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Crítica / Toda una demostración de virtuosismo orquestal - por José Antonio Cantón

Alicante - 14/01/2024

El noveno concierto de la presente temporada sinfónica del ADDA pasará a la historia como una referencia absoluta de la asombrosa capacidad artística de ADDA·Simfònica interpretando un programa de alto virtuosismo orquestal, que ha sido tratado técnicamente de manera minuciosa, como si fuera música de cámara en su ejecución desarrollada con una habilidad de conjunto realmente admirable que respondía con seguridad y entusiasmo a las indicaciones de su titular, el maestro Josep Vicent, que ha determinado siempre un gusto y respeto a la forma orientados al servicio del arte, sin dejar de aportar en momento alguno fantasía a su comunicación con un sentido y una espontánea inventiva de recreación fuera de toda duda. La elección de las obras del programa propiciaba que se dieran estas bondades, dada su extraordinaria calidad estética y la enorme complejidad que hay que superar para llegar a mostrar la acertada razón última que con ellas se propusieron sus autores.

Para ir predisponiendo al auditorio, el concierto se inició con la Jazz Suite nº 1 de Dmitri Shostakovich con la que el maestro Josep Vicent se adentró en las esencias del compositor sacando el máximo partido de su pequeña plantilla instrumental de diez componentes con hábil precisión, como la mostrada por el trompeta en el alegre vals que abre esta obra, seguida por el saxo y después el concertino invitado para esta ocasión, el violinista polaco Krzysztof Wisniewski, habitual colaborador de ADDA·Simfònica en citas importantes.

El lenguaje jazzístico quedaba superado por el traslado que traducía el director a esas emociones más serias tan características del músico de San Petersburgo. Volvió el violín a tener protagonismo en la Polka central concentrando, a través de la técnica del rebote del arco sobre el cordaje del instrumento (spiccato), el sentimiento expresado por el resto de los instrumentos, entre los que destacaron el xilófono y los saxofones. Por último fue muy curioso el delicado tratamiento de la guitarra hawaiana que desarrolló Alfonso del Corral dando un toque exótico a su canto acompañado por el trombón antes de terminar la interpretación de esta obra que ha estado trabajada con sumo detalle y manifiesto esmero por parte del director.

La segunda pieza del programa tuvo una especial significación por la calidad de la música, el virtuosismo del solista y, sobre todo, por la capacidad concertante de Josep Vicent, verdadero impulsor de la extraordinaria recreación del Segundo Concierto para violín y orquesta de Shostakovich. Trascendiendo la tensión que dimana de esta obra, se erigió en verdadero motor emocional de su discurso, permitiendo que el solista, el tokiota Fumiaki Miura, se adentrara en su lectura con un alto grado de concentración que supo derivar en una determinante expresividad como la mostrada en sus dos cadencias que, desde la inacción cinética, parecían estar prendidas por el director en esa función silente como absoluto controlador de su discurso. Esta actitud dejaba patente el enorme compromiso del director con este magistral concierto.

En este sentido, el Adagio fue un plus de tensión emocional expresada por un continuo recitativo dialogado sin aliento, en el que el maestro Josep Vicent llevaba la iniciativa. De un elocuente crecimiento de musicalidad habría que valorar la ejecución del tercer movimiento, en el que quedó de manifiesto esa profunda relación entre violín y orquesta que desea Shostakovich a través de una inspiración cuyas línea melódicas iban surgiendo de modo orgánico hasta desembocar en la manera extendida con la que Miura expuso la sustancial coda antes de la rítmica conclusión de esta obra, resaltada por un espectacular último golpe de timbal.

El publico reconoció el alto nivel artístico del solista con un cerrado aplauso al que  respondió éste con una versión del tema de la canción popular Yankee Doodle que sirvió de cierta distensión permitiendo que su Stradivarius, renombrado “ex Viotti” y construido en 1704, volviera a brillar con la exuberante excelencia de su sonido.

El concierto entró en una fase decisiva en la segunda parte dedicada al genial compositor francés Maurice Ravel, en la que se pudo disfrutar del virtuosismo orquestal del que hace gala ADDA·Simfònica, que lleva a una intensa admiración al oyente, que se ve envuelto en una creciente sensación de sonido, ritmo y color que llega a ser abrumadora por su enorme ímpetu, gran efusividad y absoluta pasión, caracteres musicales muy difíciles de experimentar a tal alto nivel artístico. Así ocurrió en la Segunda Suite de Daphnis et Chloé, obra maestra de orquestación aplicada a una suprema inspiración evocativa de sonidos, voces e imágenes.

El director no quiso prescindir del implemento coral que requiere esta obra, que habitualmente no se utiliza al ser opcional su intervención, contando para esta ocasión con miembros del Orfeón Crevillentino, que implementó de sugestiva “estaticidad” vocal los pasajes más singulares de esta “sinfonía coreográfica” como prefería denominarla el propio Ravel, hecho que dotaba de un plus de autenticidad a esta exultante versión.

En el amanecer descrito en Lever du jour que abre esta suite, la orquesta parecía elevarse físicamente en su largo tema de creciente clímax que le servía para demostrar el esplendor sonoro al que es capaz de llegar esta formación, que se manifestaba en un auténtico estado de gracia. La música de su Pantomime central propició el lucimiento del flauta torrevejense Jordi López, haciendo honor a esa joya cual es el solo que se sucede en sus compases, pasaje que es tenido como todo un reto a ser superado en técnica y sensibilidad por todo flautista que se precie.

Finalmente, Josep Vicent planteó la interpretación de la Danse générale como el momento más adecuado para demostrar la asombrosa capacidad expresiva de ADDA·Simfònica dados sus galopantes ritmos quinarios, sus espeluznantes figuraciones de trompeta y su frenética percusión que hacen de esta bacanal sonante uno de los momentos cumbre del pensamiento instrumental y musical de Maurice Ravel. Director y orquesta superaron este reto llegando a provocar el delirio del auditorio.

Todavía quedaba para terminar la velada la interpretación del Bolero, la pieza más famosa del gran compositor vasco-francés. Fiel a las indicaciones del autor, el director llevó con moderación y uniformidad su tempo, tanto en la melodía como en el ritmo, éste último marcado constantemente por la caja, sabiendo graduar el crescendo orquestal como único elemento de diversidad de esta obra que llevó, en el corto cambio de tono final, a uno de los clímax más sobrecogedores escuchados nunca a esta orquesta, que se mostraba así en un momento de imparable grado de cohesión, máxima entrega a su director con un singular grado de compromiso artístico y enorme respuesta, que la llevan a situarla entre las más destacables formaciones de Europa, máxime, si tenemos en cuenta su corta historia de sólo cinco años, hecho que se entiende en cómo ha asumido con coherente convicción colectiva las ideas claras y determinantes de su fundador y director titular, Josep Vicent, respecto a un proyecto musical de esta naturaleza, que está llevando a Alicante a ser tenida en cuenta como ciudad privilegiada en cuanto a música se refiere, ofreciendo como principal activo en este sentido a su ADDA·Simfònica, poseedora de un extraordinario virtuosismo orquestal.

José Antonio Cantón

 

Orquesta ADDA·Simfònica 

Coral ADDA (Miembros del Orfeón Crevillentino)

Solista: Fumiaki Miura (violín)

Director: Josep Vicent

Obras de Maurice Ravel y Dmitri Shostakovich

Sala sinfónica del Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA) / 7-I-202

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