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Crítica / Triunfo de Carissimi, Emelyanychev y Purcell en el Teatro Real - por Simón Andueza

Madrid - 06/02/2024

En la primaveral tarde adelantada de comienzos de febrero de 2024 en la madrileña Plaza de Oriente se sucedían largas colas de frenética y nerviosa actividad por alcanzar la ansiada butaca en el Teatro Real para presenciar Dido y Eneas de Henry Purcell con su consiguiente estrella operística anunciada como protagonista, la simpar mezzosoprano Joyce DiDonato.

Como les voy a narrar el resultado de esta remarcable cita en la temporada del coliseo madrileño fue mucho más allá, gracias a Dios, para gloria de uno de los más preciados bienes de la humanidad: la música. Y es que el fundador y director titular de Il Pomo D’Oro, Maxim Emelyanychev, ha sabido concebir y hacer realidad este fabuloso proyecto, que están disfrutando gustosamente grandes salas de Luxemburgo, Londres, La propia Madrid, Valencia, París, Aalborg, Hamburgo y Essen.

La sabia elección de dos obras aparentemente dispares, el oratorio italiano Jephte de Giacomo Carisssimi (1605-1674) y la ópera inglesa Dido and Aeneas de Henry Purcell (1659-1695), ha demostrado funcionar en nuestro concepto de espectáculo moderno a las mil maravillas en una conjunción ideal en cuanto a duración, diversidad de acción y concepción estética, obviando su formidable música, manteniendo un orgánico similar, si bien el oratorio de Carissimi fue abordado con menor densidad orquestal, de un instrumentista por parte.

La primera de las dos composiciones que disfrutamos, el Oratorio Jephte, estrenado probablemente en 1648, comparte especialmente con la ópera purcelliana la dramaturgia trágica que desemboca en una escena final con un apoteósico y prodigioso lamento final ideado para una de las protagonistas. El argumento de Jephte, de libreto anónimo, está basado en la historia de Jefté, del Libro de los Jueces, del Antiguo Testamento. Jefté fue el octavo de los Jueces israelitas, y según se nos narra, era hijo ilegítimo, nacido de una prostituta, fue expulsado de casa por los hijos legítimos de su padre, se convirtió en jefe de unos bandoleros beduinos, y acabó siendo el jefe del pueblo de Israel, de Galnad, pero su vida terminó siendo nefasta, puesto que su promesa de que si su pueblo resultaba victorioso en una batalla contra los ammonitas, la primera persona que saliera de su casa a recibirle victorioso sería ofrecida en holocausto a Yahvé, resultó ser su propia hija. Esta tragedia es la que nos narra el oratorio, y su lamento final merece alcanzar la misma fama que ha obtenido el fabuloso lamento purcelliano de Dido, puesto que su música es realmente excepcional.

Este hecho, conocido a la perfección por Emelyanychev, es ahora pregonado y puesto en conocimiento de las audiencias algunos de los escenarios más importantes de la vieja Europa. Creo que el director y clavecinista ruso ha dado en el clavo para hacer llegar esta soberbia músca a una buena parte de aficionados que de otro modo jamás la hubieran conocido. El coro que cierra la obra de Carissimi, es, como el de la ópera de Henry Purcell, de un patetismo, belleza y de extrema sensibilidad musical que ponen el clímax ideal a estos dos monumentos musicales.

La primera parte del concierto, puesto que fueron dos obras interpretadas en versión de concierto, estuvo dedicada a la pieza de Carissimi. De duración breve, se le añadieron partes instrumentales para que quedara conformada con una textura instrumental polifónica, a cuatro partes, puesto que el manuscrito original que conservamos es para voces más bajo continuo, con una parte de órgano. Esta práctica está fundamentada en otras obras del compositor. De hecho, la notable pieza que precedió a modo de obertura a la acción es la Canzona VI en do mayor de Giovanni Gabrieli (1557-1612). El primer solista que dio comienzo a las funciones de narrador, aquí denominado historicus, en stile rappresentativo, fue el tenor Massimo Altieri, quien fue uno de los muchos miembros de Il Pomo D’Oro Choir que demostraron un fantástico nivel vocal como cantantes solistas. La procedencia italiana de sus miembros resultó ser de la naturalidad idónea para el repertorio y la prosodia. El texto latino fue exquisitamente declamado por Altieri y por todo el resto de sus colegas, tal y como se presupone que lo pronunciaban en la Italia del seicento. Es de justicia mencionar al resto de miembros del coro que también tuvieron intervenciones solistas. A saber, contamos con la participación de Alena Dantcheva y Francesca, Cassinari, sopranos, Gabieli Lombardi, bajo, Giulia Beatini y Elena Carzaniga, sopranos, Gianluca Ferrarini, tenor y Matteo Bellotto, bajo.

Como rol protagónico, como Jephte, tuvimos el concurso de Andrew Staples, tenor británico de notables virtudes y de gran expresividad y dramatismo, del que tenemos que decir que dada su condición anglosajona se percibía en su discurso retórico un punto menor de naturalidad en la prosodia del latín italiano, así como del color tímbrico de sus vocales.

De quien debemos mostrar toda  nuestra admiración y absoluto reconocimiento es por la soprano Carlotta Colombo, quien desempeñó el papel de la hija de Jephte, quien debe mostrar una cualidades de extrema alegría y ligereza en la primera parte del oratorio, desempeñadas a la perfección, pero que a su vez debe tornar a la más completa tristeza doliente en la interpretación de su formidable lamento final, Plorate colles, dolete montes, en donde Carissimi crea una obra maestra digna de pasar a los anales de la historia, como en su día ocurrió con el monteverdiano Lamento de Arianna Lasciatemi morire de su hoy perdida ópera L’Arianna (1608). Con una arrebatadora e inteligente mezcla del ‘recitar cantando’ y de un fastuoso uso de la disonancia armónica, contraídas por un texto y un afecto desconsolado, Giacomo Carissimi puso el primer momento de absoluto patetismo a la velada.

Durante el resto del oratorio, todo el equipo de Il Pomo D’Oro, tanto instrumental como vocal nos dio toda una lección de conjunción y de estilo de cómo el oratorio iba avanzando en el seicento italiano, desde esa primera aproximación que este mismo privilegiado público pudo degustar con la interpretación de la Rappresentatione di anima et di Corpo del Emilio de’ Cavalieri (1550-1602) hace escasos días.

Tras el descanso, otra tragedia de distinta procedencia y de más avanzada composición en el tiempo nos iba a ocupar, la ópera inglesa, primera y única, del genio londinense Henry Purcell. En la primavera de 1689 se representó en la Josias Priest's girls' school de Londres esta breve ópera que jamás sospecharon ni su autor ni sus coetáneos la enorme popularidad que a día de hoy obtendría la partitura, en gran medida por su alabado y bien ponderado lamento final de la protagonista. Como ya he señalado con anterioridad, estos trágicos momentos musicados -éste y su homónimo de Carissimi- se encuentran entre los más queridos y los que más despiertan el pathos entre los melómanos, para así convertirlos en inolvidables.

Verdaderamente esta ópera, aunque con dos protagonistas indiscutibles que dan nombre a la partitura, la Reina de Cartago, Dido, y Eneas, príncipe troyano, puede denominarse como una obra de reparto coral, es decir, que sus personajes principales tienen asignadas aproximadamente la misma relevancia y apariciones en escena dentro de la producción, ya que ésta cuenta en su aproximadamente hora de duración con nada más y nada menos que con hasta nueve personajes solistas, que son, aparte de sus dos protagonistas: Belinda, dama de compañía de la Reina, La Segunda Mujer, Otra Sirvienta, La Hechicera, La Primera Bruja y La Segunda Bruja, Un Espíritu y Un Marinero Principal, además de contar con los personajes interpretados por el coro, que en diversos momentos encarnan a distintos cortesanos, brujas, cupidos y marineros.

Como principal reclamo publicitario de la velada que se representaría en este teatro, se anunció que su protagonista, Dido, sería interpretada por la afamada mezzosoprano Joyce DiDonato. La mezzo estadounidense, estrella indiscutible del panorama operístico mundial, encarnó a una notable Dido, sí, mostrando su fascinante personalidad y su inconfundible timbre y presencia escénica, pero debemos hacer justicia a lo acontecido en la noche madrileña, señalando que el resto de sus compañeros del reparto coral tuvieron un nivel parejo a la diva norteamericana, incluyendo verdaderas sorpresas entre sus miembros, que deben ser en fechas muy próximas rutilantes miembros de ese selecto club de estrellas.

Primeramente, permítanme detenerme en la que fue para mí la auténtica revelación de la noche, Beth Taylor, joven mezzosoprano lírica escocesa, encargada de encarnar a la Hechicera. Su voz poderosa, plena, de una personalidad fascinante y de una redondez y fiato soberbios, encarnó de un modo único a este embriagador personaje del libreto de Nahum Tate. Taylor, además demostró un timbre realmente bello, oscuro para la ocasión y una presencia escénica completamente deslumbrante.

Las dos brujas que acompañaron en el séquito infernal a Taylor fueron las sopranos Alena Dantcheva y Anna Piroli, que se metieron de lleno en sus malignos papeles, regalándonos divertidos y entrañables momentos, aunque tuvieran que afear o desdibujar sus melodiosas voces, hecho especialmente remarcado por Dantcheva, quien, además, se mostró como excelente actriz.

Andrew Staples se mostró realmente cómodo en el rol de Aeneas, atestiguando que la procedencia natural de cada persona es la que mejor encaja en un determinado registro o compositor, puesto que el mundo anglosajón es su verdadero hogar. Su voz es plena y expresiva, y su brillante timbre nos dio momentos de franca expresividad del más alto nivel.

La encargada de dar vida al querido rol de Belinda fue la soprano Fatma Said. Esta soprano egipcia que desdibuja cualquier límite o prejuicio musical por su enorme versatilidad en todo tipo de músicas, se mostró aquí como una Belinda de voz plena pero que no desdeña ni se amedrenta con las coloraturas. En ningún momento echamos en falta esas otras aproximaciones al personaje de menor empaque o plenitud.

Completaron el cast solista el contratenor Hugh Cutting, quien se mostró realmente cómodo y convincente en el agudo registro de Espíritu, mostrando un poderoso instrumento vocal, y el tenor Massimo Altieri, quien fue un Marinero de gran alegría y expresividad.

Il Pomo D’Oro demostró porqué es uno de los conjuntos historicistas más sobresalientes del panorama mundial. Una de sus primordiales virtudes es el privilegio de contar con su fundador y director al frente, Maxim Emelyanychev, quien ya sea desde el clave o prescindiendo de él imprime una brillante interpretación en cada pasaje que se le ponga delante. Su genio interpretativo es absoluto en cualquiera de los escenarios que hayamos presenciado, desde los momentos más sutiles, mágicos y doces, hasta los instantes más aguerridos, vitales y tempestuosos que uno pueda imaginar. En sus manos todo fluye con esa precisión, pasión, musicalidad y cariño que alguien pueda desear.

Con semejante patrón de barco y contando con excelentes músicos en todas sus secciones, la orquesta es, y en esta precisa ocasión por supuesto que lo fue, un auténtico lujo de bondades musicales de una excelencia difícilmente superable. Dada la condición de clavecinista de Emelyanychev, el bajo continuo es todo un prodigio de precisión e inventivas en su realización, además de contar con excelentes músicos de la cuerda pulsada como lo son los tiorbistas Miguel Rincón o Juan José Francione. Ellos son los últimos responsables, junto al clavecinista y director, de lo que todo espectador suele obviar, pero que en esta música lo es todo, la capacidad de fundirse y estar en sintonía total con los solistas vocales brindando y aclimatándose a cada afecto con la realización más o menos profusa del continuo.

En la sección más vistosa de la orquesta de la noche, la cuerda, solamente remarcaremos la excelente conjunción de sus miembros y el formidable trabajo de su concertino, Zefira Varlova, quien consiguió mediante una exacta articulación de los arcos esa sensación de que hay un único instrumento audible, cuando en realidad son una decena.

La sección grave de la cuerda se mostró especialmente precisa y rotunda, contando con la incomparable presencia de nuestro Ismael Campanero en el violone.

La percusión fue un novedoso elemento introducido por Emelyanychev, puesto que la partitura carece de indicación de ésta, pero sirvió de elemento verdaderamente útil para la acción teatral, como en su añadido francamente orgánico a las danzas, dando como resultado unos ricos variados y sutiles ayres a las ingeniosas notas purcellianas. Koen Plaetinck supo acertadamente, además, añadir los efectos climáticos y de tensión a escenas lúgubres, misteriosas o alegres con todo tipo de aparataje percusivo.

Il Pomo D’Oro Choir se mostró como un notable instrumento de gran afinación, empaste y expresividad. Su inmediata respuesta a las siempre acertadas demandas de Emelyanychev consiguieron que el espectáculo se llenara de teatralidad, energía y vitalidad. Estos excelentes profesionales supieron no obstante llenar nuestras almas con esa doliente belleza que desprende la genialidad de Henry Purcell después de su único y formidable lamento When I am laid in earth.

Los emocionados asistentes a esta única función en el Teatro Real despidieron a todos los artistas con calurosas ovaciones y sonoros bravos. En el Real algo ha cambiado. La ópera (y el oratorio) del siglo XVII y su interpretación históricamente informada han dejado de ser unos desconocidos. Por favor, sigan con esta línea, responsables de la programación del teatro, pero atrévanse con su puesta en escena y con varias funciones.

Simón Andueza

 

Dido and Aeneas, de Henry Purcell

Joyce DiDonato, mezzosoprano, Fatma Said, soprano, Andrew Staples, tenor, Hugh Cuttin, contratenor, Carlotta Colombo, soprano, Beth Taylor, mezzosoprano, Massimo Altieri, tenor, Alena Dantcheva, soprano, Anna Piroli, soprano.

Il Pomo D’Oro Choir. Il Pomo D’Oro. Maxim Emelyanychev, dirección musical y clave.

Teatro Real, 4 de febrero de 2024, 18:00 horas.

 

Foto © Javier del Real | Teatro Real

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