Paul Daniel, con la Real Filharmonía de Galicia, propuso un Cascanueces para la Gala que demandaba aligerar contenido, teniendo en cuenta que la tarde-noche velaba el duermevela de los más pequeños.
Serge Lifar, en lo que había sido un estudio de referencia sobre el mundo de la danza, había prestado atención al compositor apreciando que su dedicación al ballet, no lo haría en absoluto por azar o deseo de alcanzar a un mayor público (como ocurre con las óperas), sino por necesidad interior. Poseía una naturaleza esencialmente danzante, como cabe observar en todas sus sinfonías, y en particular en la quinta, con su famoso vals, tan divinamente bailable. Por tal razón, sus ballets, por otra parte no muy numerosos- no son sino tres-, son más hermosos y ricos en materia musical que sus óperas. En efecto, cuando escribía música para ballet, obedecía a un imperioso instinto, a un impulso espontáneo irresistible, y esta es la razón, quizá, de que haya enriquecido el ballet ruso inaugurando una nueva época.
Esta característica de divertimento, consecuencia lógica del conservadurismo de Tchaikovski, se encuentra de nuevo, por otra parte, en todas sus obras, tanto en los ballets como en las óperas. El Cascanueces, La Bella durmiente, El lago de los cisnes, no son en el fondo, más que vastos divertimentos. El lago de los cisnes, no obstante, es tal vez menos, porque la unidad de elección del leit motiv, le concede, entre sus ballets, el lugar que corresponde a Evgeny Oneguin, entre sus óperas, aunque también contenga entradas y números dispares. El Cascanueces, en otra acepción Casse- Noisette, en su arraigo afrancesado, se expresaba en dos actos y cuatro números, sobre argumento de Ivanov y decorados de Botcharov junto a K.M. Ivanov, para una personal coreografía de Ivanov, para su estreno en el Teatro Mariinski, de San Petersburgo, el 6 de diciembre de 1892, reservando el elenco a personajes de gran prestancia: Gerdt, Legat, Kyasht, Livatrin, Ksehsinski, Bilinkaia, Andersen, Preobrajenska y Antonieta Dell´Era.
Como sustento, un relato en versión de Dumas, precisamente del cuento de E.T.A. Hoffmann Le Casse-Noissette et le Roi Méce. La coreografía había sido tratada en un comienzo por Petipa y desde la segunda puesta escénica, en rol de Antonieta Dell´ Era, sería ocupado por Nikitina. En conjunto, un cuerpo de baile de 60 intérpretes.
Años después y con absoluta aceptación, será recibido en 1934 en el Sadler´s Wells, de Londres, en la visión del Vic Wells Ballet, bajo la supervisión de N. Sergueeff, siendo figuras sobresalientes A. Makarova y Turner. Dos años después, con no menor despliegue de medios, serán los Ballets Rusos de Montecarlo, renovando su coreografía firmada por Boris Ronanoff, arropada por decorados y vestuario de A. Alexeieff, para lucimiento de Eglevski y Nemtkikova.
En una puntuación de confirmación histórica, aguardaremos a mayo de 1953, en el Teatro Real de Copenhague, con motivo de la conmemoración del Cuarto Festival de Ballet, la muy apreciada Compañía del Marqués de Cuevas, le recuperará con renovados decorados de Pierre Balaim.
Hábito y costumbre habían sido las suites tomadas de óperas, realizadas tras el estreno de las mismas, pero en el caso de El Cascanueces, su evolución fue pareja al propio ballet, llegando a darse conocer antes del ballet, resultando en lo fundamental un reparto de ocho números, a cual más descriptivo, desde la pequeña obertura que contribuye a recrearnos en el clima ambiental, de ese embriagador cuento de hadas, cercano a la hipersensibilidad manifiesta del compositor, que arrastraría de por vida, un estado de enfermizas pasiones, consecuencia de una compleja biografía. No renunciará con ello a una entrega de ligereza graciosa, de la que observaremos constancia en tantas obras suyas.
Podremos pues disfrutar de la invitación de las Danzas caracerísticas, partiendo de una Marcha, número perteneciente al Acto Primero, en la que los instrumentos de metal, imponen su talante catalizador, por sus necesidades expresivas, consecuencia de un pintoresquismo dominante, perteneciente al último cuadro. Paul Daniel, repetía parecida propuesta como la seguida hace pocos días en su sesión Serenatas, entre las que el propio Tchaikovski, estaría por la Serenata en Do. M. Op. 48.
Entre los números y para complacencia, La Danza del Hada Bombón, que se entregaba a los dictados expresivos de la celesta, por su particularidades tímbricas, y que el compositor será el primero en usarla, en un enfrentamiento de posibilidades de protagonismo frente al clarinete y al clarinete bajo. Salto al Trepak, la tradición por excelencia, un una danza acelerada y enervante, respondiendo en contraste la Danza árabe, ciertamente lánguida y den un orientalismo que con perspectiva actual, resultará un tanto superficial. La Danza china, más bien con pretensiones humorísticas, que padecía de similares condicionantes por los aspectos gratuitos. Orientalismos ajenos a los que se descubrirán en los compositores impresionistas. La Danza de los Mirlitones, pieza de asegurada popularidad, se recrea gracia al juego de tres flautas, el corno inglés y los instrumentos de metal, ubicados en la parte central, entre imaginarias evocaciones infantiles, para solazarnos plenamente en el Vals de las flores, reafirmado por la expresividad de las trompas. El ballet como reclamo, para escuchar su tratamiento en versión orquestal.
Ramón García Balado
Real Filharmonía de Galicia / Paul Daniel
P.I. Tchaikovsky, El Cascanueces
Auditorio de Galicia, Santiago de Compostela
Foto: Las manos de Paul Daniel, las mismas que dirigieron a la Real Filharmonía de Galicia en el Cascanueces.