La que es probablemente la ópera más conocida de Haendel, Giulio Cesare, fue estrenada en 1724 y pertenece al género de la ópera seria. El pasado Domingo de Resurrección la repusieron en la Semperoper aprovechando que el grueso de las huestes musicales estaban con su titular Thielemann participando en el Festival de Pascua de Salzburgo, en una producción fantástica de Jens- Daniel Herzog que estrenó hace diez años en 2009 y que consigue que las casi cuatro horas de espectáculo pasen en un suspiro. La ambienta en el Egipto colonial de la primera mitad del s.XX y consigue que todo funcione sin chirriar; en lugar de romanos y egipcios, supongamos un país europeo como Inglaterra y Egipto, poniendo de relieve la dicotomía colonizador/colonizado y acentuando el choque de culturas que supone la situación y en última instancia la neutralización y eliminación de lo autóctono.
Con una escenografía muy bien ideada que permitía en breves momentos con paredes ascendentes crear los distintos espacios, desde el harem o la habitación privada hasta el regio salón oficial, tiene un grupo de figurantes, león incluido, que dotan de movilidad a la escena.Tuvo el detalle de incluir al personaje de Pompeo, rival de Giulio Cesare, que no figura en la obra porque se parte en su argumento de su asesinato, pero cuyo espíritu aparece acompañando a su hijo Sesto como presencia que apoya los deseos vengativos de Sesto y Cornelia. Pero además Jens-Daniel Herzog fue capaz de añadir una nueva capa significativa con muchos guiños de humor y una cierta ironía, de manera que otorgó a la escena final, justamente cuando Julio César y Cleopatra se unen como pareja y se obtiene La Paz, un nuevo giro donde se cuestiona esta paz.
El reparto, a pesar de que el único nombre conocido es el de Lawrence Zazzo como Giulio Cesare, estuvo homogéneo y de alta calidad, destacando no solo este contratenor, sino también la rusa Elena Gorshunova, con planta escénica atractiva y medios vocales holgados para el papel de Cleopatra. También muy bien el Sesto de la berlinesa Stepanka Pucalkova y la Cornelia de Michal Doron, siendo el único lunar Vasily Koroshev como Tolomeo, contratenor inaudible en las coloraturas y con bastante carencia de brillo en la voz. Como anécdota queda que el papel de Curio fue interpretado por Allen Boxer pero cantado por otro cantante debido a grave indisposición vocal, lo que afortunadamente no perjudicó al espectáculo.
Ya es conocido que la partitura haendeliana es un arrebato de belleza continuo, siendo sus arias cadidatas seguras a forma parte de una hipotética selección de lo mejor de Haendel. Momentos como el famoso “Piangero la sorte mia”, “Va tacito e nascosto” con una impecable trompa dialogante, el duo “Son nata a lagrimar” o “Se pietà de mi non senti” entre otros varios explican el éxito de este título.
La contribución de Alessandro De Marchi fue decisiva con un gesto muy poco ostentoso pero eficaz, con complicidad con todos los músicos tanto del foso como del escenario. Con un nutrido grupo de continuo con siete instrumentos, incluidos dos claves, un arpa barroca y guitarra barroca, además de tiorba y laudes, dotó de gran colorido y variedad a todos los recitativos. Y sorprende ver como las orquestas modernas son ya perfectamente capaces de tocar en el estilo barroco bien informado, es decir, sin vibrato, con un buen sentido del ritmo y con articulaciones punzantes cuando son requeridas. La sucesión de todas las arias, a cada cual más bella, con una orquesta de mil colores hizo de esta sesión una jornada memorable.
Jerónimo Marín
Lawrence Zazzo, Giulio Cesare. Allen Bóxer, Curio. Michal Doron, Cornelia. Stepanka Pucalkova, Sesto. Elena Gorshunova, Cleopatra. Vasily Koroshev, Tolomeo. Martin-Jan Nijhof, Achilla. Dmitry Egorov, Nireno. Robert Thiele, Pompeo.
Dirección de escena, Jens-Daniel Herzog. Coro de la ópera de Dresde.
Staatskapelle Dresden / Alessandro De Marchi.
Giulio Cesare, de G.F. Haendel.
Semperoper. 21-04-19
Foto © Semperoper Dresden/Klaus Gigga