Escuchamos con expectación la versión de concierto, dirigida, esta vez con atril y partitura, por Miguel Ángel Gómez-Martínez en la temporada de la OCRTVE, de una ópera poco representada y que justificaba así su programación de esta guisa “de concierto”, sin representación: La rondine… La golondrina… Obra, de alguna manera maldita, de todo un Giacomo Puccini, de quien, sin embargo, muestra muchas de sus cualidades más apreciadas, en un tono quizás algo más ligero y menos trágico, aunque no se trate, ni muchísimo menos, de un happy end… Y no defraudó, especialmente en los más rotundos y convincentes musicalmente, bajo este corsé “de concierto”, dos actos finales.
El primer acto, sin embargo, en frío, había dado una impresión algo más frágil… un querer y no poder, al precisar más de algún que otro cuadro, escenografía o dramaturgia mínimas. Práctica “de concierto”… tan en boga… que siempre mostrará, en algún punto de su desarrollo, alguna forma de debilidad o inconsistencia. No he de ocultar que me traiciona, un telón de fondo de relativa disconformidad con estas modas agónicas… las de ofrecer ballets u óperas, privadas de aspectos esenciales de aquéllas, si éstas versiones no son originales de su autor, o, al menos, pensadas y, consecuentemente, transformadas responsablemente a la sazón. Para eso se inventaron las suites… las suites… ¡“de concierto” precisamente!... Pero esto es otra historia.
La velada contó con un elenco vocal solista formado por las sopranos Elena Mosuc y Olena Sloia, los tenores Carl Tanner y Marius Brenciu, y el barítono Juan Manuel Muruaga, y, en conjunto, ofrecieron un equilibrio adecuado... Especial mención, lógicamente, a su rol protagonista: Magda de Civry, Elena Mosuc, que carga con gran parte del peso de la obra. Presencia, carácter, don, conocimiento y, por supuesto, una voz modulada, desenvuelta y de amplia expresividad. En el primer acto fueron suyos los destellos más sobresalientes, en los que colaboró siempre un podio detallista y solícito. Los brillantes dos actos finales que siguieron, depararon momentos de intensa emoción que no echaron en falta demasiado los elementos teatrales sustraídos. Igualmente Ruggero, Carl Tanner, que estuvo a su altura en el desempeño combinado y emotivo del tramo final de la obra. Marius Brenciu en un difícil papel, el poeta Prunier, menos gratificado de esta guisa, sustraídas las componentes teatrales, y reducido así a una notable gestualidad, por otro lado muy de agradecer, mostró solvencia, dominio y capacidad, junto con su partenaire, Lisette, Olena Sloia, menos aparente pero igualmente comprometida, al igual que el barítono Juan Manuel Muruaga, Rambaldo.
Los Orquesta Sinfónica y Coro de Radiotelevisión Española tuvieron mucho que ver en aquella compacta brillantez final de los dos últimos actos. Una versión, pues, que fuera de menos a más, donde el detalle, la conjunción, concertación y engranaje de todos los elementos dieron oportuno protagonismo a una batuta atenta y diligente, la de Gómez-Martínez.
Toda una experiencia en lo compositivo y en lo interpretativo, limitada por definición en sus medios, pero que se justificó en la escasez de oportunidades para ver esta magnífica ópera donde quizás, la tensión temática de fondo haya perdido alguna fuerza con los cambios sociales acaecidos en la larga centuria ya que nos separa de su estreno monegasco.
Luis Mazorra Incera
Orquesta Sinfónica y Coro de RTVE. Elenco: Elena Mosuc y Olena Sloia -sopranos-, Carl Tanner y Marius Brenciu -tenores-; y Juan Manuel Muruaga -barítono-. Miguel Ángel Gómez-Martínez, director.
La rondine de Puccini.
OCRTVE. Teatro Monumental. Madrid.
Foto: Elena Mosuc.