Hace bastante poco que una conocida plataforma preguntó a diversos críticos por los mejores directores de orquesta, para realizar un ranking de 10, como ya había hecho anteriormente con las orquestas. La lista fue esta, del 1 al 10:
K. Petrenko, Rattle, Blomstedt, Pappano, Salonen, I. Fischer, Muti,
Nezet-Seguin, Makela, Thielemann
No voy a entrar en opiniones personales (me sorprendió no ver a Mehta -que está en activo, pero poco, como lo está casi de igual manera Blomstedt- y principalmente a Andris Nelsons), pero no esperaba que los críticos, a veces rebuscadamente “originales”, eligieran al gran Antonio Pappano, que hasta hace poco era un director de foso (el mejor, eso sí, si exceptuamos a Barenboim, su mentor, no lo olvidemos, ya prácticamente retirado) y que desde la marcha de Simon Rattle a Baviera, que dejó un importante vacío en la titularidad de la London Symphony Orchestra, designó tras esta marcha a Pappano como Director Titular Designado. Por algo se le otorgó la Excelentísima Orden del Imperio Británico, que precede con el pomposo Sir su nombre de claro origen italiano, tan vinculado a la ópera.
Pues bien, tanto Sir Antonio Pappano como la London Symphony Orchestra (LSO), dos top ten, inauguraron los sendos ciclos de Ibermúsica, con dos programas muy bellos y originales y con dos solistas de una frescura que revitaliza las salas de conciertos y sus demasiado protocolarias parafernalias.
Con su habitual vestuario entre volver de una fiesta demasiado larga o practicar la costura sin mucho éxito, Patricia Kopatchinskaja fue la solista de una obra que conoce muy bien y que le sienta mejor, 1001 noches en el harén, el Concierto para violín del genial Fazil Say, donde pandero y pequeña percusión compartían primeros planos junto a Pappano, con sus ritmos ostinati y un violín que deambula por la sensual sonoridad de una obra que remite con facilidad al exotismo y a John Williams (el Andantino, de gran belleza, muy cinematográfico). Como era de esperar, muchos aplausos porque el gran público conectó y entendió el guion propuesto por Say y tan fantásticamente traducido por Kopatchinskaja, que regaló tres bises: dos dúos de Bartók junto a Andrej Power, concertino, y la desafiante Crin de Jorge Sanchez-Chiong.
Antes, solo la admirable cuerda de la LSO fue la protagonista del Divertimento de Bartók, obra compleja (a pesar que pueda parecer lo contrario) que gravita sobre un fascinante Molto adagio central, otra de las músicas nocturnas que solo Bartók sabía manejar con una intensidad e inquietante atmósfera, dirigido por Pappano con suavidad y energía, sabiendo que con la LSO puedes apretar las tuercas que no hay ningún resquicio por donde se filtre el agua.
Cerró el programa toda una Séptima de Beethoven, obra que define con total claridad la valía de un director, y aquí Pappano estuvo inmenso (no lo ha dirigido mucho, la verdad), creando desde el inicio la tensión requerida, la belleza horizontal que propone Beethoven con la mayor hermosura posible, apoyado por elementos muy visibles, como un percusionista (Nigel Thomas) con baquetas de cabeza dura, que protagonizaron (a veces demasiado) una presencia constante y precisa de este instrumento al que Beethoven otorga una importancia capital. Hubo momentos clave (no hizo apenas pausa entre primer y segundo movimiento), como estos dos templos iniciales llevados con un tempo muy vivo, y los dos finales, en especial el trío del Presto, de una hondura y transparencia de ideas ejemplar. Y tras esto, una Pavana de Fauré que aumentó la sonrisa y la cara de felicidad de todos.
Segunda cita
El segundo día se abrió con O flower of fire, una obra de estreno de la joven compositora británica Hannah Kendall, que recurre a la experimentación sonora (como tantas) con armónicas o cajas de música, de esas a las que se les da cuerda, toda una novedad. Muy estimulante por la juventud de su creadora de origen afro-guyanesa.
Con otra solista apabullante por su simpatía, juventud y vitalidad, la pianista Alice Sara Ott, se escuchó el poco interpretado Totantanz de Liszt (es tremendamente difícil para el solista), que quizá no es la obra ideal para Alice (también toca descalza, como Patricia Kopatchinskaja, una coincidencia no casual), aunque la pianista deslumbró por sus medios y capacidad, quizá la orquesta por momentos tapó su elegante sonido. Su arte lo mostró al cien por cien en el Romance Op. 28/2 de Schumann.
Y para probar la orquesta, por si había aún alguna duda de la calidad y el excelente estado que atraviesa en la actualidad la LSO, la exigencia de Así habló Zaratustra de Richard Strauss tomó el pulso con un Pappano en estado de gracia, sin hacer un Strauss rocoso a lo Thielemann, desplegó su varita y por momentos vimos la ópera sobrevolar por los atriles de la sala sinfónica del Auditorio Nacional, convirtiendo a Zaratustra en el Barón Ochs. Por destacar una parte, fue de una extraordinaria locuacidad «Der Genesende» (El convaleciente), donde toda la experiencia operística de Pappano hizo cantar a su LSO como la top ten que es. Que son.
Gonzalo Pérez Chamorro
London Symphony Orchestra (LSO) / Sir Antonio Pappano
Patricia Kopatchinskaja y Alice Sara Ott, solistas
Obras de Fazil Say, Bartók, Beethoven, Hannah Kendall, Liszt, Richard Strauss
IBERMÚSICA, Auditorio Nacional, Madrid
Foto © Rafa Martín / Ibermúsica