George Pehlivanian dirigió la Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española en un programa que se coronaba con la trepidante Séptima sinfonía de Beethoven y que, a priori, se presentaba, únicamente, con un previo Segundo concierto para piano de Camille Saint-Saëns.
Sin embargo, lo que, en principio, ya era un programa intenso, dadas las circunstancias, aportó muchas más sorpresas, quizás menos inesperadas como veremos, de lo que pudieron parecer sobre la marcha. Un clima generoso y festivo que nos trasladó a otros tiempos… más rumbosos.
De entrada, un joven pianista moskovita, Aleksandr Maloféyev, se volcó sobre el teclado de Saint-Saëns con aquellos primeros contrapuntos sobre pedal, que parecen remedar -la primera en la frente-, nada menos, que a la escritura bachiana… (?) sobre un piano… romántico… (!), eso sí, poquísimo antes de desmelenarse en aquel fervor lisztiano tan bien dispuesto por el francés.
El Segundo concierto de Saint-Saëns presentó desde su parte solista una factura fulgurante, asertiva, directa, con un sonido potente que compitió en buena lid, dialogó y se combinó, con la orquesta. Una aparente facilidad en la que se unían los reflejos a ambos lados de la barrera: podio y atriles, a un lado, y el garbo, ardor y atrevimiento contagiosos de Maloféyev, al otro. Un tipo de gallardía, propia quizás de otros tiempos menos conservadores en lo artístico, menos medrosos con las comparaciones mediáticas y otras ciencias fatuas, que beneficia a esta valiente partitura, ajustada mezcla de savoir-faire, brillantez técnica y ciertas frivolidad calculada y desinhibición estética.
Y aquí comenzó la relativa sorpresa. El solista, respondiendo al público y en andas de la grabación televisiva, ofreció, no una propina, y, por cierto, bastante más generosa en duración de lo habitual, no dos, también en similar tesitura, sino tres propinas de marcado virtuosismo. Especialmente las dos extremas: la primera de ellas que ya se antojaba todo un desafío con su forma tripartita, ABA, y no digamos ya la última, el virtuosísimo, casi imposible arreglo para piano, Andante maestoso de Mikhaïl Pletnev, del emotivo paso a dos del segundo acto del ballet El cascanueces de Tchaikovsky. Ya de por sí, en su día, un tour de force compositivo de este último a partir de una simple escala descendente.
Decirles que nos llegamos a preguntar si se estaría ofreciendo en paralelo otro recital… de propinas… Un recital sorpresa del que hubiéramos disfrutado, sin duda. Este pianista, sus cualidades, sobre todo, su abierta disposición, lo merecía. Esperemos que se repita. Si no el pianista, que esto lo damos por descontado, sobre todo, que se repita esta disposición… en muchos otros. Una natural disposición que, para variar, nos gustaría fuera más... contagiosa.
El entreacto musical, también fuera de programa, al que nos tienen ya acostumbrados en esta temporada, dio paso, en esta ocasión, a la música vocal, con un trío de voces femeninas que abocó entre hadas, sin su acompañamiento instrumental eso sí, en aquel inspirado trío del Sueño de una noche de verano de Mendelssohn -”Serpientes de lengua bífida, espinosos erizos, tritones y lucios ¡No os mostréis...! Ruiseñor, con tu melodía, canta nuestra dulce canción...”- todo un alarde de fantasía mientras se hacía el cambio de escenario para aquella Sinfonía beethoveniana anunciada.
La Séptima sinfonía de Beethoven presentó sus mejores frutos esta tarde-noche en un dinámico primer movimiento -Vivace-, con su extensa introducción -Poco sostenuto-, y, también, simétricamente, en su remate final, en el cuarto -Allegro con brio-. Dos momentos en que el dominio del conjunto y los reflejos del podio redundaron en una versión a tono con la contumaz y enérgica intención de esta vital partitura.
Luis Mazorra Incera
Aleksandr Maloféyev, piano. Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española / George Pehlivanian.
Obras de Beethoven, Mendelssohn, Saint-Saëns, Tchaikovsky-Pletnev…
OCRTVE. Teatro Monumental. Madrid.