La energía con que Thomas Ospital al órgano, abordó la brillante transcripción firmada por Marcel Dupré de la Sinfonía de la cantata “Wir danken dir, Gott, wir danken dir”, B.W.V. 29, de Johann Sebastian Bach marcó la pauta de un nuevo concierto matiné BACH-Vermut del Centro Nacional de Difusión Musical, que gozó, así, de un preludio dinámico, contundente y, pese a su condición de arreglo, de cierta vocación organística.
Vocación ciertamente relativa, que se viera seguida de todo un brete interpretativo, éste sí, original. El trance que siempre suponen las Sonatas en trío del de Eisenach. La Tercera en re menor, B.W.V. 527, respiró especial dulzura en este difícil catálogo, desde su Andante inicial que ya arrancó furtivos aplausos, y, no digamos, su explícito Adagio e dolce. El más comprometido y virtuoso Vivace final remató faena, de vuelta al enérgico espíritu de la Sinfonía.
Y ya si de transcripciones sólo se tratara, el propio Ospital -en ambas funciones- abordó de lleno en las obras que se sucedieron, este difícil arte. Un arte donde se añade, así, un actor-creador más, el arreglista o transcriptor. Un co-protagonista que aquí coincidía con el propio intérprete.
Las Doce variaciones en do mayor sobre el tema “Ah! vous dirai-je, maman”, K.V. 265, de Wolfgang Amadeus Mozart trataron de acercar este venerado autor al repertorio del teclado del órgano, con una leve sonrisa que al punto se tornara en admiración. Las Variaciones permitieron asimismo zambullirse con criterio las múltiples posibilidades tímbricas e imaginativos efectos de eco, de este órgano en estas manos. Una delicia para el gusto y el intelecto, de esa manera que sólo el de Salzburgo consigue y que aquí mantuvo mucha de su frescura original.
Mi madre la oca, M. 60, de Maurice Ravel fue otro manjar pintiparado, diverso al anterior y más próximo a nosotros, para esta doble maestría técnica: transcriptor-intérprete. Las iniciales y sugerentes sonoridades en la Pavana de la Bella durmiente del bosque inspiradas en el repertorio órgano galo contemporáneo al vasco-francés y, lógicamente, en sus propias soluciones orquestales, pronto se convirtieron en emperatriz, pagodas y un fértil jardín encantado de hadas y duendes… entretenimientos de la bella y una bestia sumida en temibles ejercicios cromáticos de pedalier.
- Chapeau!
Todo un alarde, pues, de la perseverancia en tempi siempre coherentes y brillantes, cualesquiera que fueran las dificultades técnicas asumidas, que se remató con una improvisación propia, plena de imaginativas registraciones, inharmónicas de principio, pero que, pronto, con la ayuda de oportunos ostinati rítmicos y melódicos, se mudaron en una explosiva conducción dinámica y armónica. Era el broche de un programa espléndido, que fuera seguida de una obligada propina, planteada, simétricamente, en clima y estética de la Sinfonía que abriera el concierto.
Luis Mazorra Incera
Thomas Ospital, órgano.
Obras de Bach, Mozart, Ospital y Ravel
CNDM. Auditorio Nacional de Música. Madrid.
Foto © CNDM - Elvira Megías