Hace pocos días que la Orquesta Barroca de Sevilla presentaba su temporada (la volatilidad de las ayudas obliga a que estuviese ‘a lápiz’ hasta hace poco), pero antes de su inicio oficial nos ofreció este espléndido concierto para celebrar el comienzo del curso académico de la Universidad de Sevilla, que tiempo atrás nos lo presentaba en la bellísima, pero cacofónica iglesia de la Anunciación hispalense. Por fortuna, a pesar de haber creado un panel para mitigar la dispersión sonora, la universidad ha optado finalmente por recurrir al Turina para evitar sobresaltos.
Aurora Peña estuvo en Sevilla con el grupo Concerto 1700, y ahora venía invitada a esta conmemoración como solista de la OBS, por cierto reducidas sus partes a 1, es decir, como un quinteto de cuerda, con clave/órgano. Es posible que una formación más nutrida aportase mayor solemnidad al acto, pero no es menos cierto que esta configuración sucinta nos traía mayor intensidad expresiva y clarificación de texturas.
Y no será porque Peña no hubiera podido con el conjunto sevillano al completo, a tenor de unos agudos de una potencia sobresaliente; pero la reducción en la plantilla la incitaba a moverse en dinámicas más suaves, no forzadas, mientras que las notas altísimas de las arias barrocas sí requirieron de todo su caudal sonoro.
Como era de esperar, el canto intenso tenía que simultanear con la música puramente instrumental, como la que abría el programa con la Sonata Op.5 No.4 en Sol mayor para cuerdas y continuo HWV 399 de Haendel, que contaba como solista y director a Ignacio Ramal, tantas veces colaborador de la OBS y que hizo una efectiva y muy convincente dirección silenciosa; es decir, que ya todo venía tan ensayado que apenas necesitó un gesto siquiera para dar las entradas. Contaba a su favor que la ‘tropa’ eran los solistas de la orquesta hispalense y que no sólo ellos mismos son solistas, sino que la sinergia que se ha creado entre ellos es total. Así que ya la primera obra nos predisponía para lo mejor.
La salida de Peña sorprendía también porque no había banquillo ni calentamiento, al menos en escena: Da tempeste il legno infranto (Giulio Cesare), una verdadera tormenta de energía, coloraturas, encadenamiento de frases, exhibición de fiato y lo que se quiera: al fin y al cabo se trataba de mostrar la satisfacción de Cleopatra de que César ha salido ileso de la tempestad.
Sin salir de Haendel, Ah! mio core cambia la fortaleza del virtuosismo vocal a la expresividad extrema, ya que es el lirismo el que debe sobresalir en ella, y está claro que su voz y su estilo hacen que la cantante valenciana se sintiese a gusto en este momento que es encumbrado a través de notas solemnes y majestuosas, sólo interrumpido en su sección central por el encrespamiento que le producen las acusaciones de traición, y en donde encuentra en el dibujo nervioso del violín un perfecto aliado.
En principio estaba previsto seguir con Vivaldi, pero finalmente se optó por un quiebro hacia la conexión española, en este caso por el sevillano Francisco José de Castro, quien se formara en Italia primero con los jesuitas, aunque su obra es de la poca de su época que no contiene música religiosa. La Sonata Op.l nº1 en Re menor para dos violines y continuo pertenece a sus diez sonatas en trío al estilo de Corelli. Ignacio Ramal y Leo Rossi tuvieron una vibrante colaboración con el interactivo continuo (violonchelo, contrabajo y clave), participando todos de una sonata encantadora, con señalados momentos danzables.
El caso de Nebra y su Gozaba el pecho mío contemporizaba los elementos cantables con los iracundos, que le llevaban a saltos interválicos temibles para la voz. También graves que no parecían alterar la naturaleza cálida y segura de su registro, con una técnica excelente para sortear estos escollos. El conjunto al completo, y sobre todo los dos violines, añadieron una vitalidad inusitada a ese canto vivificante, que en especial con las dificultades referidas, supo mantener la inteligibilidad del texto en todo momento.
Luego fue el momento de directamente afrontar ese ‘aria di bravura’ vivaldiana que es Alma Opressa de La fida ninfa. Las coloraturas a las que antes nos referíamos ahora añadían largos melismas que necesitaban aún más fiato -e incluso instante para coger aire- y dibujar sonidos que evidenciasen una articulación sorprendentemente equilibrada, diríamos incluso que ‘relajada’, en tanto que búsqueda de la emisión distendida, aunque para atacar las notas agudas no había más remedio que ‘apretar’, en unos agudos tremendos de potencia y seguridad.
Sólo un momento para el reposo con las sedosas texturas del Adagio sostenuto de la Sinfonia da camera à 3, op.2 nº3 en Sol menor de Porpora, para abordar un verdadero fin de fiesta con un aria hecha para sorprender, ya que no está al alcance de todas las voces: Son qual nave ch'agitata (Artaserse) de Riccardo Broschi. Aún le quedaba a la valenciana fuerza, gusto, elegancia, dinamismo, claridad vocal y un reservado para coloraturas y notas muy agudas (algunas de paso), escalas vertiginosas, abundantes trinos o apretadísimos cambios de dinámica.
Carlos Tarín
Intérpretes: Aurora Peña (soprano). Ignacio Ramal y Leo Rossi (violines), Pablo Prieto (viola), Mercedes Ruíz (violonchelo), Ventura Rico (contrabajo) y Alejandro Casal (clave)
Director: Ignacio Ramal.
Obras de Haendel, De Castro, De Nebra, Vivaldi, Porpora y Broschi.
Teatro Turina, Sevilla.