A lo largo de toda temporada, siempre hay programas que sorprenden por la heterogeneidad de las obras incluidas. No es algo necesariamente negativo, aunque hay veces en que los contrastes de lenguajes, estilos y sonoridades es tan radical que la sorpresa deja paso al desconcierto.
El del pasado 25 de octubre de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) fue uno de esos casos. Como directora invitada actuó Elena Schwarz, actual directora residente del Klangforum Wien y una habitual de conjuntos de música contemporánea como el Ensemble Intercontemporain y el Ensemble Modern. La obra que abrió el programa obedecía, precisamente, a ese ámbito de creación actual.
Aunque no es una partitura fácil, Segel, de la compositora sueca Lisa Streich (n. 1985), sí es de esas que llaman la atención y mantienen alerta el oído de principio a fin. Su inicio es ya sorprendente: una serie de golpes de látigo a cargo de cinco percusionistas emplazados en diferentes puntos del escenario, cada uno de los cuales marca un cambio de tono de las cuerdas, siempre en pianissimo y sin pulsación rítmica. Según afirma la compositora, el material expuesto en esa primera sección de la obra, titulada Kreuz, surge de su fascinación por la música sacra gregoriana, armenia y ortodoxa. Si bien esa es una referencia que se da de manera tan desmaterializada que es difícil percibirla, lo cierto es que ayuda a crear una atmósfera tan inquietante como fascinante, como lo es también la forma casi incorpórea de tratar la orquesta, con sonoridades fugitivas, puntillistas y, en ocasiones, al límite del sonido, todo ello roto por puntuales silencios y agresivas intervenciones de los vientos y la percusión. Schwarz acertó a mostrar toda la riqueza de esa partitura, sus ambiguos planos sonoros e intensidades cambiantes.
De la abstracción de esa obra se pasó directamente al encantador clasicismo de las Variaciones sobre un tema rococó de Tchaikovsky. Schwarz y la orquesta no dieron, sin embargo, señales de acusar un cambio tan abrupto de lenguaje. Su versión fue diáfana, con un convincente sabor clasicista, sobre todo en las intervenciones de las maderas. Como solista actuó la joven violoncelista Julia Hagen, que destacó la melancolía de la tercera variación, abordó con virtuosismo las florituras de la quinta e hizo cantar a su instrumento de modo inefable en la sexta (maravillosa la calidez del registro grave), todo para volar con ligereza en la variación final.
Como colofón de la velada, y en otro contraste abismal, el gigantismo posromántico de Ein Heldenleben de Strauss. Fue lo menos logrado del concierto, sobre todo porque el de Schwarz fue un Strauss muy poco straussiano. Se apreció ya desde el mismo arranque de la partitura, fulgurante, pero sin esa pausa, sin ese control del tempo que permite que la música respire, se expanda y fluya de manera natural. Quizá por su familiaridad con el repertorio de vanguardia, Schwarz trató de dar una lectura analítica, abstracta, que, al tiempo que mostrara todo lo que de moderno tiene la obra, barriera toda esa ampulosidad, toda esa retórica tan cargante e irritante en muchas ocasiones de Strauss, pero sin la cual su música queda absolutamente desnaturalizada. Obrando así, lo único que consiguió la directora fue un espectáculo pirotécnico y decibélico que alcanzó sus mayores cotas en el episodio de la batalla. Hubo algún pasaje interesante, como la presentación de “los críticos”, muy afilada e incisiva, pero, en general, la lectura no convenció. Strauss no es Bartók ni Stravinsky, compositores a los que un enfoque como ese habría, sin duda, favorecido. La orquesta, eso sí, respondió con solvencia al reto planteado por la batuta, ofreciendo un sonido tan claro como contundente, aunque no siempre equilibrado.
Juan Carlos Moreno
Julia Hagen, violoncelo.
Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Elena Schwarz.
Obras de Streich, Tchaikovsky y Strauss.
L’Auditori, Barcelona.
Foto © May Zircus