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Crítica / Triunfo atronador de la Filarmónica de Viena en Oviedo - por Darío Fernández Ruiz

Oviedo - 24/06/2024

Faltaban apenas tres minutos para alcanzar las diez de la noche del pasado sábado 22 de junio cuando cesaron los encendidos aplausos y bravos con que el público ovetense despedía a la Orquesta Filarmónica de Viena. La legendaria formación visitaba por primera vez la capital asturiana con motivo del veinticinco aniversario del Auditorio Príncipe Felipe y lo hacía en un ambiente de justificada excitación que había empezado a caldearse dos meses antes, cuando las mil quinientas localidades disponibles en taquilla se agotaron en poco más de una hora.

Para entonces, tan singular acontecimiento había admitido múltiples lecturas, pero, una vez concluido, la sensación más evidente que deja es la de haber presenciado un indiscutible triunfo de gestión y haber admirado lo que el talento humano puede lograr cuando es guiado hacia la consecución de la belleza y encauzado por la disciplina.

Nos referimos, claro está, a la inspiración que alumbró el Capricho español de Rimski-Korsakov, La isla de los muertos de Rachmaninov y la Séptima Sinfonía de Dvořák, pero también al orden, el rigor y la precisión de todos los miembros de la orquesta vienesa, a la que confieren un sonido característico, un timbre sedoso que brilla en vivo con la misma opulencia que tantas veces hemos disfrutado en sus grabaciones.

Así, de su desempeño en el Capricho español (16’12’’) destacaremos la potencia estrepitosa y exacta de cuerda y viento en la Alborada y los alardes de virtuosismo por parte de flauta, clarinete y oboe en la Escena y canto gitano, mientras que los sucesivos episodios de La isla de los muertos (23’38’’), con su atmósfera lúgubre primero y angustiosa después, mostraron la ductilidad de todas sus secciones. Dentro de la excelencia del conjunto, no obstante, debemos resaltar de nuevo el efecto logrado por la cuerda, hipnótico hasta el punto de que, a su término, un silencio absoluto se apoderó de la sala durante casi veinte segundos, en un instante de pura emoción estética que acabaría desbordándose con la atronadora ovación que lo interrumpió.

La Sinfonía nº 7 en Re menor, op. 70 de Dvořák (10’50’’, 10’18’’, 7’23’’, 8’46’’) transcurrió por similares derroteros de exhibición, de verdadera apoteosis sonora, aunque llegados a este punto, debemos señalar que el trabajo del director Lorenzo Viotti no nos resultó tan convincente como el de la orquesta. Sin duda, la afirmación del crítico alemán Volker Tarnow en la reseña de su interpretación de la misma obra al frente de la Staatskapelle de Berlín el mes pasado –“Lorenzo Viotti desfigura Dvořák hasta dejarlo irreconocible”- se nos antoja excesiva y no podemos dejar de elogiar el vigor y la atención al ritmo de su batuta o el tiento del maestro para destacar los acentos wagnerianos que resuenan en el Poco adagio, pero la contundencia y uniformidad dinámica del Allegro maestoso inicial, el tempo apresurado del tercer movimiento y la fogosidad desatada en el cuarto nos parecieron un punto excesivos y emborronaron aquí y allá pasajes que demandan, en nuestra opinión, una mayor claridad expositiva.

Los enfervorecidos aplausos del público, que ya habían sonado donde la convención no los dicta, tuvieron como recompensa una única propina: una vibrante Danza húngara nº 1 en Sol menor de Brahms (3’00’’), en la que Viotti exhibió un generoso sentido del rubato para terminar de seducir a un auditorio que ya estaba rendido a sus pies desde el principio y poner fin a algo más que un concierto: un hito en la historia musical de Oviedo.

Darío Fernández Ruiz

 

Orquesta Filarmónica de Viena. Lorenzo Viotti, director.

Obras de Rimski-Korsakov, Rachmaninov y Dvořák.

Auditorio Príncipe Felipe, Oviedo.

 

Foto © Pablo Piquero

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