La Orquesta y Coro Sinfónico de Milán liderados por su director emérito Claus Peter Flor, aterrizaron en el ciclo Ibermúsica con una obra destacada de su repertorio y del repertorio universal: la Misa de Réquiem de Giuseppe Verdi.
Y digo, de "su" repertorio, porque pocas obras encontrarán en la historia de la música tan ligadas a la ciudad de Milán como ésta (estrenada allí mismo en el primer aniversario de la muerte del célebre escritor, poeta y dramaturgo romántico, amigo personal de Verdi, Alessandro Manzoni, el 22 de mayo de 1874).
Todo un acontecimiento en el Auditorio Nacional de Música, pues, al que se le unió, así, un exclusivo halo de "autenticidad". Un Réquiem de Verdi, digamos que… "con denominación de origen".
Y dos momentos nos lo recordaron ya de inicio:
Primero, el decisivo arranque, esos lejanos segundos en pianissimo descendente; lento pero implacable declinar que ya dio idea, en el mismo umbral, de la trascendencia del dolor que trataban de traducir a estos virtuales pentagramas. Una grave trascendencia que obligó (ipso facto, por cierto) a un intenso silencio en una sala tendente, en principio, a cierta (sonora) inquietud.
En segundo lugar, poco después, la explosiva irrupción del célebre Dies Irae que coronó aquella presentación previa de todos los "personajes" de esta tragedia ritual, individuales y colectivos, que supone el Requiem-Kyrie. Una célebre e iracunda irrupción que buscó y encontró la sobrecogedora sensación de aquel impacto soberano, como lo hicieran después sus otras apariciones, tras el Confutatis y en el Liberame final.
Una brillante apuesta coral con cierto rigor y crudeza instrumental, a cuyos expresivos rasgos (y riesgos…) se unieron, con verdadero ímpetu y permanente carácter, los cuatro solistas vocales: Carmela Remigio, Anna Bonitatibus, Carlo Allemanno y Fabrizio Beggi. Los solistas que concertaron de entrada, con este carácter, aquel citado y resuelto movimiento inicial.
Una monumentalidad que tuvo más momentos espectaculares en esa dramaturgia vital de la que los italianos son asiduos y maestros; como, sin ir más lejos, en el instantáneo alzamiento del coro en el Rex tremendae majestatis en contraste con el íntimo Salvame, el lírico Recordare con dúo solista o unos In gemisco y Confutatis de acusada expresividad y bello timbre vocal que siguieron.
Un dominio desde un podio versado que desveló otras singularidades menos aparentes de la partitura. El Lacrimosa, por ejemplo, donde se hizo hincapié en las atrevidas apoyaturas y ritmos sincopados del cuarteto concertante, para rematar la secuencia.
Un halo, pues, de "autenticidad" unido hoy a un generoso elenco, tanto en lo instrumental (plantilla orquestal sustentada por ocho contrabajos en su nutrida sección de cuerda) como en lo vocal (el coro rozaba el centenar de cantantes).
Tras un Sanctus con visceral Hosanna… y el Agnus Dei… el inquietante recitado de soprano del Liberame Domine remató aquel fresco junto al consabido Dies irae, un lenitivo Requiem de dicción destacada a cappella y, por fin, la fuga sobre aquel texto donde el podio envolvió los incisivos sujetos en una lírica plasticidad de pulso, a tono con la trascendencia de la liberación reclamada.
Un remate final que pareció romper la cuarta pared, dirigiéndose, una vez más, a los presentes en un recitativo conmovedor… seguido de, este sí que pronunciado, un intenso y prolongado silencio reflexivo… y… de una ovación… sí, ma in crescendo.
Luis Mazorra Incera
Carmela Remigio, soprano; Anna Bonitatibus, mezzosoprano; Carlo Allemanno, tenor; y Fabrizio Beggi, bajo.
Orquesta y Coro (prep.: Massimo Fiocchi Malaspina) Sinfónico de Milán / Claus Peter Flor.
Misa de Réquiem de Giuseppe Verdi.
Ibermúsica. Auditorio Nacional de Música. Madrid.
Foto © Rafa Martín / Ibermúsica