En estos momentos está cantando en Palermo, según me informan, su última Isolde y, aprovechando unos días de descanso entre dos representaciones, nos ha hecho una visita la gran soprano wagneriana, sueca como la Nilsson, Ninna Stemme.
Es la tercera vez que canta en Madrid; la primera fue en el Auditorio Nacional, con una Balada de Senta del Holandés wagneriano asombrosa. Más tarde, en 2009, lo hizo ya en el Teatro Real en otro recital en el que, como en esta ocasión, se prodigó bastante poco interpretando los Cuatro últimos Lieder de Richard Strauss y, como en esta ocasión, el “Starke Scheite schichtet mir dort” de “El ocaso de los dioses”. Y por último, la pudimos disfrutar en 2010, por fin, como Salomé. en una representación.
No voy a decir que sea una cantante que siempre me haya deslumbrado; cuando la escuché en la Freia del Rheingold, en 2004 en Bayreuth, no me llamó la atención, pero posteriormente, en el mismo festival, su Isolde me dejó perplejo; su voz con un centro sólido, un timbre perfecto para el personaje y unos agudos impecables, me hizo pasar por alto que no tenía el carisma de la enorme Waltraud Meier para el personaje, pero lo cantaba mejor. Su Salomé, perfectamente cantada, no me pareció que fuese un personaje para sus virtudes. Sin embargo, con Isolde, con Brunnhilde, con Leonora de Fidelio, ha hecho historia. Después de ella ha habido otras, pero ninguna ha estado a su altura, probablemente la Davidsen.
En esta ocasión nos ha ofrecido “La transfiguración de Isolda” cantada con intensidad, pero donde se puso de manifiesto que, aun poseyendo todavía una voz excepcional, empiezan a notarse ciertos desajustes en los agudos, un timbre menos luminoso y una emisión menos segura que antaño. Sin embargo en la segunda parte del programa con el grandioso “Starke Scheite schichtet mir dort” de “El ocaso de los dioses”, pudimos disfrutar, una vez más, de la gloriosa cantante. Fue la suya una interpretación emotiva, descomunal y matizada de forma magistral; conmovedor su “Ruhe, ruhe, du Gott!” dirigido a Wotan y verdaderamente épico su radiante final.
Como propina, nos regaló “Träume” (Sueños) de los Wesendonklieder wagnerianos, con un lirismo de muchos quilates.
Al frente del concierto, musicalmente, estuvo Gustavo Gimeno, el nuevo director musical de la institución que ya me había hecho disfrutar de un excelente Ángel de Fuego de Prokofiev en el mismo teatro en 2022. Primero le escuchamos el Preludio de Tristan e Isolda, teñido de un suave lirismo al principio hasta lograr un magnífico final con un espléndido y progresivo crescendo. A continuación, con todos los elementos del teatro, orquesta y coro, nos ofreció la infrecuente “Liebesmahl der Apostel” waneriana, la única obra religiosa del compositor y de la que renegaba, que sirvió para mostrarnos otra faceta del mismo. Obra al principio con el coro a capella, cerca de 18 minutos, con resonancias de la tradición alemana de este tipo de composiciones para, con la aparición del Espíritu Santo, transformarse en una explosión de vigor misionero más cercano a los caballeros teutónicos que a los Apóstoles, pero aun así, una pieza emocionante que las fuerzas musicales del teatro defendieron con entusiasmo y excelentes resultados.
En la segunda parte, formada por fragmentos del Ocaso de los Dioses, de nuevo Gimeno y la orquesta sonaron empastados, aunque en la grandiosa “Marcha fúnebre” eché en falta mayor patetismo.
En resumen un buen concierto rodeando a una grande del canto que nos dejaba disfrutar de su esplendoroso adiós.
Francisco Villalba
Nina Stemme, soprano
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real / Gustavo Gimeno (director del coro: José Luis Basso)
Teatro Real, Madrid
Foto © Javier del Real | Teatro Real