Con el aforo permitido completo, y aún con lista de espera, el día 25 se presentaba la Tosca pucciniana, uno de los grandes acontecimientos de este Festival de Peralada. Con el único pequeño inconveniente de ser en versión de concierto, tenía todas las posibilidades de resultar el gran éxito que resultó gracias a que venía toda la producción del Teatro Real después de un mes de ensayo y más de una docena de representaciones. No obstante, sabemos que cada representación significa comenzar de cero y ganarse el aplauso del público por la calidad demostrada.
El trío protagonista de la velada está en su edad de plenitud canora Y difícilmente se podrá encontrar otro tío que le iguale. Sondra Radvanosky fue la gran protagonista de la noche. Su control de la voz es milagroso; la intención del texto, el acompañamiento del gesto corporal a la intención dramática, la atención no solo a la orquesta sino a sus compañeros para reaccionar en su canto a lo percibido, hacen de esta cantante un auténtico lujo en cualquier título que ella considere que puede cantar.
Carlos Álvarez, con toda la inteligencia vocal que le da el haber tenido su peculiar travesía del desierto hace unos años, dosifica su caudal y colorea la voz, desde la ira del déspota hasta la meliflua seducción del falso amante, para ofrecer una versión de Scarpia de altísimo nivel. Tanto en su recreación del Te Deum, como en un segundo acto plagado de detalles de calidad -el desprecio hacia Mario Cavaradossi lo mostró negándole la mirada cuando lo presentan por primera vez en el segundo acto - brilló a gran altura, incluso en su muerte en escena.
El punto negro de la representación corresponde a Jonas Kaufmann, quien tuvo un primer acto claramente olvidable. Los titubeos en la colocación de la voz en el dúo con Angelotti, donde Gerardo Bullón dio una lección de proyección del sonido frente a la voz desigual de Kaufmann en ese momento, hicieron presagiar un fiasco importante. Afortunadamente tras la pausa entre el acto primero y segundo, estos titubeos desaparecieron, estuvo mucho más acorde a lo esperado de él, con momentos de indudable calidad como el “Vittoria, vittoria”. Por otra parte, todos los comprimarios rayaron a gran altura.
Habrá quien opine que no tener representación escénica desmerece a la hora de representar un título periodístico, pero no se debe olvidar que el elemento dramático está contenido ya en la música. Nicola Luisotti estuvo espléndido como director, obteniendo tanto de la Orquesta Sinfónica de Madrid como del Coro titular del Teatro Real una prestación de enorme calidad, prueba del buen rodaje alcanzado tras un mes de funciones. Hasta tal punto es buen director que permitió que los solistas realizaran sus “particularidades” en algunos momentos, como el demasiado moroso “È lucevan le stelle“, para lucimiento de la media voz de Kaufmann.
Y el festival de Peralada se apuntó también a la moda de los bises, consiguiendo el público gracias a sus aplausos que tanto Radvanosky como Kaufmann bisaran sus arias estelares. No es el momento de discutir aquí sobre lo apropiado de esta moda, sino solamente de constatar que, en cierto sentido, el público de Perelada no quería ser menos que el público del teatro Real. Lo que sí es cierto es que fue una noche inolvidable de las que marcan un hito en cualquier festival veraniego.
Jerónimo Marín
Sondra Radvanosky, Tosca. Jonas Kaufmann, Mario Cavaradossi. Carlos Álvarez, Barón Scarpia. Gerardo Bullón, Angelotti. Valeriano Lanchas, sacristán. Mikeldi Axtalandabasso, Spoletta.
Coro y Orquesta del Teatro Real. Dir: Nicola Luisotti.
Auditori Parc del Castell, Festival de Peralada.
25-07-21
Foto © Miquel González