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Crítica / Turandot sin fecha de caducidad - por Javier Extremera

Sevilla - 12/11/2024

Jean-Pierre Ponnelle fue uno de los más grandes escenógrafos y directores de escena del siglo pasado. Elegante y culto, de mirada clásica pero laberíntica, muy disciplinada con la belleza plástica, fue capaz de mezclar agua y aceite en sus legendarias propuestas, fusionando milagrosamente mandamientos vanguardistas con esa jurisprudencia operística basada en el tradicionalismo de toda la vida (el manido “como dios manda”). La muerte le llegó demasiado pronto, con apenas 56 años, pero durante su concisa carrera, nos legó trabajos escénicos que hoy son imperecederos clásicos dignos de las vitrinas de un museo. Desde aquellas aventuras cinematográficas (Barbero de Sevilla, Madama Butterfly, Rigoletto, Bodas de Fígaro o la trilogía Monteverdi) hasta su cumbre profesional firmada en los ochenta junto a Daniel Barenboim en el Festival de Bayreuth en un “Tristán e Isolda” de insuperable belleza e innovador desenlace. Si en su abucheada y revolucionaria versión de “El holandés errante” toda la acción finalmente era una pesadilla del timonel, aquí el malherido héroe en su estertor y delirio creía morir en brazos de su amada, cuando en realidad palmaba acompañado únicamente de su fiel escudero.

En Turandot, Franco Alfano, encargado de cuadrar el círculo tras la inesperada muerte de Puccini, recupera acertadamente el tema musical del “Nessun Dorma” para finiquitar esta fábula de fragancias orientales, transformando todo su ser en un motivo tan wagneriano como es el de “la redención por el amor”, ese del que brota todo “El Anillo del Nibelungo”.

El francés fue el responsable visual y de vestuario (no envejece el traje regio de Turandot con su endemoniada corona o la áurea vestidura del emperador Altoum que parece sacado de su maravillosa Flauta Mágica) de este montaje copropiedad del Teatro de la Maestranza cuya partida de bautismo data de 1987 (Fenice veneciana), con el que el coso del Guadalquivir (que ya lo programó en 1998 y 2010) quiere sumarse a los agasajos del centenario de la muerte del compositor que conmemoraremos el próximo 29 de noviembre. Una propuesta escénica de esas que huele a vieja y gloriosa escuela, de cimentación teatral eminentemente clásica y tradicional.

Un único, gigantesco y giratorio decorado (muy a lo MET) nos introduce en ese Pekín donde las clases dominantes viven en las alturas y cuyo único lazo con el pueblo es a través de unas hitchcockianas escaleras que separan los dos inencontrables mundos. Un planteamiento sencillo, limpio, útil, eficaz y económico que hace las delicias de los amantes a las pelucas y al cartón piedra. En su afán por “modernizar” la puesta en escena original de Sonja Frisell, Emilio López, saca el plumero para poner al día su dramaturgia y luminotecnia, incorporando gratuitas proyecciones y efectos luminosos en la cabeza de Buda y sobre los fondos del escenario, que ni aportan ni contribuyen a potenciar el drama o la acción teatral. Hoy la esclavitud impuesta por la ley de lo visual así lo dictamina. La imagen por la imagen. Da igual lo que se proyecte.

Una muy wagneriana Real Orquesta Sinfónica de Sevilla resonó espléndidamente robusta, con una cuerda magníficamente tensada y la soberbia participación de unos metales contundentes en los momentos más dramáticos. Cada temporada la orquesta asciende un peldaño más en calidad y riqueza sonora. La dirección de Gianluca Marcianò, siempre pendiente de salvaguardar y mimar las voces, fue de menos a más. Con gran transparencia en los planos sonoros, variando los colores y muy cómodo en los momentos de mayor belleza y delicadeza melódica (como en los Dúos), se le podría haber exigido algo más de voltaje en los pasajes más tensos y dramáticos, como por ejemplo en la escasez de suspense armónico durante la escena de los tres acertijos. Supo empastar de maravilla, eso sí, al coro de la casa.

Los triunfadores

Si hubo dos grandes triunfadores en el estreno del día 7, esos fueron sin duda la conmovedora Liù de Miren Urbieta-Vega, así como el rutilante y poderoso Coro del Maestranza (qué gran trabajo está haciendo Iñigo Sampil) que estuvo sobresaliente (aquí haciendo las funciones del coro griego) en sus numerosas y empastadas participaciones. La donostiarra bordó sus dos grandes momentos con una hermosa y elegante musicalidad. Delicado y variado fraseo, bien matizado, con agudos naturales y adecuadamente sostenidos. Su lamentoso “Tu che di gel sei cinta” a flor de piel gracias a esa seductora forma de apinar, fue lo más emotivo de toda la función, metiéndose al público en el bolsillo.

Se notan los kilómetros que lleva ya recorridos (sobre todo en lo idiomático) la curtida Oksana Dyka dando vida a la frígida y deshumanizada Turandot (aquí prima hermana de Lucia de Lammermoor). Voz robusta y efectiva, con mucho volumen pero de tirantes y rígidos sobreagudos que hizo lo que pudo en el complicadísimo y escarpado “In questa Reggia”, a veces más gritado que cantado. También tuvo problemas en hacer evolucionar en escena el personaje en su tránsito del hielo a las ardientes brasas. Aunque posee un privilegiado fiato que le permite alargar la nota hasta la extenuación, Jorge de León posee un instrumento plano y de escaso volumen y caudal. Muy cómodo en el mezzoforte, su voz carece del metal, la heroicidad y rotundidad que pide a gritos Calaf. El eterno “Nessun dorma” pecó de desafecto, automatismo y escasez de dinámicas. A su favor diremos que aquello con lo que la naturaleza no ha dotado al canario, este lo suple con un arrojo y valentía dignas de admiración.

El mejor del cómico trío de ministros, fue sin duda el Ping del barítono Pablo Ruiz que estuvo formidable en su introducción del Segundo Acto. En definitiva, teatro de factura impecable y esencia atemporal, ajeno a modas transitorias y caprichosas, que no posee fecha de caducidad, pues está alzado bajo la sabia y fortalecedora arquitectura del teatro musical de toda la vida.

Javier Extremera

 

Giacomo Puccini: Turandot.

Oksana Dyka, Jorge de León, Miren Urbieta-Vega, Maxim Kuzmin Karavaev.

Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro del Teatro de la Maestranza.

Director musical: Gianluca Marcianò.

Director de escena: Emilio López (sobre la dirección de Sonja Frisell).

Sevilla. Teatro de la Maestranza. 7-noviembre-2024.

 

Foto © Guillermo Mendo

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