Casi tres años después de su última visita al ciclo Grandes Intérpretes (gran noticia que se consolide como un “habitual”), el pianista ruso Daniil Trifonov volvió a entusiasmarnos. En esta ocasión con un programa mucho más variado, y maravillosamente elegido, que el anterior recital centrado en el El Arte de la fuga.
Tarde lluviosa, lo que propició que parte del público llegara tarde, con el consiguiente barullo entre pieza y pieza (cada vez hay más permisividad en el Auditorio Nacional. Empieza a parecerse a un partido de tenis…). Lo que sí es cierto es que se logró una audiencia máxima, para lo que ha sido habitual en los últimos años.
La primera parte se inició con la Suite en la RCT 5 de Rameau. Concebida para clave, cada vez son más los pianistas que la llevan al piano. Hemos escuchado a Sokolov alguno de sus números, y hace escasas semanas Bruce Liu (el último ganador del Concurso Chopin) la llevó al disco para DG. La complejidad de esta transposición obliga a un piano mesurado, leve de pedal e inteligente en los adornos. En todas las facetas Trifonov lo bordó. Ya nos dejó muy claro, con su hipnótica versión del Arte de la fuga, que él no es solo técnica y amplitud en las dinámicas. Con Rameau insiste, ofreciéndonos un resultado inmejorable (en el complejo ejercicio de las versiones comparadas, la suya sale triunfante frente a la del canadiense).
Quizás lo más redondo de la tarde fueron las dos piezas posteriores, perfectamente enlazadas en lo cronológico y lo temático. Primero una Sonata num. 12 de Mozart que lo tuvo todo. Equilibrio, musicalidad… Un Mozart nervioso, pero para nada precipitado (ni siquiera en el Allegro). Impecable. Como cierre, de la primera parte, las breves y poco habituales (aunque el otro “canadiense de oro”, Jan Lisiecki, también las ha llevado al disco recientemente) Variations sérieuses opus 54. Todo un descubrimiento para muchos, Trifonov desplegó toda su técnica en beneficio de esta pieza de madurez. El resultado fue sencillamente perfecto.
La mayor expectativa estaba en la Sonata Hammerklavier de Beethoven, que se reservó para la segunda parte, por ser la primera obra del de Bonn que escuchábamos al ruso, y por la extrema complejidad de la misma. Complejidad técnica que, por descontado, Trifonov resolvió como pocos en el actual panorama pianístico, pero que en la faceta interpretativa puede que se quedara medio paso atrás.
La Hammerklavier permite retornar al intérprete que muchos esperaban. Virtuosismo espectacular, amplias dinámicas (menudo arranque del Allegro. A alguno se le cortó el hipo…), y una pasión romántica desbordante. Lo cierto es que, al menos para mí, el termómetro de esta Sonata suele ser el amplísimo Adagio. Un movimiento donde queda claro que Beethoven transitaba de manera muy avanzada a la época musical en la que vivió. Envuelto en una penumbra e incluso tristeza, que Trifonov resolvió de manera primorosa. Pero, por el contrario, no logró evitar la desconexión que gran parte del público suele padecer en este intervalo musical. ¿Es culpa del intérprete o del público? No se… El Allegro fugado final puso las cosas en su sitio, con un cierre de recital más propio de una estrella de rock que de un pianista clásico. Por cierto, Art Tatum en las propinas. Para quienes no lo conozcan, el pianista ciego tocaba incluso más rápido que el ruso.
Está claro que Daniil Trifonov es un prodigio. Que lo abarca todo y todo lo hace bien, por no decir que de manera excepcional. Suerte poder disfrutarlo. Comienza la cuenta atrás hasta su próxima visita, que esperemos sea pronto.
Juan Berberana
Daniil Trifonov, piano
Obras de Rameau, Mozart, Mendelssohn y Beethoven
Ciclo Grandes Intérpretes (Fundación Scherzo)
Auditorio Nacional, Madrid
Foto: Daniil Trifonov en el Carnegie Hall.