Un programa compacto en todos sus aspectos musicales, hasta por su origen geográfico, con la Sinfonía “inacabada”, Octava de Franz Schubert, de primer plato, completada por la Séptima de Anton Bruckner de segundo, el ofrecido por la Orquesta Sinfónica de Madrid dirigida por Pablo Heras Casado en el Auditorio Nacional de Música.
Un programa versado con absoluta regularidad técnica, transparencia en sus trazos, líneas y aristas, limpieza en la articulación sinfónica, claridad en la disposición de cada uno de los bloques temáticos y de sus diferentes estratos tímbricos y rítmicos, a menudo ocultos, enmascarados tras el fárrago… Una disposición, pues, traslúcida que dio muy pronto sus frutos, desde un revelador primer momento. Un arranque de programa que redescubrió, si cabe, el consabido tema inicial, hondo y misterioso, propuesto por Schubert en su genial Sinfonía con unos característicos motivos rítmicos subyacentes que anuncian otros escenarios musicales y que raramente se escuchan tan nítidos, pujantes e inmutables.
Una disposición técnica mantenida con tesón en ambas obras, ligadas como dije por muchos aspectos, pese a los sesenta años que las separan, y cuyo significado musical tomó cuerpo en la justa definición de cada una de aquellas texturas instrumentales y no tanto en la fluidez o lógica que deriva unas de otras. Texturas que, en muchos casos, no únicamente al comienzo como he descrito, sino en gran parte de ambas composiciones, se escucharon con notable transparencia.
Cualidad ésta ciertamente básica que redundó, a la postre, en una nueva visión, paradójicamente, más en el primer autor vienés donde fue especialmente eficaz, ese “túrmix” de Beethoven y Mozart que es Schubert, que en Bruckner, cuyas lógicas a estas alturas de su catálogo y madurez compositiva, son más dilatadas en el tiempo y se escriben entre líneas, por sus sinergias formales.
Luis Mazorra Incera
Orquesta Sinfónica de Madrid / Pablo Heras Casado.
Obras de Bruckner y Schubert.
Auditorio Nacional de Música. Madrid.
Foto © Fernando Sancho