La pianista japonesa y nacionalizada británica Mitsuko Uchida lleva toda una vida con Schubert. Hasta tal punto, que en su reciente y activa faceta de directora-pianista no puede hacer nada con el austriaco, ya que no tiene obra concertante para piano y orquesta, pero sí puede ir más allá, y añadir dos manos más a las ya muy schubertianas suyas, para interpretar la abundante música para piano a cuatro manos de Schubert, como mostró en su hermoso recital en la Quincena Musical de San Sebastián (Kursaal), acompañándose de Jonathan Biss, al que le ha tocado la lotería en esta decisión de la japonesa (sin saberlo a ciencia cierta, no creemos que haya sido idea de Biss el unirse en un solo piano). Es decir, además de la música de cámara con piano en la que ha prodigado últimamente, se interna ahora en el piano a cuatro manos, agrandando aún más su relación vitalicia con Schubert.
Uchida programa obras de envergadura intelectual y elevada espiritualidad, sin apenas concesiones amables para el público; es como si después de una poesía hubiera otra, y luego otra, y así sucesivamente hasta llegar al descanso. Pero caminar siempre por las altas cumbres del pensamiento requiere paciencia y entrega por parte del público, que durante las tres primeras obras programadas (Allegro D 947 "Lebensstürme", Marcha D 819/5, Rondo D 951) tuvo sensación de estar viviendo el mismo relato una y otra vez. Y este relato se sostuvo, a mi parecer, por “inventar” una nueva “sonata” construida por un allegro inicial, una marcha lenta central y un rondo finale contemplativo y extenso, a modo de las últimas obras del austriaco. “Sonata Uchida” podríamos llamarla, y funciona como una hipotética sonata que evoluciona con sentido estructural y armónico. Si Biss comenzó en la primera parte sentado en la parte derecha (es decir, sosteniendo a su manera el material melódico), en la segunda se intercambiaron las posiciones; él es un buen pianista, gran pianista, sin duda, pero ella es una maestra, una grande, una schubertiana de raza que pasará a la historia como han pasado otros antes que ella (Radu Lupu).
Las obras, con sus a veces repeticiones innecesarias (en especial en la Marcha, donde el factor sorpresa pierde todo su poder, pero la partitura es la partitura) fueron relatadas por dos narradores clarividentes, explicadas en sus estructuras y clarificadas para todo oído humano, pero la impresión de estar en un estado de excesiva uniformidad no les benefició. Eso sí, momentos estelares hubo como la profunda concentración del ritmo de marcha fúnebre en la D 819/5, la intensa apertura y su desarrollo melódico en el Allegro D 947 o la extensión y amplitud del tempo del Rondo, llevado como una caricia constante.
Si algunos programas se pudieran decidir por votos de los asistentes sobre un repertorio clasificado, los que conocieran la Fantasía en fa menor la elegirían para presidir el concierto; pero ni Uchida ni Biss la incluyeron como cierre de su recital, lo hicieron con el irregular (tradúzcase como obra extraña) Divertissement a la hongroise D 818 (poco tocado en general), del que sobresale la utilización de la conocida Melodía Húngara D 817 (para “solo” dos manos), pequeña y encantadora pieza que Sokolov ha ofrecido como bis en algunos de sus conciertos.
Con la japonesa en la parte derecha del piano, todo el canto se elevó a alturas estratosféricas (mayor que en la primera parte), mientras Biss se ocupaba de arropar el excelso discurso de Uchida (no se nos olvide el sacrificio y el acto humildad para una pianista como ella que es compartir piano).
Todos los Schubert de Uchida transiten por el camino de la más alta espiritualidad, y este no podía ser menos, a pesar de minimizar su personalidad al compartir el piano. Schubert sigue siendo el compositor preferido y más favorecido cuando la pianista japonesa lo pone sobre su atril. Y así ganamos todos.
Gonzalo Pérez Chamorro
Mitsuko Uchida, Jonathan Biss *
Obras de Schubert
Kursaal, Donostia-San Sebastián
Quincena Musical
* Dedicado a la memoria de Alicia de Larrocha, en el centenario de su nacimiento