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Crítica / Una breve, pero intensa, historia del violonchelo (por Carlos Tarín)

Sevilla - 14/12/2020

Las suites de Bach suponen una de las cimas de la literatura musical para cualquier melófilo, y especialmente para todo gran violonchelista. Y, lejos de ir perdiendo su interés, podemos que ver que sus versiones van aumentando y que chelistas más “jóvenes” las abordan, pero muchos encontrando puntos de vista diferentes a los observados hasta ahora.

Seguramente el más visual e icónico haya sido Sergei Malov, que coincide con nuestro protagonista de hoy en saciar “la sensación de que esta música ligera y bailable no encaja tan bien con un instrumento tan grande y pesado como el violonchelo”, y que él solucionó recuperando la viola (él habla de violonchelo) da spalla o de hombro. La segunda concomitancia de Malov con nuestro invitado es la de hacer desaparecer las repeticiones “para preservar la claridad de la forma y deseando abarcar todo el ciclo de las Suites como una gran historia”. No sabemos si estos pensamientos serán los mismos que han inspirado al violonchelista Aldo Mata, pero no dudamos que estará de acuerdo con ellos.

Porque el delicado sonido que sacaba a su Joseph Nadotti (1787) seguramente no resultaba de una falta de volumen del instrumento, sino de la intención de no perder de vista el origen dancístico de la suite y la época en que se oye, al tiempo que la ausencia de repeticiones es verdad que clarifica la forma musical, aunque ya sabemos que corregir a los compositores puede traer cola; personalmente no nos parece ofensivo, y en cualquier caso veremos si tiene continuación o no. Mata es catedrático de violonchelo del conservatorio superior de música de Sevilla, y a la vez es un consumado estudioso del barroco, por cuanto estos postulados no habrán sido propuestos a la ligera.  De igual modo, gozó de libertad en el fraseo, acaso siguiendo la declamación del teatro, con la misma autonomía rítmica, quizá no tan laxa como en los preludios, pero sí más dependiente de la textura y evolución acorde con el carácter de cada pieza.

Porque desde el principio el violonchelo nace con vocación polifónica, y es ese efecto de duplicidad que se produce sobre todo cuando lo oímos, lo que le imprime una autonomía para no necesitar a nadie más. Y lo demostraba con dos ricercari de Domenico Gabrielli, uno de los primeros compositores en escribir para violonchelo solista, y especialmente con el primero de los cuales (VII) nos sobrecogía al iniciarlo sobre notas largas, intensas, llenas, sobre el sepulcral silencio que atestaba la sala sin más butacas vacías que las que exigía el protocolo Covid.

El juego de notas graves contrastando con las agudas, las dobles -y triples- cuerdas, la oposición de dinámicas, de arranques contra paradas… buscaban la dualidad -la trinidad-, sin salir del instrumento. Bien que las suites de Bach lo recogieron y aumentaron, hasta el punto de que muchos estudiosos han pensado que las seis obras podrían tener como fin el estudio, pensando en el progreso de los jóvenes violonchelistas, lo que implica que contienen prácticamente todos los recursos posibles para el instrumento. Las suites nº 2 y 3 siguieron respectivamente a los ricercari VII y III, subrayando así mostrando su evolución en cada uno de ambos bloques, desde la oscuridad del Re menor hasta la luz del Do mayor (según el propio Mata explicaba al principio), mostrando sobre todo una lectura diferente de las suites, menos “pesante” pero intensa, personal y respetuosa, y desde luego fascinante.

Y en el centro de ambos bloques, el estreno mundial de una obra para violonchelo solo, Scena. Da Euridice de Bruno Dozza (presente en la sala), que no esconde todos estos débitos anteriores, sobre todo bachianos, fijándose especialmente en los efectos, a falta de una presencia melódica frecuente o en un ritmo regular, y recurriendo a armónicos que podían terminar en “pitidos” -esos de los que habitualmente huyen los chelistas-, vehemencia en los contrastes, también notas largas que igualmente ansiaban la polifonía o ecos encontrados, e incluso la scordatura.

Hay que recordar nuevamente la tarea de la Asociación de Amigos de la Orquesta Barroca de Sevilla para tener en el candelero a estos músicos, que no tienen que ser necesariamente sevillanos -caso de este chelista madrileño-, pero que seguro que desde su cátedra formará a los futuros músicos que un día tendremos en nuestros -vuestros- escenarios.

Carlos Tarín

Aldo Mata, violonchelo.

Obras de Domenico Gabrielli, J.S. Bach y Bruno Dozza.

Teatro Turina, Sevilla.

 

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