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Crítica / Un homenaje a Barbieri - por Francisco Carlos Bueno Camejo

Valencia - 08/11/2023

El bicentenario del nacimiento de Francisco Asenjo Barbieri ha sido recordado por el Palau de Les Arts y el matritense Teatro de la Zarzuela con la puesta en escena de la zarzuela grande Pan y Toros, el magno capolavoro de esa figura insigne de la música española. El madrileño fue un hombre muy polifacético: compositor, musicólogo, crítico musical, editor, director de orquesta y, sobre todo, uno de los artífices de la creación del teatro lírico hispano. Hoy en día sus zarzuelas no son tan populares como otras de Ruperto Chapí, José Serrano, Federico Chueca, Amadeo Vives o Tomás Bretón, entre otros; pero las más importantes siguen recordándose: Los diamantes de la corona, Jugar con fuego y El barberillo de Lavapiés, además de Pan y Toros.

Juan Echanove, director de escena de este montaje, aludió al ruedo ibérico. Y no le falta razón al actor madrileño. La escenografía es una plaza de toros que ora servía como improvisada sede pseudo-parlamentaria ora como plaza ora como muro de un palacete ora como coso taurino. La plaza de toros, semiabierta, como el coliseo romano (para que el público pudiese contemplar a los cantantes, actores y bailarines) giraba en círculo, en aras de cumplir con varias de esas misiones, o bien, indicar el cambio de escena. Esta idea del escenario con movimiento circular, dando vueltas en derredor, se remonta a las representaciones teatrales posteriores a la II Guerra Mundial, en obras de Bertold Brecht. En el orbe del teatro musical, comenzaron a adquirir predicamento en Alemania durante los años 70 del pasado siglo XX. La sastrería respetó los hábitos de época, y la verdad es que estuvo diseñada con muy buen gusto. La iluminación del manchego Juan Gómez Cornejo fue muy elegante. El iluminador de Valdepeñas evitó las luces multifocales y las iridiscencias luminiscentes que habrían resultado de gusto kitsch. El movimiento escénico alrededor del ruedo ibérico estuvo bien resuelto, por parte de Juan Echanove Labanda. Los vídeos de Álvaro Luna recrearon el mundo de Goya, coetáneo a la trama, con grabados y pinturas negras. El universo goyesco alcanzó, incluso, a los vestuarios. Así, pudimos contemplar El Gran Cabrón, el macho cabrío que oficia una misa negra. Los bailarines y figurinistas, -aunque no fueron del agrado de un sector del público-, lo cierto es que, con sus pantomimas trágicas, casi escultóricas, recrearon el transcurso de la trama.

En el orbe canoro descollaron las cantantes femeninas. El papel de la amante y luego, segunda esposa de Manuel Godoy, Pepita Tudó (retratada por Goya en dos ocasiones, La maja desnuda y La maja vestida), fue maravillosamente interpretado por la zaragozana Ruth Iniesta. La soprano baturra, quien aún no frisa el año cuadragésimo de su existencia, está en el cénit de su carrera, con una voz fresca y muy bien articulada. Sus dotes lírico-ligeras se pusieron de manifiesto en el dúo entre los personajes de Pepita Tudó y la Princesa de Luzán. A su vera, y no menos excelsa, la mezzosoprano catalana Carol García. Sólidas gamas graves, buenos aflautados y facilidad para la coloratura, como en el dúo mencionado. La barcelonesa, además, recitó bien el verso escrito por José Picón, no siempre fácil de encajar y que, en ocasiones, el libretista madrileño cae en el ripio; aunque no le falte caletre. La soprano madrileña Milagros Martín posee un gran oficio en el arte del canto. Como actriz, la mejor en el proscenio, con una dicción exquisita y con carácter, recreando con autenticidad a la actriz sevillana a quien encarnó: La Tirana. La soprano valenciana Amparo Navarro resolvió con solvencia el papel de La Duquesa, siempre atenta a los pequeños detalles.

Entre las voces masculinas, el barítono de Ladrido, Borja Quiza. Poco a poco, el coruñés se va consolidando como un gran barítono lírico. Elegancia, esmalte, noble timbre y buen fiato son las armas del cantante gallego. El barítono de San Martín de Valdeiglesias, José Julián Frontal Marcos, encarnó a un sólido Goya. El madrileño posee un instrumento carnoso, fresco, en absoluto leñoso. Otro madrileño, Enrique Viana, hizo una divertida interpretación del abate Ciruela. Hace gala de buenos mimbres como lírico-ligero, si bien en las gamas agudas fuerza un poquito la voz. Excelente Pedro Mari Sánchez, el mejor actor masculino en el proscenio; así como los intérpretes de los tres toreros, Romero, Costillares y Pepe-Hillo.

El coro y la orquesta, una delicia. Correcto el trabajo de Guillermo García Calvo al empuñar la batuta en el foso.

Francisco Carlos Bueno Camejo

 

Palau de Les Arts

Pan y Toros, zarzuela grande en tres actos con libreto de José Picón García y música de Francisco Asenjo Barbieri

Reparto: Ruth Iniesta, soprano (Doña Pepita); Carol García, mezzosoprano (La Princesa de Luzán); Borja Quiza, barítono (El Capitán Peñaranda); Milagros Martín, soprano (La Tirana); José Julián Frontal, barítono (Goya); Amparo Navarro, soprano (La Duquesa); Enrique Viana, tenor (El Abate Ciruela); Pedro Mari Sánchez, barítono (El Corregidor Quiñones); Carlos Daza, bajo (El torero Pepe-Hillo); Pablo Gálvez, tenor cómico (El torero Pedro Romero); Tomeu Bibiloni, tenor (El torero José Costillares); Pablo López, barítono (El General, militar); Alberto Frías, tenor cómico (el santero, charlatán); Ángel Burgos, bajo (Gaspar Melchor de Jovellanos, ministro e ilustrado); Lara Chaves, soprano (La madre, ciega); Marcelo Solís, barítono (El padre, ciego); Julen Alba, actor (El niño, ciego); Fernando Piqueras, barítono (El del pecado mortal, pregonero); Antonio Lozano, tenor (El mozo de cuerda, porteador).

Dirección de escena: Juan Echanove. Escenografía y vestuarios: Ana Garay. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Coreografía: Manuela Barrero. Vídeo: Álvaro Luna.

Cor de la Generalitat Valenciana.

Orquestra de la Comunitat Valenciana.

Dirección musical: Guillermo García Calvo.

 

Foto © Miguel Lorenzo-Les Arts

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