Leonskaja asiste con frecuencia a ciclos en nuestro país como el curioso recital con el barítono Matthias Goerne, ofreciendo Die schöne Magelone y el narrador Jordi Daudet, en el Teatro de La Zarzuela. La vía de la escuela Milstein, le abrió en sus comienzos el acceso al pianismo de Scriabin, aunque a la postre, no resultó uno de sus referentes definitivos. El Concierto nº 4, en Sol M., había supuesto el adiós definitivo para el maestro como concertista, por lo que su sentido simbólico era profundo. El valor de las cadencias, permitían en toda regla un despliegue sin medida en cuanto a la imaginación, por lo que las resolvió sin la menor concesión a posibles críticas. Las escritas, tres para el primer movimiento y dos para el final, no se redactaron hasta 1809 y con el acostumbrado sentido del humor picajoso, añadirá una muletilla burlesca: cadencia, ¡pero sin caer!
Gracias a su impronta de libre improvisación, poco ambiciosa pero seductora, así como a la ausencia de toda constricción formal, y sobre todo, al encanto de unas sonoridades aún inéditas en el terreno del concierto, este trabajo constata la ya plena madurez espiritual de su autor. La clave de la tarde resultaría obvia puesto que Leonskaja emergió de manera sorprendentemente frente a la orquesta en el Andante con moto, poniendo el cauce hacia el Rondó. Vivace, en un diálogo poderoso en los contrastes, hacia el temple heroico disputado con resolutivo final. Un detalle en la pianista, es que dentro del dominio del pianismo beethoveniano, no muestra interés por las actitudes de posibles intérpretes que centren sus posicionamientos en compositores que autolimiten la carrera del músico.
Ralph Vaughan Williams, a través de la Sinfonía nº 5, en Re M., y que se presenta en cuatro movimientos, aunque con la particularidad de ubicar el Scherzo, en el segundo tiempo. El movimiento siguiente Romanza, recurre a elementos procedentes de la ópera The Pilgrim´s Progress. Una sinfonía que es un retorno a la tradición popular y que para bastantes especialistas, es la obra cumbre en este género. El nacionalismo que podremos apreciar en Vaughan Williams, fue tanto una expresión del estado interior de un hombre, como el reflejo de la condición exterior de la cultura de su propio país. Obra bien recibida aceptando la visión planteada por Nesterowicz. Cuidadosas amplitudes en los fraseos y una recreación atmosférica very british, a sabiendas de que queda a distancia de las corrientes vigentes desde actitudes más avanzadas. Una música que se deja seguir por la ausencia de posibles rupturas, en un sinfonismo sumamente placentero, rubricado por la claridad en su orquestación.
Ramón García Balado
Elisabeth Leonskaja. Orquesta Sinfónica de Galicia / Michal Nesterowicz.
Obras de L.v. Beethoven y R. Vaughan Williams.
Palacio de la Ópera, A Coruña.
Foto © Julia Wesely