).
Thomas Hengelbrock, al frente de la Balthasar Neumann Ensemble, firmó una lectura donde no se sabía donde acababa el historicismo y donde una interpretación un tanto sui generis, con algunas variaciones un tanto discutibles. Aún así hay que reconocerle una absoluta compenetración con el equipo vocal y la escena, resultando así finalmente unas felices -aunque demasiado locas- bodas.
Marc Busquets Figuerola
Le nozze di Figaro de Wolfgang Amadeus Mozart.
Director de escena: Lotte de Beer.
Director musical: Thomas Hengelbrock.
Andrè Schuen (Figaro), Julie Fuchs (Susanna), Gyula Orendt (conde de Almaviva), Jacquelyn Wagner (condesa de Almaviva), Lea Desandre (Cherubino). Monica Bacelli (Marcellina), Maurizio Murano (Bartolo), Emiliano González Toro (Don Basilio / Don Curzio), Elisabeth Boudreault (Barbarina) y Leonardo Galeazzi (Antonio).
Théâtre de l’Archevêché (Aix-en-Provence)
14 julio 2021
Foto © Jean-Louis Fernandez