La Orquesta Sinfónica de Castilla y León quiso despedir su actividad en su sede, con un Concierto Extraordinario para todos los aficionados que tuvo tres novedades: la primicia en Valladolid del Stabat Mater (1841) de Gioachino Rossini (1792-1868) para solistas, coro y orquesta; el debú en su atril, como invitado, de Evelino Pidò (Turín, 1953), reconocido especialista en el repertorio belcantista; y el Coro de la Sinfónica de Castilla y León en su nueva y más justa denominación, al mando de Jordi Casas i Bayer, acreditado en esa tarea, que figurará esta próxima temporada como Artista Residente en la OSCyL. El cuarteto solista estuvo formado por Lucía Martín-Cartón, soprano vallisoletana a la que se esperaba en esta Sala desde hacía bastante tiempo, tras importante carrera en música renacentista, barroca y romántica; Marifé Nogales, mezzosoprano andoinitarra; Juan Francisco Gatell, tenor argentino y Simón Orfila, bajo-barítono menorquí, los tres con amplia experiencia en ópera y concierto.
Se escogió para el Stabat Mater la versión íntegra compuesta por el autor, sobre el texto latino atribuído al monje franciscano Jacopone da Todi o al Papa Inocencio III en el S. XIII; esta Secuencia litúrgica que narra el sufrimiento de María ante la crucifixión de Jesús, su Hijo, fue muy apreciada como oración en todo tiempo y mereció la atención de muchos compositores: Palestrina, Pergolessi, Liszt, Verdi, Dvorák, Poulenc, ..., y Rossini recibió el encargo de musicarla precisamente en Madrid, !931, donde se estrenó el Viernes Santo de 1833, pero sin que los Nos. II, III y IV fuesen de su autoría sino de su amigo G. Tadolini, ya que no encontraba inspiración para ellos pues, ya maduro y "jubilado" como operista, no tenía aún hábito de tratar lo religioso, como después hizo. Avatares de contrato y manuscrito le llevaron a recuperar ese original en París, 1841, revisarlo, completarlo íntegro de su mano y añadir el brillante final para su estreno en 1842 con éxito; hoy lo hemos escuchado por primera vez en la ciudad (que sí escuchó el de Pergolessi y el de Dvorák), 180 años después.
La dificultad de abordar el repertorio sacro de Rossini, está en dotarle de la piedad religiosa que expresan sus textos. Pidò, profundo conocedor del tema y del estilo, optó por ofrecer una versión que respetase las características musicales del autor: grandes contrastes dinámicos, ralentandos y acelerandos típicos, agógica precisa y extremada y un espíritu más cercano a la ópera sin desperdiciar ocasión para lo expresivo; todo ello muy exigido y marcado pero con toda lógica; no favoreció la unción, permitir a un público menos frecuente, aplaudir cada uno de los 10 números, en detrimento de la unidad del texto, a pesar de que el programa de mano contenía el original y su traducción.
La OSCyL estuvo atenta a las directrices del Maestro, con cuerdas muy en el estilo, dando sentido al drama que se va a escuchar en la Introducción, para que el Coro iniciara la 1ª estrofa que da título a la Secuencia; lo hizo en piano, con afinación y seguridad, aunque las sopranos acusasen falta de color en ese volumen. Cuyo alma gimiente es un aria de Tenor que podría encajar en cualquier ópera; Juan Francisco Gatell la defendió decidido con voz homogénea, de bellos timbre y color, emitida con gusto, al que la orquesta debió respetar un punto más; el cantante, libró casi exacto el Re b agudo que el autor le dispone por sorpresa. El Duetto soprano-mezzosoprano ¿Qué hombre no lloraría …, permitió apreciar la evolución vocal de Lucía Martín Cartón que, conservando su timbre de lírico-ligera, grato color y facilidad de emisión y suficiente volumen, ha ensanchado y ganado peso para abordar otros repertorios sin problemas, y así se nos mostró al fin; la experiencia de Marifé Nogales le ayudó a salvar la dificultad de una escritura de amplio diapasón, graves y agudos exigentes para una mezzo en los que mantuvo siempre el tiempo y acople con la colega, dando musicalidad al dúo bien guiadas por Pidò. Por los pecados de su gente es otro aria operística donde Simón Orfila lució su amplitud de medios en toda la tesitura, bien de carácter, quizá demasiado squillo para lo religioso, pero cumpliendo con solvencia; a destacar el clarinete en el cierre orquestal.
Dos números, 5 y 9, ¡Oh, Madre, fuente de amor! y Cuando mi cuerpo muera, en que Rossini prescinde de la orquesta y deja a Coro y Bajo y Cuarteto, en solitario. Los bajos cantaron unidos y pulcros su exclamación, Orfila y Coro atacaron precisos el “haz que arda” y cerraron con hermoso regulador final, Pidó liderando como a su mano actuó el Cuarteto en diferentes formaciones, empastando mejor en pianísimo (el color profesional influye) y dando sentido a la súplica del texto que el Bajo expuso bien antes de repeticiones, mención al Paraíso. Los mismos solistas resuelven el Santa María, te ruego ya con la orquesta, con buena sintonía y más complicado empaste en fortes a dúos o tríos, soprano y tenor lucidos en sus solos. La Cavatina Haz que lleve la muerte de Cristo, es un regalo que se otorga a la mezzo por su belleza y sencillez; Marifé le aprovechó sobre todo en las medias voces, tras la buena prestación de trompa y clarinete en la presentación. Firmes unísonos del Coro en Para que no arda en las llamas, con Lucía exhibiendo agudos bien colocados tanto en diálogos como a solo final.
El Amén que Rossini añadió como brillante remate a la Secuencia, lo fue realmente. El Coro cuadró perfectamente a cappella y salvó la fuga rossiniana (no tan dura como las de su “Pequeña Misa”) pero de entidad, donde su mejor virtud estuvo en no ceder al tempo impuesto por partitura y Director, sólo abriéndose algo las voces al avanzar en élla; el tutti contrastó perfectamente a piano y recuperó poder para rematar con pleno brillo. Versión más que notable en esta 1ª interpretación, que el público premio calurosa y repetidamente.
José M. Morate Moyano
L. Martín-Cartón, M. Nogales, J. F. Gatell, S. Orfila.
Coro (J. Casas) y Orquesta Sinfónica de Castilla y León / Evelino Pidò
Stabat Mater de Gioachino Rossini.
Sala sinfónica “Jesús López Cobos” del CCMD de Valladolid.