Volvió Domingo Hindoyan al podio de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria con un sugerente programa francés que abrió la suite de Mi madre la oca de Ravel, donde bajo un refinadísimo ropaje instrumental, propio del autor galo, se recrea la atmósfera fantástica de los cuentos infantiles.
El maestro venezolano ofreció una lectura correctamente estructurada a la que faltó una realización más rigurosa, con desequilibrios que enturbiaron la nitidez del tejido instrumental: percusión excedida en el jardín de las hadas que impidió escuchar la decisiva intervención de las cuerdas, o un flautín demasiado destacado en los movimientos centrales.
En la sinfonía nº 3 de Saint-Saëns, ofrecida en conmemoración del centenario de su fallecimiento, se repitió la misma tónica. Una planificación insuficiente de los planos sonoros obstaculizó la nítida audición de los distintos movimientos, pese a detalles admirables como el sugerente fraseo de las cuerdas en el tema principal del movimiento lento. Ante esta situación, el complejo encaje del órgano en el tejido instrumental sufrió especialmente, no únicamente en su delicada participación en el movimiento lento, sino incluso en el apoteósico movimiento final, donde resultó frecuentemente engullido por la masa orquestal.
Un tropiezo en la admirable trayectoria mantenida por la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria durante esta atípica temporada, achacable en buena medida a la dificultad de los directores invitados para hacerse con la peculiar acústica del Auditorio con una sala a medio aforo por las limitaciones de la Covid.
Juan Francisco Román Rodríguez
Auxiliadora Caballero, órgano.
Orquesta Filarmónica de Gran Canaria / Domingo Hindoyan.
Obras de Ravel y Saint Saëns.
Auditorio Alfredo Kraus. Las Palmas de Gran Canaria.