Que Verdi fuera un compositor de ópera concienzudamente escénico lo sabemos; pero tal vez deberíamos ahondar en este punto para valorar cualquier puesta en escena. La que ofreció la Fundación Baluarte en colaboración con la Asociación Gayarre Amigos de la Ópera fue en muchos aspectos, especialmente los musicales, solvente, pero adoleció de una falta de nervio motivada, precisamente, por la puesta en escena.
La escenografía, por muy simbólica o minimalista que sea, ha de crearnos una ilusión. Yo tuve la sensación de estar ante el escenario grande y desangelado en que veo cualquier otro concierto, con sus patas negras y su piso desgastado. El simbolismo del Cristo que cae al suelo de bruces fue un símbolo de la concepción escénica. En este caso, al caer al suelo, sonó a lo que era: un muñecón de plástico al que se le fuerza a representar una escultura que no es.
Siguiendo los aspectos más teatrales, el blanco del barco, fúlgido, deslumbraba y no realzaba a los cantantes. Los movimientos escénicos, a cargo de Alfonso Romero Mora, pasaban de un estatismo comodón a un continuo bracear, ir de un lado a otro con poco sentido: Otello parecía a veces más un personaje de un cuento que el de una tragedia.
La orquesta, dirigida por Ramón Tebar (que llevó con diligencia, tendiendo a tempos a veces una brizna lentos), mejoró sustancialmente en la segunda función. Es una partitura que tiene las dificultades de una obra de cámara y dejó al descubierto, a veces, fallas evidentes.
El Coro lírico de la Asociación Gayarre que dirige Íñigo Casalí fue seguro y compacto. Le faltó, no obstante, distinguir coloraciones que se podrían obtener ahondando en el argumento. Fue una pena que se eliminara el coro infantil del segundo acto, una joyita deliciosa, corte que motivó casi una mutilación: esa es a mi entender la escena coral más bella.
De entre los solistas, el más aplaudido fue Ángel Ódena haciendo de Yago, un Yago más aparatosamente malo que solapadamente venenoso, con continuidad en la voz. Gregory Kunde en el papel de Otello fue notable (qué vamos a decir de la heroicidad del cantante que se atreve con este papel): pero la coloración de la voz fue excesivamente desigual y a veces se quedaba atrás. Svetiana Aksenova crecía conforme se adentraba en el papel. Fue correcta: hizo una hermosa escena final con la larga aria del sauce y el “Ave Maria”, en el que yo hubiera preferido una mayor contención de voz: la tristeza de Desdémona en ese momento es abismal. El trabajo de María Miró como figurinista fue discreto y eficaz. El conjunto se aplaudió como merecía, con esa alegría de poder disfrutar de una obra compleja y difícil, que no deja indiferente.
Javier Horno Gracia
Otello, Verdi. Fundación Baluarte, en colaboración con la
Asociación Gayarre Amigos de la Ópera, Pamplona.
(foto de I. Zaldúa)